El regreso de Martín Lousteau desde Washington significó mucho más que una viaje en avión de diez horas y media, a lo largo de 8.395 kilómetros.
En este terreno, Lousteau no podía seguir ocupando su puesto diplomático, desde el momento en que se aprestaba a armar su propia lista -por fuera de Cambiemos- para enfrentar a uno de los delfines del Pro.
Paralelamente, los radicales porteños hace tiempo que se plantean aumentar su presencia en la Legislatura para seguir creciendo, por lo que la ocasión es propicia, ya que se trata de elecciones legislativas.
Su estrategia alternativa pasa por obligar al Pro -con la amenaza de la candidtura del ex embajador- a conformar Cambiemos en la ciudad, una decisión que hasta ahora el partido amarillo dejó morir por inanición, simplemente dejando pasar una ocasión tras otra para hacerlo, hasta que la opción desfallecó en silencio.
De todos modos, los operadores de Mauricio Macri vienen presionando a Ernesto Sanz para que se convierta en el general que lleve a Lousteau a un inevitable Waterloo. Lo que aquellos ofrecen a cambio no seduce demasiado ni al propio exsenador mendocino ni a la UCR, ya que un ministerio y la continuidad de un radical en el edificio del 1600 de la New Hampshire Avenue, en Washington, saben a poco para los integrantes de un partido que alcanzó siete veces la presidencia de la Nación y ubicó a decenas de gobernadores y a cientos de intendentes.
Lo mismo, Sanz se comprometió a encarar una gestión, aunque sabe que Lousteau cuenta con el apoyo sin fisuras de la UCR Capital, en línea con la autonomía que la Convención radical de La Plata les otorgó a los distritos. Aún así Sanz va a apretar, porque en la UCR existen muchas facturas pendientes con los correligionarios rebeldes, que a menudo enturbian la relación con sus aliados del Pro.
Si la gestión de Sanz resultara exitosa, en la Casa Rosada matarían dos pájaros de un tiro. En primer lugar, el Pro evitaría aparecer en los medios coartando la carrera política de su hasta hace pocos días embajador en Washington y, en segundo término, eludiría una elección que de puertas afuera dan por ganada antes de empezar, aunque de puertas adentro la seguridad ya no es tan monolítica.
Sería muy complicado el escenario que se le abriría al Pro si perdiera la elección frente a Lousteau este año. Primero, de un triunfo holgado en su propio feudo depende la salud de un partido que hasta hace dos años era una fuerza vecinal, con asiento en la ciudad de Buenos Aires. Además, la estrategia del Pro incluye triunfos mayores y no menores a los que acumula hoy. En política, el que no crece, decae porque no existen mesetas en el ejercicio del poder.
Lousteau va a hacer lo que viene planteando, a no ser que el Pro le efectúe “una oferta que no pueda rechazar”, aunque son pocos los apoyos con que cuenta a nivel nacional, entre quienes se encuentran Julio Cobos, Ricardo Alfonsín y la línea emparentada con la socialdemocracia en el radicalismo, a los que hay que sumar al radicalismo porteño.
Dicen que la oferta que seduciría al economista, aunque le fuera realizada, ya no podría aceptarla porque el plazo máximo ya expiró. La carrera, entonces, ya recibió bandera de largada y sólo culminará el 22 de octubre.