La Provincia de Buenos Aires es el lugar donde las conjeturas, los papers, los gurúes, las encuestas y las charlas a puertas cerradas se chocan con la verdad irrefutable de que uno de cada tres votantes de la Argentina lo hace en esa geografía.
Es casi imposible ganar el país sin tener un buen resultado allí. Es por eso que el peronismo, la fuerza política que más gobernó en la Argentina, la tuvo como bastión casi inexpugnable en su proyecto de poder. La perdió en 1983 con Alejandro Armendáriz –en la misma elección que ganó Raúl Alfonsín– y luego recién en 2015 con María Eugenia Vidal
La “madre de todas batallas”, como se denomina a los comicios de la Provincia, se libra en un territorio que, por su extensión y composición social, se presenta inviable para su desarrollo, sobre todo en un país que no tuvo ni tiene un modelo en marcha para la corrección de variables y de despegue. La misma volverá a ser una pelea crucial el año venidero.
La gobernadora Vidal sabe que cuenta con un diferencial estable de 10 puntos por encima del presidente Mauricio Macri tanto en épocas de bonanza política (2016/17) como de caídas abruptas (2018).
A la hora de las mediciones, siempre ella lo supera por el mismo porcentual: +10.
Alguien muy cercano a la gobernadora se confesó con NU la semana pasada y dijo: “No le pedimos a Macri que nos haga ganar, lo único que pretendemos del Gobierno nacional es que no nos condene a perder”. La frase la pronuncia un destacado equilibrista de las relaciones con la Casa Rosada justo en el momento de mayores tensiones ocultas –o no tanto– entre las necesidades económicas de la Provincia y las de la Nación.
María Eugenia Vidal fue y es agradecida por el apoyo que le dio siempre Mauricio Macri en su carrera política. Y siempre le retribuye esa actitud con simetría. Pero fue moldeando un perfil bien diferente de intensa gestión, tal como aprendió con Horacio Rodríguez Larreta, a lo que le suma esa “impronta sensible”, un diferencial muy distinto al ADN del Pro. Le entra a la gente sin ayuda de los trolls ni del libreto previo, define las prioridades con autonomía, es durísima en los temas clave, honesta y austera, y recorre el territorio permanentemente, tal como teorizó Carlos Menem con aquel famoso “yo estuve dos y hasta tres veces donde ningún político estuvo nunca”.
A pesar del reclamo de los intendentes radicales y de algunos pesos pesado del oficialismo –como Emilio Monzó y, en menor medida, Rogelio Frigerio– Vidal descartó por completo, esta semana, la separación de la elección bonaerense de la nacional. Una decisión afirmativa, en cambio, la pondría en excelentes condiciones de retener la Provincia, probablemente enfrentando a Verónica Magario y no –en principio– a Cristina Fernández de Kirchner (un verdadero choque de planetas). Pero, a la vez, sepultaría las chances de Mauricio Macri de disputar la reelección junto a la gobernadora y los intendentes, que ya habrían jugado por los puntos propios. Algunos hablarían de “traición” para el caso que Vidal accediera al desdoblamiento, pero si la situación fuera pésima (algo no seguro, pero sí probable) dentro de seis meses, sería quizás la mejor alternativa para Cambiemos. Escenario: podrían retener el primer distrito argentino –además de la Capital, algo casi seguro– y equilibrar de ese modo un supuesto cambio de timón en el plano nacional.
La otra alternativa, la de Vidal candidata a presidente, está todavía más fuera de foco que lo del adelantamiento. En realidad, es una jugada con posibilidades casi nulas, ya que heredaría la debilidad por la que se bajaría Macri y desde ahí sería casi imposible remontar, más teniendo en cuenta que no posee reemplazo de buen impacto en la Provincia que deja. Misión imposible.
El adelantamiento sí es posible, pero la seguimos en marzo.