Casas antiguas, robles viejos en las veredas desgastadas: barrio. Eso es Versalles, o Versailles, si se respeta el francés original, al oeste de la Ciudad de Buenos Aires, en el límite con el Conurbano. Era, sobre todo, un barrio tranquilo. Dicen los vecinos que, en rigor, eso es lo que fue, la postal de la Ciudad de antaño detenida en el tiempo, mitad tren, mitad adoquín, en la que los chicos jugaban en la calle mientras los grandes mateaban después de trabajar.
Pero de un tiempo a esta parte, cuenta la gente que lo habita, el barrio se ha vuelto inseguro, producto de los arrebatos en las calles y las entraderas, entre otros delitos. Inseguro también quiere decir, para el caso, violento, teñido de muerte. Como fue la lamentable experiencia de Vicente Barreiro, de 81 años, quien falleció en la puerta de su casa, en Echenagucía 965, el viernes 5 de junio, a las 13, cuando tres ladrones quisieron robarle justo cuando los chicos salían de la escuela.
Es difícil, admiten los vecinos, conjugar este tipo de hechos con el pasado de Versalles: a tres cuadras de allí, en una casa que aún sigue en pie, con placa recordatoria y todo, se filmó en el 85 la obra maestra de Alejandro Doria, Esperando la carroza. Desde la vivienda de Echenagucía 1232, China Zorrilla se quejaba de que la vecina le copiaba siempre los menúes. Hoy, creen en el barrio, llevar una vida como la de la película ya no es posible. Hoy, aseguran, se vive encerrado o no se vive.
Versalles de Pie
Pero resulta que los vecinos no quieren acostumbrarse a esta nueva realidad que, según describen, es casi cotidiana. Aquel día, recuerdan, la policía tardó más de media hora en llegar al domicilio del anciano. Al igual que la ambulancia. Por eso se organizaron y expresaron: “No es el primer caso de un vecino muerto en ocasión de robo con zona liberada. Por eso, apelamos a la solidaridad para clamar por justicia para Vicente. Los vecinos estamos muy tristes y a la vez indignados, y más allá de las diferencias partidarias o religiosas, estamos todos unidos para exigir que los funcionarios responsables de la seguridad nos cuiden y se terminen las zonas liberadas en el barrio”.
A los pocos días, el barrio se movilizó en una marcha por las calles de Versalles, esas mismas de postal, para visibilizar el reclamo. La noticia, recuerdan los vecinos, salió en todos los canales. Pero no se detienen, quieren más. Es que son conscientes de que el flash no alcanza para intervenir en el drama del día a día. Porque así lo viven, como un drama. Ellos son, lejos de las metáforas, Versalles de Pie.
Mantienen varias reuniones al mes, como la planificada para este jueves 30 de julio, a las 19.30, en la parroquia Perpetuo Socorro, en Alcaraz al 5700. Esa jornada estará orientada a la actualización del mapa del delito del barrio. Una semana atrás, por caso, unos 50 vecinos se juntaron para empezar a volcar en ese trazado todos los delitos denunciados y los no denunciados. La idea es, cuenta Marta, una de las referentes del movimiento, terminar cuanto antes el documento para poder presentarlo ante las autoridades competentes, como los ministerios de Seguridad nacional y porteño, fiscalías, juzgados, la Defensoría del Pueblo, la Legislatura, la Junta Comunal y la Comisaría 44ª. El documento llevará el aval de las firmas del cura del barrio, de la ONG La Alameda y, obviamente, de los vecinos autoconvocados. “Luego pediremos a los funcionarios que nos expliquen en la parroquia qué harán para resolver los problemas de inseguridad que refleja el mapa”, agrega la mujer.
El objetivo del mapa, dice Gloria, otra de las vecinas involucradas en la iniciativa de Versalles de Pie, es “demostrar los niveles reales de criminalidad que padece el vecino de este barrio, así como también la inacción de la policía. Y evidenciar, a partir de la organización, los reclamos pertinentes ante las autoridades nacionales y de la Ciudad. El mapa del delito se hace con las denuncias que nos van acercando los vecinos, relativas a la venta de droga, prostíbulos, robos, entraderas, arrebatos y talleres clandestinos. Porque si acá se trata de delito, tenemos para elegir”.
El barrio, además, es escenario de secuestros virtuales. “Es importante estar informados, ya que un secuestro virtual no sucede, porque no hay nadie secuestrado. Por ejemplo, el viernes 3 de julio, a las 6 de la mañana, una vecina recibió un llamado en el que le decían que tenían al hijo; se oían gritos y llantos. Por suerte, la mujer reaccionó rápido al darse cuenta de que era una farsa y cortó la llamada. En estas situaciones no hay que brindar ninguna información acerca de nombres, direcciones ni datos personales y cortar la comunicación inmediatamente”, señala Marta. Gloria agrega que, además, por si faltara algo, en el barrio existen “antros de narcoprostitución”.
“A media cuadra de la iglesia San Cayetano, en Cuzco al 300, sometían hasta hace unos días a cinco mujeres de nacionalidad paraguaya, de lunes a lunes, las 24 horas. Nuestro trabajo impulsó al juez federal Sebastián Ramos a actuar y clausurar el prostíbulo, un punto de recaudación de la Comisaría 44ª. Hoy, ese lugar mafioso tiene custodia policial”, explica la vecina, quien destaca el impulso de la ONG La Alameda en el asunto.
Salvando las distancias, otro de los delitos que son moneda corriente en la zona consiste en el robo de neumáticos: “Se bajan dos o tres personas de un auto, uno desajusta las ruedas y otro acompaña, colocan piedras para sostener el auto al que le roban y listo, es cuestión de segundos”, suelta Gloria. “Pero claro –agrega–, eso no se compara con la muerte o la esclavitud.”