El ex presidente Eduardo Duhalde ya demostró en por lo menos en dos ocasiones ser un excelente táctico en sus decisiones políticas. En el año 1988 en la interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero tuvo la astucia de volcar el mayoritario aparato del entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires para que trasladaran a los afiliados a votar al riojano. Previamente lo había convertido en un “Pastor” que prometía la mayor esperanza que puede promover un político a sus votantes. Este cronista pudo asistir a su campaña en la que multitudes en el conurbano le pedían por favor al candidato que “besara” o en el peor de los casos tocara a todos los integrantes de la familia. La presencia tenía siempre ese fin. Los actos eran casi “religiosos” además de los bombos del Tula que le ponían color al espectáculo. Allí las únicas organizaciones políticas que acompañaban nacionalmente a Menem eran justamente los gastronómicos de Luis Barrionuevo y el Peronismo Revolucionario, espacio residual de los Montoneros. Lo demás eran los pocos acuerdos logrados por Duhalde o bien, gente suelta.
“Un beso, un voto” decía Menem cuando subía al micro que arrancaba una hora después, frenado por la gente.
La otra gran jugada táctica de Duhalde fue la de no dar internas para las generales del 2003 en la cuál –curiosa paradoja- debería derrotar sí o sí a Menem esta vez en lugar de ayudarlo. Después de una notable performance de su tropa en la Provincia de Buenos Aires, Néstor Kirchner arribaba segundo con la lengua afuera en la primera vuelta, a sabiendas que Menem no podría sumar un voto más en el ballotage. El riojano para no gastar ni plata ni prestigio se bajó y terminó –parcialmente- su carrera política sin perder una sola elección mientras compitió hasta ese entonces. Rodríguez Saá, López Murphy y Carrió asistieron azorados a semejante maniobra.
Con esa misma lógica, la del ballotage, el ex presidente hincha de Banfield, pergeñó una jugada de esa misma envergadura al lograr que la jueza María Romilda Servini de Cubría interviniera al Partido Justicialista Nacional designando al gremialista Luis Barrionuevo al frente del mismo.
Si los camaristas federales electorales, Alberto Dalla Vía y Santiago Corcuera convalidan la intervención y al interventor, ésta puede ser la primer señal concreta de un peligro real para la alianza Cambiemos y sus planes de ganar la reelección en 2019. Allí debe estar atento el presidente, ya que la batalla del ballotage puede ir y venir varias veces hasta el momento de las definiciones. Es más si fuera hoy quizás el Presidente no la lograría.
Julio Bárbaro a cargo de los equipos técnicos y Carlos Campolongo, de la vocería y de la comunicación, son los dos primeros soldados de un ejército que Duhalde y Barrionuevo sueñan en engrosar de la manera tradicional pero aggiornada a los tiempos, a un peronismo federal que tenga su base electoral en la Provincia de Buenos Aires (para tener chances reales), terreno que le deberán ganar a Cristina total o parcialmente. “Si fueron detrás de Cristina y sus causas, pueden ir detrás de cualquiera” se escucha cerca de la intervención. “Matan por una estructura con votos” sentencian y se jactan que “ya lo hablaron a Roberto Lavagna”. De todo modos la Provincia tiene un plan, y el intendente Gustavo Menéndez ya cierra filas para lograr la pole position en dicha carrera.
La cuestión es que esta construcción ciclópea y distinta a todas las vistas que encabeza Barrionuevo tiene como centro el espacio anti k y la idea de avanzar del centro a la periferia del peronismo, sin descartar a nadie pero sin resignar conducción.
Por lo tanto, en la senda hacia 2019 podría llegar a producirse dos situaciones: un peronismo unido si se allanaran las principales diferencias y se encontrara algún núcleo de coincidencias y de espacios en las listas para todos, o se mantendrían a nivel nacional los partidos del PJ y de Unidad Ciudadana que, sumados, vencerían a Cambiemos que separados ocuparían los dos escalones más bajos del podio.
Pareciera a mediano plazo que sólo el PJ podría llegar a la final, pero ambos con absoluta seguridad votarán contra Macri -aunque se odien- en un eventual ballotage. De este modo a Cambiemos se le viene encima el probable desafío de ganar en primera vuelta, ya sea con el peronismo unido o con el kirchnerismo (y la izquierda) por afuera.
El macrismo deberá entender que la Cámara tiene la palabra. De ellos depende. Lo otro es casi de manual.