El Papa Francisco me respondió “me gustó la ponencia en la Academia Pontificia. Une el pasado con el presente, el norte con el sur, la dignidad del trabajo atacada por la mafiosidad. Por otro lado la objetividad de los datos históricos le da fuerza.” Estas palabras de Jorge Mario Bergoglio las recibí tras mi ponencia en abril de este año en el Vaticano en Coloquio sobre Trata que participé como titular de la Alameda. La trata es un delito que ataca valores fundamentales del ser humano. Ataca la vida, ataca la libertad, ataca la dignidad y como ataca lo más esencial del ser humano, justamente por eso Francisco firmó ese documento en diciembre de 2014, junto con las demás líderes de otras religiones del mundo donde se comprometen a abogar para que la trata sea considerada un delito de lesa humanidad. De lesa humanidad significa que no puede prescribir, porque ataca lo más esencial del ser humano.
Otra cuestión que parece obvia pero no lo es tanto, es que cuando la sociedad deja de estar centrada en el hombre y empieza a estar centrada en el fetichismo o en la tiranía del dinero, es ahí cuando fenómenos como la trata y otros delitos conexos empiezan a tener un peso específico mucho mayor dentro de las sociedades.
La tercera cuestión, y que tiene que ver un poco con la historia del capitalismo y con la historia de Latinoamérica y de la Argentina también, es que la trata ha sido un instrumento de acumulación mafiosa de capital, de acumulación originaria de capital. Hay que recordar que en la conquista de América los métodos de servidumbre, de la encomienda, de la mita y el yanaconazgo, fueron predominantes. Hay que recordar también que Inglaterra basó su desarrollo industrial y su primera acumulación originaria de capital mediante el exterminio, conquista y tráfico del continente africano, al cual sometió a la más cruda explotación.
Hay que recordar también que hubo muchos cristianos que lucharon contra esto, entre los cuales, ya desde 1511, quizás el primero que se rebeló fue el sacerdote dominico, Antón Montecinos, quien había ido con Diego Colón a una de las tantas expediciones y en una de sus homilías empezó a preguntarles a quienes viajaban con él si realmente se sentían cristianos, si sentían que estaban haciendo las cosas bien en tratar como estaban tratando a los aborígenes, en esclavizarlos, en exterminarlos, en violarlos.
Poco tiempo después, Fray Bartolomé de las Casas, el Obispo de Chiapas, también se refirió extensamente sobre el exterminio y los métodos de esclavitud a los cuales estaban sometidos los aborígenes. Lo mismo hizo el Obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, quien ya dio un paso más, y empezó a plantear la necesidad de organizar trabajo productivo, colectivo, de inclusión, trabajos dignos, para liberar en la práctica a los aborígenes de este servicio de encomienda, de esas relaciones de servidumbre que les imponían los conquistadores.
Pero sin ninguna duda los más revolucionarios de los cristianos que lucharon contra este flagelo, contra este horror, fueron los Jesuitas, quienes desde mediados de 1500, comenzaron a trabajar en lo que luego se conoció como las misiones jesuitas. Básicamente el concepto con el que trabajaron es que había que construir el sentido de comunidad, había que integrar a los dos mundos, había que establecer relaciones humanas de igualdad, fomentar el trabajo productivo, genuino y justo tanto individual como colectivo, y que mediante el trabajo en comunidad, solucionando los problemas temporales más urgentes, iba a ser mucho más fácil que floreciera la espiritualidad en común y el sentido de pertenencia a la comunidad.
Este fue el trabajo que los Jesuitas hicieron, muy intensamente, en las zonas fronterizas de Uruguay, Paraguay, Argentina, de Brasil, con muchísimas dificultades porque tenían dos grandes enemigos. Tenían a los encomenderos, que obviamente querían llevar de vuelta a reducciones de servidumbre a las tribus guaraníes, y tenían también a los esclavistas, a que se les arruinaba el negocio de la compra y venta de seres humanos.
Las misiones jesuíticas fueron comunidades productivas donde había producción agropecuaria y donde había propiedad colectiva y propiedades individuales. La propiedad colectiva se llamaba tupambaé – Tupa era el dios de los Guaraníes – y en esta propiedad colectiva los Guaraníes trabajaban tres veces por semana y garantizaban una producción intensiva bastante importante para poder garantizar la subsistencia de la comunidad, y los tres días restantes de la semana, porque uno descansaban, era avamba´e, o sea la propiedad individual de cada una de las unidades familiares que integraban esta comunidad.
Al principio tuvieron muchas dificultades para crear estas misiones hasta que algunos gobernadores como Hernandarias entre otros, las alentaron y establecieron que aquellos Guaraníes que perteneciesen a esas comunidades no iban a estar sometidos al servicio de la encomienda, o sea no iban a ser reducidos a la servidumbre. Fue ahí cuando se masificaron las misiones y llegaron a tener, en su mejor momento, hasta 150,000 aborígenes. Repito, 150,000 personas en las misiones. No hay experiencia en la historia de rescate masivo de personas en situación de servidumbre más importante que la que llevaron adelante las misiones jesuíticas en aquel momento.
Como era de esperar, con el éxito de las misiones, fueron creciendo los resquemores de los esclavistas, Y vinieron del lado del imperio portugués, del imperio español, porque la integración de los aborígenes en las misiones obstaculizaba la pelea por la máxima ganancia e impedía las formas de explotación más crudas, más crueles impuestas durante la conquista. Todos sabemos que al final hubo un proceso de desgarramiento, de destrucción, de desmantelamiento de las misiones a mediados de 1700; que fue un proceso gradual, donde los Jesuitas finalmente fueron expulsados de Latinoamérica. No obstante, la obra de los Jesuitas continuó a lo largo del tiempo y dejaron como legado en la memoria histórica que el trabajo en comunidad, que la pertenencia a una comunidad, que el tratamiento igualitario, que el trabajo digno era el camino más practico para recuperar la espiritualidad y el camino más practico para superar las relaciones de servidumbre y construir dignidad. Esto es muy importante tenerlo presente, porque hoy en día, uno de los debates que hay en todo el mundo alrededor del tema de la trata es no solamente como combatirla, sino como reinsertar a las víctimas en la práctica, o sea, una vez que se las recupera, como lograr efectivamente su reinserción y claramente todavía no se han encontrado alternativas sustentables para poder generar trabajo digno.
Ahora dare dos ejemplos concretos de Argentina, que fueron relativamente exitosos en pequeña escala y si se generalizaran, podrían ser un ejemplo a seguir. Hace algunos años, luchando contra el trabajo esclavo en la industria textil, donde había muchos ciudadanos bolivianos reducidos a la servidumbre, logramos que un juez federal allane un taller esclavo, rescate a sus víctimas y disponga la incautación de las maquinarias del esclavista para reutilizarlas socialmente en la reparación de las propias víctimas. El Estado se hizo cargo de estas maquinarias, ahí se agruparon en un predio estatal nueve cooperativas de ciudadanos que antes estaban sometidos a la esclavitud y que empezaron a trabajar en forma libre. Hoy trabajan más de un centenar de trabajadores de modo cooperativa que antes eran esclavizados y con maquinarias que antes eran utilizadas para esclavizar y ahora son utilizadas para liberar. También hubo otra experiencia reciente con un pueblo aborigen, el pueblo Qom, donde se les entregó maquinarias y también se empezó a armar una cooperativa en territorios donde solo había desempleo y desolación. Esta maquinaria también provino de la incautación y reutilización de los bienes de la mafia. Aquí las cooperativas son como pequeñas comunidades donde las ex victimas recuperan el sentido de su dignidad y libertad mediante el trabajo asociativo y productivo.
(*) Legislador porteño – Bien Común