¿Por qué el género y el color de piel fueron los elementos que operaron en la mente de un juez del tenis al momento de sancionar tres veces a la mejor jugadora de tenis de la historia?
Fácil: Serena Williams es mujer. Y no solo eso. Es una mujer negra.
Fue en la final femenina de la US Open de Tenis en Estados Unidos cuando la mejor jugadora de Tenis del mundo, Serena Williams, se acercó al umpire (“árbitro” en este juego) y le reclamó que la sanción impartida a su persona era una cuestión sexista.
“¿Me van a sacar por ser mujer? ¡Eso no está bien! Vos nunca le harías esto a un hombre. ¡Sos un ladrón!”, le dijo Serena Williams al árbitro portugués Carlos Ramos, quien consideró multarla por recibir “coaching” de su entrenador mientras competía, por romper una raqueta y por decirle “ladrón”.
Se anunció que la ex número uno del mundo debía abonar 17 mil dólares a modo de castigo por ir en contra del “código de conducta”. Un sistema de reglas creados por el US Open que fue puesto en cuestión gracias a que Selena los denunció por machistas. La suma se descontará de los USD 1.85 millones que recibió por acabar en segundo puesto.
¿Por qué se juega la cuestión de su género a la hora de ser analizada en su juego de tenis? Porque Serena es mujer, y ello implica estar sometida a estereotipos y prejuicios históricos y antropológicos. Eso trae como consecuencia que las oportunidades sean desiguales según el género al que se pertenece, así como también las sanciones y prohibiciones. Que una mujer domine un área del deporte es una excepción, no la regla. Por eso hay una Serena Williams y miles de Roger Federer. Por eso la mejor jugadora de fútbol femenino del país, la “Messi Argentina”, la mendocina Estefanía Banini, tiene dos trabajos paralelos para poder mantenerse mientras que Lionel Messi, varón, es el jugador mejor pago de la historia mundial.
Asimismo, resulta que por hechos aún más graves los varones del tenis no reciben las mismas sanciones. Por ejemplo, cuando el tenista top del momento y -según algunos- la promesa juvenil del Tenis, Nick Kyrgios, fingió masturbarse con una botella de agua en un partido, la sanción fue económica pero no social: en el momento, todes se rieron y, después, los medios de comunicación y redes sociales se divirtieron con sus imágenes. El tratamiento fue similar cuando Nick se fue de la pista tras perder un set, se dejó ganar en un torneo, se echó a dormir en un partido o cuando insultó a un rival.
Cuando este último fin de semana Serena Williams fue acusada de ser “coacheada” por su entrenador desde la tribuna (algo que está prohibido) y luego discutió con el juez, la realidad fue diferente. A Serena la trataron de “polémica” y de abrir “la batalla de los sexos”. Luego se viralizó su video, varias tenistas salieron a apoyarla (como Martina Navratilova) y ahí logró que el presidente ejecutivo de la organización profesional del tenis femenino (WTA), Steve Simon, revirtiera la situación. Ahora, la WTA emitió un comunicado en el que considera que existe un doble estándar a la hora de arbitrar a hombres y mujeres.
“He visto a otros hombres decir otras cosas a los jueces de silla. Estoy aquí luchando por los derechos de la mujer, por la igualdad de la mujer. Siento que llamarlo ‘ladrón’ y ser penalizada con la pérdida de un juego por ello es una decisión sexista. Nunca le han quitado un juego a un hombre por llamarlo ‘ladrón'”, apuntó Serena ante los medios.
Selena además de ser mujer, es negra. Para entender su dimensión, es necesario esgrimir el concepto de interseccionalidad, acuñado por el famoso black feminism o feminismo negro, cuando dentro del mismo movimiento fue notorio que según la clase social, las mujeres tenían distintas problemáticas. En Argentina, lo más cercano al feminismo interseccional es la transversalidad que nació este año tras el debate por el derecho al aborto.
Interseccionalidad, no transversalidad
El reciente debate por la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo expuso fotos únicas que jamás hubiéramos imaginado ver en nuestra vida: Victoria Donda (Libres del Sur), Silvia Lospennato (Pro) y Romina del Plá (Frente de Izquierda) unidas por la misma causa. Esa “agrupación” de distintos partidos políticos por una misma causa, en este caso, el derecho al aborto, recibió el nombre de “L@s Sororas”, un supuesto movimiento de energías feministas dentro del Congreso de la Nación.
La palabra que más repitió este grupo de personas para justificar esta unión fue la “transversalidad política”. Es decir, en sus propios términos, una especie de “bancar la parada” porque la causa del aborto legal, seguro y gratuito “es compartida”. Sin embargo, el concepto de transversalidad dice otra cosa:
La transversalidad o transversalismo es una corriente ideológica que defiende la renuncia a identificar sus ideas con el espectro político clásico basado en la distinción izquierda-derecha.
En pocas palabras: es una unión que se “olvida” de la política como herramienta transformadora de la realidad, pero, a su vez, ejerciendo política, ya que todes son trabajadores de la Justicia. Insinuar “transversalidad” para simular honestidad política es una renuncia burda a la historia del movimiento feminista.
Exponer “política sí, partidismo no” es renunciar a la construcción cultural y social del que somos producto todas las personas. Es negar la condición central de nuestra propia humanidad.
Todo acto es político cuando se trata de ampliar derechos o de cambiar la realidad. Lo personal es político implica amigarse con la sustancia política y dejar morir esa tibieza argentina que mantiene el status quo.
La transversalidad no existe. Lo que sí existe es la interseccionalidad feminista, un concepto superador que significa considerar al género como una categoría útil de análisis crítico que exprese las relaciones de poder entre las personas, a través de distintas categorías que se combinan, dependiendo el caso. Género, clase y etnia y se convierten en las variables principales a tener en cuenta para cualquier relación o vínculo humano.
El concepto de interseccionalidad fue acuñado por el famoso black feminism o feminismo negro, cuando dentro del mismo movimiento fue notorio que según la clase social, las mujeres tenían distintas problemáticas.
Es decir, estaban todas oprimidas por el género mujer, pero algunas sostenían una doble explotación por ser negras, de bajos recursos, con cuerpos no hegemónicos, y miles de variantes más que pusieron en Agenda la interseccionalidad del movimiento feminista. El engendramiento de las desigualdades socio-raciales no es fruto de una simple convergencia o fusión, de una especie de suma, o de diferentes fuentes de opresión de las mujeres, sino de la intersección dinámica entre el género, la etnia y la clase en estructuras de dominación históricas.
Así las cosas, la transversalidad sirve cuando hablamos de política tradicional, y con tradicional me refiero a la política diseñada por y para varones blancos heterosexuales, es decir, aquellos que dominan el sistema de símbolos por el cual hay personas dominantes y personas dominadas. En el mundo actual, este sistema se llama patriarcado, haciendo referencia a esa relación de poder organizado entre varones que domina el mundo económico, social, político, judicial, cultural, así como también los ámbitos del deporte, las artes, las ciencia, entre otros.
El varón está oprimido por el sistema capitalista. Pero la mujer soporta una doble y hasta triple explotación: por el género, por la etnia y por su clase. No hay feminismo sin todes adentro. No hay feminismo sin interseccionalidad.