Raymond Chandler escribió la excepcional novela El largo adiós, una de las cumbres del policial negro, sin imaginar que, 60 años más tarde, Roberto Lavagna y Mauricio Macri protagonizarían –en clave política– una publicitada remake de su obra, en la lejana y casi desconocida Argentina.
Macri y Lavagna sostuvieron durante largos meses una serie de conversaciones que no se tradujeron en un acuerdo político. El transitorio fracaso de la alianza electoral entre ambos referentes –nadie anunció por ahora una ruptura definitiva, aunque parece improbable que alcancen una solución– fue la culminación de una serie de desencuentros que tienen que ver con el resquemor de los líderes del Pro hacia el poderoso brazo del Partido Justicialista, del que temen que los asfixie, especialmente por el influjo de su fuerte presencia en todo país y por los exiguos espacios que suele permitir a sus aliados en sus construcciones de poder.
Por esta misma razón, si bien fue larga la serie de enredos que fueron minando la relación entre el jefe de Gobierno porteño y Lavagna, el punto de inflexión ocurrió el 1º de mayo último, cuando los diarios publicaron una foto en la que se podía apreciar las sonrisas de los principales dirigentes del peronismo disidente, entre los que se encontraban el propio Lavagna, Hugo Moyano, Francisco de Narváez y Gerónimo “Momo” Venegas, rodeando como un anillo de acero al anfitrión y por ahora líder del espacio, José Manuel de la Sota.
Este sector del peronismo –que es apenas una pequeña parcialidad de todo el justicialismo, por ahora– genera más señales de peligro y prevenciones en el Pro que deseos de sumarse a él, entre otras razones porque contiene en su seno a dos posibles presidenciables –José Manuel de la Sota y Roberto Lavagna–, cuyas ambiciones chocan de frente contra las del Jefe de Gobierno de la Ciudad, que aspira a sentarse en el mismo sillón.
En este contexto, al comienzo de su relación con Macri, el exministro de Economía de Kichner jugaba en solitario y era, por lo tanto, un hombre al que se le podían poner condiciones, pero la foto transformó a Lavagna en parte de un colectivo justicialista y en ese mismo momento Macri comenzó a tomar sus recaudos.
El mandatario porteño aspira a ser la proa de un armado del peronismo y, por esa misma razón, no puede permitirse la licencia de llegar a esa construcción política de la mano de Lavagna ni de nadie más. Si no arriba a la cúspide peronista como consecuencia de un “operativo clamor” no puede llegar allí de ninguna otra manera, a no ser que solo desee ser un diputado más o un oscuro funcionario. Trámite descartado, entonces, aunque será bueno hacer una digresión en este punto, y es que existe una gran dificultad para que esta circunstancia se produzca, habida cuenta de que el peronismo busca en sus propios pliegues a sus referentes.
Rodolfo Gil: “Acuerdo nunca hubo”
El principal operador de Lavagna en territorio porteño es el exembajador en la Organización de Estados Americanos (OEA) Rodolfo Gil, que en 2010 decidió renunciar a su cargo, disconforme con la gestión de la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner.
Acerca de la suspensión de los acuerdos electorales, Gil manifestó a NU que “acuerdo nunca hubo, lo que hubo fueron conversaciones que llegaron hasta un límite. Fue un proceso rico, en el que Macri y Lavagna coincidieron en el diagnóstico de que el país se encuentra en una emergencia política, social y también en el ámbito internacional. En este panorama se puede ver un fuerte aumento de la pobreza y una inflación en alza, que son manifestaciones y exteriorizaciones del desmanejo de la economía”, sostuvo.
“De todos modos –continuó Gil– existen concordancias con Macri en cuanto a las grandes líneas políticas. Para nosotros, un acuerdo en 2013 es fundamental para poner un alto a los desbordes autoritarios del Gobierno nacional. Hay que juntarse primero y después ver cómo nos ponemos de acuerdo en algunas líneas de acción.”
De cara al futuro, Gil intentó tranquilizar las agitadas aguas que enturbian la relación con el Pro, al aclarar que “Lavagna no es hoy candidato a presidente, lo que recién podría pasar –si pasa– dentro de dos años. Las conversaciones con el Pro hoy están congela
das y en el futuro próximo podrían morir o seguir”, agregó el dirigente. De todas manera, Gil no ahorró críticas a sus casi aliados. “Si bien Macri no es parte de eso, hay bolsones de un fuerte antiperonismo en el Pro, y hay quienes padecen de un antiperonismo explícito y que tienen una visión peyorativa del peronismo. Yo quisiera que esos políticos de Twitter y celular, con chofer, secretaria y salario público, que hablan de la vieja política, me digan cuál es la nueva política”, disparó Gil, aunque se negó a identificar a Marcos Peña, que fue el que lanzó la frase sobre la vieja política cuando fijó su posición sobre la foto de Córdoba.
“Estas son las cosas que dificultan los avances en las conversaciones –continuó el exdiplomático–, porque ellos tienen dificultades para aceptar que Lavagna es peronista y que se comporta como tal. El diálogo es la búsqueda de consensos, ese es el arte de la política, porque los consensos sirven para mejorarle la vida a la gente y no para servirse de ella.”
“Como contrapartida –replicó algunas declaraciones el operador de Lavagna– nosotros no hemos cuestionado a nadie, a pesar de que casi nos faltaron el respeto. Nosotros solo exigimos respeto y diálogo, si no seríamos cristinistas”, expresó, socarrón.
–¿El futuro, entonces, lo podemos ver en la foto de Córdoba?
–Indudablemente.
El revés de la trama
Si bien el acuerdo entre Macri y Lavagna estalló por los aires inmediatamente después de la foto de Córdoba, ya unos días antes ambos políticos insistían en el ninguneo del otro, como si estuvieran buscando una excusa para el divorcio.
Un operador del exministro de Economía anunciaba, el 10 de abril, aún esperanzado: “Estamos avanzando, pero hasta el momento no se pasa de acuerdos globales. El problema es cuando se habla de la letra chica, pero son nubecitas que se va a llevar el aire”. Traducido al criollo político, significaba que el lavagnismo pedía lugares en las listas que el macrismo no estaba dispuesto a conceder.
De todos modos, Lavagna se mostró ese mismo día terminante al definir su proyecto y advertir que no sería “un candidato del macrismo”. Mostraba así su plan de incluir al Pro, pero dentro de un frente más amplio encabezado por el peronismo, aunque esto último aún no hubiera salido a la luz.
El 15 de abril, en un encuentro celebrado en la Casa de Córdoba en la Ciudad de Buenos Aires, De la Sota, Hugo Moyano y Lavagna acordaron “mostrar la unidad del otro lado del peronismo y dejar de lado los personalismos” para facilitar el armado de un frente. También estuvieron allí el intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino; el sindicalista Luis Barrionuevo y los diputados Facundo Moyano, Eduardo Amadeo y Claudia Rucci.
El 29 de abril, Lavagna declaraba: “No seré candidato del macrismo, pero sí de un frente más amplio”, mientras blanqueaba que “la cabeza por la que podría entrar en esa alianza sería el partido FE”, que encabeza Gerónimo “Momo” Venegas. Aún mantiene esa postura y sus aspiraciones pasan por lograr una banca en el Senado por la Capital Federal.
Apenas 48 horas después llegó el día en que estalló la discordia. El escenario fue levantado en Córdoba, hasta adonde se allegaron, entre otros, Lavagna, Moyano y Francisco de Narváez para lanzar, junto al gobernador y anfitrión, De la Sota, el documento “Unidos para cambiar”, para comenzar a armar la opción electoral del peronismo disidente.
Es esta la dulce venganza del cordobés, que en 2003, cuando aspiraba a ser el candidato del peronismo, debió asumir el rechazo del entonces presidente provisional Eduardo Duhalde, que lo despeñó con un concluyente: “No mueve el amperímetro”. Hoy Duhalde escribe libros casi en clave de autoayuda, después de haber naufragado en tres elecciones sucesivas y haber devenido, por consecuencia, en otro “mariscal de la derrota”, un rótulo que en el peronismo equivale al destierro de las primeras planas.
El 3 de mayo, el jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, echó unas gotas de agua sobre los fuegos que se encendieron en el Pro al conocer la foto de Lavagna en Córdoba. “Estamos en conversaciones con Lavagna, siempre buscando sumar para construir una alternativa amplia, moderna y mostrar que hay otro camino”, dijo, a pesar de que ese mismo día, casi a la misma hora en que él hablaba, Macri, a su regreso de Nueva York, había ordenado enfriar las relaciones con el exministro.
Unos días después, el 14 de mayo, el jefe de Gabinete se sumaba a la operación de su jefe y reconocía, con pesar, que “la última semana se habló con menos intensidad” con Lavagna. Casi inmediatamente, volvió a estrechar vínculos –fueron juntos a un acto– con Gabriela Michetti, su enemiga política de toda la vida, a la que había intentado neutralizar promoviendo el acuerdo con Lavagna a senador, que hubiera dejado a la exvicejefa en el segundo término de la fórmula y, de esta manera, aminorado sus méritos en un eventual triunfo del Pro en la Ciudad.
Al día siguiente, la propia Michetti salió a cruzar a Lavagna y al peronismo en general: “Una cosa es que el Pro quiera sumar figuras y otra es que, sin avisar, estas aparezcan en otro lado con personas que no necesariamente comparten valores con nuestro partido”.
La animosidad de la diputada se explica por el hecho aludido anteriormente. Siendo la segunda de Lavagna, su rol hubiera quedado desdibujado; por el contrario, sin el economista, sus acciones volvieron a subir milagrosamente, cuando casi se daba a sí misma por perdida. Luego de varios años, su buena estrella, algo opacada desde que abandonó la Vicejefatura de Gobierno para encabezar la lista de diputados, volvería a brillar, a no ser que Lavagna fuera reemplazado en su postulación por Martín Lousteau, un plan B que el Pro viene pergeñando desde hace tiempo. Si esto ocurriera, Gabriela aprendería que en estos tiempos no se gana ni para sustos.
El futuro es hoy
Desde entonces quedaron delimitadas las estrategias. En el peronismo disidente están seguros de que el Pro va a tener que negociar con ellos en todos los distritos, menos en la Ciudad de Buenos Aires y en Santa Fe, si aspira a crecer. Entretanto, el macrismo intenta evitar depender del peronismo y, en especial, de servirle a Lavagna como pista de despegue para un eventual lanzamiento presidencial.
Lavagna dio luego por cerrado el tema, declarando que con el macrismo están de acuerdo “prácticamente en todo”, excepto cuando “se aborda la conversación electoral”. Es decir, cuando se empiezan a armar las listas y unos piden mucho y otros quieren entregar poco.
Desmintiendo a Jaime Durán Barba –el principal asesor de Macri en temas de comunicación–, Lavagna se quejó de que en el Pro “hay algunos que piensan primero en 2015, cuando no hay 2015 sin 2013, y se creen que están en condiciones de decir quién se puede juntar con quién”.
El Teorema de los Opuestos que son lo Mismo
Con esta controversia queda nuevamente demostrada la paradoja argentina del peronismo, que al ganar una elección se convierte en el oficialismo y comienza a gobernar con su habitual soltura. Al cabo de los dos primeros años, sus opositores internos –siempre hay un peronismo disidente– ya se han incorporado a la corriente mayoritaria y aparentemente el gobierno se desarrolla en paz. Pero la armonía en el peronismo es siempre mentirosa, y poco después empiezan a brotar –como hongos después de la lluvia– los desacuerdos, las discusiones y las críticas. En ese momento, los partidos minoritarios comienzan a diluirse y la oposición y el oficialismo vuelven a ser peronistas. Todo esto ocurre en medio de polémicas, discusiones doctrinarias y el enarbolamiento de los íconos partidarios, mientras que ambas variantes se autodenominan “el verdadero peronismo, el de Perón y Evita”. Finalmente, la elección se inclinará hacia el que acumule más volumen de aparato partidario y los comicios generales se convertirán una vez más en la definición de una interna peronista.