En la mañana de este miércoles, los excombatientes que realizan desde hace siete años y medio el acampe en Plaza de Mayo tomaron una decisión polémica: comenzaron a erigir una vivienda de ladrillos para reemplazar la carpa que es su signo distintivo desde que lanzaron su lucha, hace tanto tiempo.
La construcción, que estaba pensada para que se convirtiera en un recinto de cuatro por cinco metros, con aberturas y todo, la plantearon como “un lugar digno” para seguir llevando adelante un reclamo que no recibe atención por parte de las autoridades.
Hasta el ceibo –el árbol nacional– que plantaron hace siete años en las cercanías de la carpa se muestra, por estos días, bastante crecido, como símbolo del tesón que debieron mostrar los exsoldados en una lucha cuyos objetivos parecían en ocasiones tan lejanos de alcanzar.
Antes de las diez de la mañana, el subsecretario de Mantenimiento del Espacio Público, Rodrigo Silvosa, informó que su repartición había efectuado una denuncia ante la Fiscalía Penal, Contravencional y de Faltas que está a cargo de Claudia Barcia, que acusó a los veteranos por “ocupación indebida del espacio público, con el agravante de que es patrimonio histórico”, ya que se trata de la Plaza de Mayo.
“La denuncia es por la infracción y por algún daño, que evidentemente habrá”, afirmó Silvosa.
La Policía Federal fue la encargada de comunicarles a los manifestantes que la fiscal Barcia había decretado el “cese pacífico” de la construcción, que a las 11 de la mañana ya tenía un metro de altura, mientras que un pozo –destinado a hacer las veces de desagüe cloacal– comenzaba a ser cavado junto a la pared. Como finalmente la Policía Federal no los desalojó, se anunció desde la Justicia porteña que denunciarían al cuerpo por incumplimiento de los deberes de funcionario público.
A lo largo del día, la pared fue testigo del avance y el entorpecimiento de las negociaciones. Si todo marchaba a la medida de los exsoldados, los ladrillos sufrían de repentinos accesos de sueño, mientras que si no había comunicación con el Ministerio de Defensa, la pared crecía rápidamente.
Hacia las 19, los veteranos comenzaron a tapar el pozo –a la noche ya no había pozo– y dejaron de lado momentáneamente la erección del muro.
¿Qué había pasado? El jefe de Gobierno porteño electo –Horacio Rodríguez Larreta– se comunicó con los exsoldados por medio del subsecretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, interesado en encarar una mediación entre las dos partes del conflicto.
Ante la gestión del actual jefe de Gabinete del Gobierno porteño, los excombatientes aceptaron en frenar “por el momento” la construcción del recinto y aguardarán a lo que, desean, sea el fin de la larga e injusta espera a la que fueron sometidos. Por la noche, tiraron abajo la construcción, aunque anunciaron que continuarán con el histórico acampe.
Fueron, hasta estos días, nada menos que 33 años de vigilia. Toda la vida que vivieron Evita y Jesús, aunque esta suene como una comparación grandilocuente.
Echados al olvido
Hace más de siete años que esperan allí, a metros de donde reposa el poder político de la Argentina, su propia patria, esa misma que primero los envió a pelear una guerra –cuando eran jóvenes de apenas 18 años– y luego, durante 33 años, los relegó al olvido.
¿Cuál es la razón para negarles el reconocimiento como veteranos de guerra a los 300 exsoldados que prestaron servicios en diferentes fuerzas armadas que peleaban una guerra? ¿Es una razón válida que nunca hayan desembarcado en las islas Malvinas, aunque lo mismo hayan prestado servicios a quienes llegaron por aire y por mar a las islas?
Porque todos ellos estuvieron destacados en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, mientras prestaban servicios en distintas unidades que intervenían en el conflicto. Incluso, algunos de ellos se enfrentaron cara a cara con los Special Air Services (SAS) y estuvieron en algún momento bajo fuego enemigo, cuando servían en las costas patagónicas, cerca del Mar Argentino. Hay que destacar que algunos de ellos, en las circunstancias del enfrentamiento, hasta hicieron prisioneros a algunos ingleses que las Fuerzas Armadas argentinas, fieles a su tradición, negaron haber apresado y mataron en alguna mazmorra olvidada.
Finalmente, para cerrar este tema, es necesario destacar que existieron 17 bajas de soldados argentinos en territorio continental, las que fueron reconocidas por la jefatura de las Fuerzas Armadas, que destacaron, con respecto a los acampantes de hoy, que “no existen impedimentos legales, tanto a nivel nacional como internacional, para el reconocimiento como veteranos de guerra de Malvinas, en consideración al mayor riesgo corrido al entrar en una zona de guerra, que fue el ámbito operativo de la estructura militar de combate y en cumplimiento de órdenes superiores”.
El camino del abandono
Quienes se establecieron desde hace más de siete años en la Plaza de Mayo piden ser reconocidos como soldados porque intervinieron en una guerra, desarrollando distintas tareas de apoyo a los combatientes argentinos, en especial de la Fuerza Aérea, la que más daño le infligió al enemigo inglés.
El ámbito natural ante el que presentaron sus recursos administrativos fue el Ministerio de Defensa de la Nación, que primero amagó reconocer su participación en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur y luego, enigmáticamente, dio marcha atrás en febrero de este año, dejándolos relegados a un limbo misterioso, en el que no está claro si algún día podrán lograr el reconocimiento.
Tulio Fraboschi, uno de los representantes de los antiguos soldados, manifestó a Noticias Urbanas que “en 2012 se elevó ante el Ministerio un padrón, que quedó guardado allí. Nosotros, anteriormente, creíamos que ese padrón ya existía, pero siempre nos lo negaban. Finalmente supimos que existía. El jefe de Gabinete de Néstor Puricelli, Carlos Esquivel, realizó un entrecruzamiento del listado nuestro con el que poseía el brigadier general Jorge Chevalier –jefe del Estado Mayor Conjunto–, del cual resultaron unos 317 nombres positivos, que nos incluían a nosotros. Allí se produjo la renuncia de Puricelli y el trámite volvió a quedar en agua de borrajas”.
Luis Giannini, otro de los voceros de los acampantes de Plaza de Mayo, relató que “dos veces se abrieron los archivos. La primera, en 2012, cuando se abrió el Informe Rattenbach por orden de la Presidenta, y la segunda fue este año, cuando se desclasificó –por medio del Decreto N° 503/15– lo que aún restaba de los archivos del TOAS, según dijo la Presidenta, ‘para que se sepa toda la verdad sobre el conflicto del Atlántico Sur’”.
A pesar de los apoyos que cosecharon, entre los que se contaron los del Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; el presidente de la Asociación de Abogados de Buenos Aires, Eduardo Tavani, y la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto, por ahora el reclamo duerme el sueño de los justos.
Nuevamente, Giannini resume el estado de ánimo de los antiguos soldados. “Los veteranos seguimos tirados en la Plaza de Mayo, a pesar de que en todos los recursos administrativos nos aceptaron como veteranos de la guerra de Malvinas. Incluso, en su homilía del Jueves Santo de 2010, el entonces cardenal Jorge Bergoglio expresó: ‘Venimos a rezar por aquellos que han caído, hijos de la Patria que salieron a defender a su madre, la Patria, a reclamar lo que es suyo de la Patria y les fue usurpado”.
En realidad, esta frase debería ser puesta en contexto. Bergoglio encaró gestiones para que los exconscriptos del acampe fueran reconocidos como veteranos de guerra. Recordó que, entre otros temas, 17 de ellos forman parte de las 649 bajas reconocidas por el Gobierno argentino, porque desarrollaron tareas de defensa de las bases aéreas patagónicas, y planteó que todos los involucrados en el conflicto debían ser reconocidos.
Como resultado de esta gestión, las Fuerzas Armadas elaboraron un padrón, titulado “Partícipes del conflicto del Atlántico Sur”, en el que se los reconoció como combatientes, aunque aún no recibieron los certificados de “Veteranía de Guerra” exigidos por el Decreto N° 509/88.
Todo lo demás son palabras vacías de contenido, aunque la espera se alargue innecesariamente a causa de hechos que no tienen explicaciones lógicas, tan poco lógicas que equivalen a especulaciones sin demasiado sentido.