A menos de una semana para las elecciones presidenciales en los Estados Unidos la campaña se tensó a un extremo inimaginable al publicitarse un empate técnico entre la demócrata Hillary Rodham Clinton y el republicano Donald Trump, desde las páginas del mayor diario estadounidense Washington Post.
Este poderoso medio ya había expresado una inclinación favorable hacia la líder femenina, razón por la cual se hace imprescindible entender que el mensaje del último sondeo publicado está dirigido en general al electorado que piensa abstenerse de votar, y en particular a los propios adherentes demócratas para que doblen los esfuerzos en el tramo final.
Pocas campañas presidenciales estadounidenses concitaron tanta atención en el mundo como la que finalizará el próximo martes 8 de noviembre. Gary Jhonson (Partido Libertario) y Jill Stein (Partido Verde) la vieron pasar. Hillary Rodham jugó todas sus cartas para convertirse en la primera mujer en llegar a la presidencia del país más poderoso del mundo, en representación de un establishment internacional también poderoso. Donald Trump quiere cambiarle la cara a los Estados Unidos desde un republicanismo que nada tiene que ver con el tradicional.
Un eventual triunfo de Trump provocaría un tembladeral no solo en su país sino en todo el planeta. No serán la personalidad ni las extravagantes declaraciones de campaña las razones de ese efecto sino el modo de pensar la política, la economía y las relaciones internacionales por parte de un hombre fuera del estereotipo partidario, de un empresario que nunca conoció limitaciones de ninguna naturaleza y que tendrá todo el poder político para hacer lo que le plazca.
Hillary Rodham ganadora simbolizaría -de esto no hay duda- el máximo triunfo del liderazgo femenino. Que ella lo logre dentro de un país que incide internacionalmente rubricará la consolidación de un proceso cuyo objetivo siempre fue el de que las mujeres accedan -de igual a igual con los hombres- a los lugares de poder y decisión. Otras mujeres ya lo hicieron, pero en el caso de Hillary será muy especial.
Como Secretaria de Estado, Hillary Rodham fogueó su inteligencia y temperamento en materia de relaciones internacionales y es de esperar que protagonice decisivamente en el Grupo de los 20 y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, junto a otras dos líderes femeninas de envergadura: Ángela Merkel (Alemania) y Theresa May (Gran Bretaña). Si fuese Trump quien ocupara ese lugar la incertidumbre será muy grande porque nada ha dicho sobre ello.
Ese triunfo no será gratis ni liviano para ninguno de los candidatos principales. En los próximos cuatro años, quien gane se enfrentará a desafíos superlativos como transformar el modelo capitalista interno, reinstaurar el equilibrio productivo estadounidense y mitigar los efectos devastadores de la globalización en varios sectores y poblaciones de su país. También deberá resolver otros temas controvertidos de la política nacional, como por ejemplo salvar a pueblos mineros donde viven unas dos mil personas sin futuro a causa del cierre de la explotación del carbón, o respaldar en un cien por ciento la defensa del medio ambiente para reducir los efectos del calentamiento global.
Las dos últimas semanas de esta campaña electoral –tal vez la de mayor aspereza, cuestionamientos y revelaciones de índole personal de los candidatos- estuvieron destinadas a buscar los votos de sectores indecisos hasta debajo de las baldosas.
Si bien varias encuestas reflejaron una ventaja a favor de Hillary Rodham, su equipo de campaña se propuso conquistar al electorado juvenil que le había sido fiel a su ex contrincante interno Bernie Sanders, y antes a Barack Obama.
Los menores de 35 años fueron en estos días los destinatarios de una campaña focalizada y tenaz que ofreció, por lo menos, ventajas respecto de las matrículas universitarias.
Un comunicado del equipo de campaña de Hillary Rodham había señalado la semana pasada que más de 50 millones de jóvenes ya se habían registrado para votar.
Los jóvenes latinos constituyen un plato apetitoso para los demócratas. Las encuestas los dividen entre la generación de “millennials” y las anteriores, adjudicándoles a estos últimos un 67% de preferencia por Hillary, mientras los primeros la apoyarían en un 77%.
La preocupación inicial de los demócratas se concentró particularmente en la población latina -o hispana como les gusta llamarla en EE.UU- y daría la impresión de que ese poderoso caudal de votos ha sido ratificado durante el paso previo denominado “las registraciones”. Como el voto no es obligatorio las registraciones se convierten en un indicio alentador de las voluntades electorales. No obstante, queda por verse si todos los que se registraron irán a votar y a eso apunta la alarma trasmitida por el Washington Post.
El sector afroamericano extrañamente se retrajo, al punto que en los últimos días Barack Obama debió salir personalmente a exhortar a ese sector: “Lo tomaré como un insulto personal, un insulto a mi legado, si esta comunidad fracasa en movilizarse para esta votación”, les dijo.
Como en todos los países, la guerra de las encuestas deja su impronta pocos días antes de la elección. Pero los encuestadores tratan de no suicidarse en el último resultado. Los analistas norteamericanos han reiterado que Trump llegó a su techo y que la diferencia a favor de Hillary es importante. Universidades como la de Harvard llegaron a esa conclusión con sus propias encuestas diez días antes del comicio. Esto hace pensar que es el nivel de indecisos flotante o la reticencia a concurrir a las urnas lo que definiría el resultado.
Durante la campaña, Trump hizo todo lo posible por enemistarse con el electorado femenino, pese a que le encantan las mujeres. Las revelaciones indiscretas sobre su apreciación respecto de ellas en materia sexual o de belleza, lo hundieron en la masa crítica con la que ya contaba Hillary, y que se amplió tras sus descargos públicos. En Estados Unidos no es nueva la división de sexos a la hora de votar, pero esta grieta se ensanchó con Trump.
El candidato republicano tampoco manifestó habilidad política al oponerse francamente a los inmigrantes ilegalizados, especialmente a los latinos que en aquel país trabajan denodadamente para tener una vida mejor realizando tareas que los norteamericanos ya no quieren hacer. La negativa a recibir exiliados de los países de Medio Oriente corridos por la guerra también lo exhibió como un dirigente político insensible.
La idea de construir un muro para separar Estados Unidos de México es una cuestión de relaciones internacionales no solo mal planteada por el candidato republicano sino enarbolada como una imagen de marketing político fácilmente rechazable por los países aliados de Estados Unidos. Sin embargo, hacia adentro Trump logró con ella llevar un anhelo de seguridad a los estadounidenses puros, a los cuales alentó para que siguieran usando armas contra los ataques de delincuentes que, para él, son todos extranjeros.
Las alianzas internacionales por las que se inclinaría Trump son un misterio. Sus elogios hacia Vladimir Putin, el presidente ruso, parecieron más una forma de provocación contra Hillary en los debates presidenciales. Pero, aunque impensado, un acuerdo con Rusia resultaría harto novedoso y abonaría otros aspectos del discurso de Trump que harían vislumbrar una suerte de populismo, aplaudido –aunque no se crea- por una multitud de latinoamericanos que no viven en Estados Unidos.
Faltan siete días para las elecciones, tiempo corto pero suficiente para que desde el lugar menos pensado se lancen exocets de cualquier calibre. El FBI ya tiró el suyo contra Hillary sobre una eventual reapertura de una causa cerrada sobre sus correos privados. Trump se alegra, como perro con dos colas. Sin embargo, no significa que ya haya triunfado ni que esté exento de recibir otro en su campo de batalla.
En política, nadie tiene la última palabra. Mucho menos cuando las que tienen que hablar son las urnas.
Nota: En la Ciudad de Buenos Aires, miles de ciudadanos están habilitados para votar en el país norteamericano. La embajada de Estados Unidos en Buenos Aires fue la sede el 22 de septiembre del llamado Voting Event, una jornada en la que los ciudadanos de ese país pueden votar por anticipado. Este año unas 1.000 personas participaron, una cifra bastante mayor a las 800 de 2008 y las 500 de 2012.