¿Grasa como definición de clase o como ingrediente de tejido adiposo? La desdichada frase del ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, respecto de sus planes para mejorar el funcionamiento del Estado trajo a la luz de los medios una interna que hasta ahora el Gobierno mantenía con fórceps puertas adentro.
“No vamos a dejar la grasa militante, vamos a contratar a gente idónea y a eliminar ñoquis”, dijo el exasesor de Amalita Fortabat, en una extensa conferencia de prensa.
Durante la campaña presidencial, el sciolismo había revoleado un video del mismo Prat-Gay advirtiendo a una selecta platea sobre el riesgo de que venga algún caudillo del interior, de alguna provincia chiquita, a intentar gobernar el país. ¿Hacía un parangón con la historia de los Kirchner? Aunque mencionó un distrito del norte del país, aquella pirueta discursiva fue tan inoportuna como esta última. Aun cuando desarrolló su carrera como economista, los años en la política deberían alertar a Prat-Gay de que hay cosas que no se dicen en público. Incluso si fueran ciertas.
Para colmo de males, la emisión de deuda del BONAR 2020 que Prat Gay planeaba ampliar hasta 5.000 millones de dólares fue declarada desierta este miércoles.
La polémica por la grasa, que el kirchnerismo opositor previsiblemente tomó como un acto de discriminación y blandió exultante para pegarle al ministro, también desató la furia interna de quien hoy parece, si no uno de sus enemigos, al menos un contrapeso dentro de la Casa Rosada: el jefe de Gabinete, Marcos Peña.
El joven funcionario, el preferido de Macri, apoya gran parte de su éxito pasado y presente en el manejo de la comunicación. Una de sus últimas aventuras fue impulsar la foto de un perrito arriba del sillón presidencial. Más allá de lo que se piense sobre la imagen del can en un lugar tan emblemático, mal no le fue a Peña hasta ahora. Pero el juego grande lo expone a mayores riesgos.
El enojo del coordinador de ministros con uno de sus subordinados, al menos en los papeles, como Prat-Gay, venía de arrastre por otros raides mediáticos del exfuncionario K. La tensión era previsible: si bien Macri dividió el área económica y hasta puso dos subcoordinadores debajo de Peña y por encima del resto (Quintana y Lopetegui), Prat-Gay se mueve con autonomía. Cree tener los méritos para hacerlo. No solo por sus antecedentes, sino por haber instrumentado la medida que más éxito tuvo hasta ahora de la gestión macrista: el levantamiento del cepo.
Los recelos de Peña con Prat-Gay son porque considera que su alta (en calidad y cantidad) exposición en los medios trastoca una estrategia de comunicación planeada y obsesiva.
Todas las mañanas, el jefe de Gabinete repasa con sus colaboradores cercanos si la consigna con la que desembocaron en el Gobierno se está cumpliendo. Esto es, al menos en las primeras semanas, encadenar anuncios desde la Casa Rosada, uno detrás de otro.
Paradójicamente, pese a esta atención que presta a la agenda en la prensa, el jefe de Gabinete mandó a sacar nueve de los diez televisores que tenía en la amplia oficina su particular antecesor, Aníbal Fernández.
La tensión por la comunicación que se trasluce desde el reducto de Peña no se agota en el ministro de Hacienda. Una de las acompañantes del Presidente en Davos también recibió reprimenda: la canciller Susana Malcorra. A la exfuncionaria de la ONU le habrían “facturado” por la marcha atrás que debió dar Macri respecto de Venezuela. El poder suele ser injusto: el Presidente venía amenazando con pedir la “cláusula democrática” con el país de Maduro ya en campaña y cuando el nombre de Malcorra ni siquiera se mencionaba. La advertencia electoral quedó en eso.
Cuando Macri viajó a la reunión del bloque, si bien mantuvo su discurso contra el régimen chavista y se mostró cercano a la oposición de ese país, no hubo ningún pedido de sanción formal. En el reparto de culpas por la marcha atrás y por la expectativa que había generado la dura postura de Macri, algunos apuntaron a Malcorra.
Otro tema que genera inquietud y ya abrió un cortocircuito dentro del Gabinete es otro punto internacional, pero en este caso el “retado” no fue Malcorra sino el ministro de Justicia, Germán Garavano. En la mirada de Peña y su entorno, el Gobierno se perdió de capitalizar una noticia de impacto mundial por la verborragia de Garavano. Fue el ministro quien en charla informal con varios medios anticipó que Macri dejaría caer el pacto con Irán. Ese apresuramiento, consideran en el equipo de comunicación más selecto del macrismo, los privó de sumar días de apoyos y buena imagen en el mundo al que buscan reinsertarse.
Pero además de este cuestionamiento de tiempos, a Garavano también le adjudican falta de efectividad en algunas tareas que requeriría su cargo. Esto es, llevarse puesta a la procuradora ultra-K Alejandra Gils Carbó y apurar la jubilación de algunos jueces muy cercanos al modelo nacional y popular, como Oyarbide y Canicoba Corral, entre otros. Si bien el primero ya anticipó que arrancará sus trámites previsionales, acaso como un paraguas para evitar que avancen con juicios políticos en su contra, ahora que el macrismo y sus aliados manejan el Consejo de la Magistratura, el fan de Spartacus sigue en su poltrona. El líder del Pro tiene memoria, y Oyarbide fue uno de los que lo tuvo atado por la causa de las escuchas ilegales en la Ciudad durante años.
Garavano deberá tomar nota: uno de sus antecesores en el macrismo, Guillermo Montenegro, terminó exiliado como embajador en Uruguay, luego de que también le marcaran su falta de efectividad en ciertos menesteres. Básicamente, evitar que avanzara la causa por las escuchas. Se suponía que la pertenencia de Montenegro al selecto grupo de jueces federales ayudaría para esos mandados, pero pasó algo particular: en Tribunales zafó antes Montenegro que Macri.
El detalle terminó en el castigo montevideano. Parece demasiado pronto para un revival nacional. Pero los buenos modos de Peña, dicen quienes mejor lo conocen, contrastan con su dureza en la gestión interna.