Siempre estuve seguro de que iba a escribir esta nota. Porque todo concluye al fin y estaba claro que el kirchnerismo, por muchísimas razones, estaba terminando su gobierno con la lengua afuera. El final del kirchnerismo era una nota cantada incluso antes de perder el gobierno. Y así como hubo fin del alfonsinismo, menemismo y duhaldismo, en la porción moderna de nuestra historia posdictadura, este fin era igualmente esperado por la Historia.
La soledad brutal en la que se quedó la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en su último mandato fue el presagio de que no habría músculo suficiente en la sociedad para defender una idea que, aunque tuvo buenas intenciones en sus orígenes, terminó siendo un relato derrotado por la realidad. Aunque junte una multitud este miércoles en apoyo a su declaración judicial de la misma manera que no juzgamos su fracaso a partir de la corrupción desmedida.
Ya desde 2012 los números daban muy mal, las expectativas eran peores y la capacidad del gobierno –como suele pasar en cualquier lugar del mundo después del octavo año en el poder– era casi nula. Ya se veía a la Justicia querer desmarcarse de a poco de lo que fue, en ella, una década para el olvido, por presiones ajenas y, sobre todo, por culpas propias: jueces cobardes que ahora guapean, como Casanello y tantos otros.
Los sospechosos de siempre
No nos vamos a trepar a la semana trágica del desfile por Comodoro Py de los principales figurones K para decir que el kirchnerismo se acabó. No es necesario, si bien es absolutamente saludable para nuestra democracia e instituciones que los jueces se hayan decidido a juzgar los delitos y horrores del poder político, algo que esperemos que aprendan ahora a hacerlo en tiempo real.
Solamente un párrafo para los que están siendo investigados. Ninguno de ellos podría haber hecho la fortuna que hizo –Lázaro Báez, Cristóbal López, Ricardo Jaime, Osvaldo “Bochi” Sanfelice, los valijeros como Fariña o los contadores como Pérez Gadín– sin la anuencia, la conducción, el poder y las órdenes que emanaron del clan Kirchner. Como buenos machistas, el dinero lo manejó primero Néstor, con justeza, y después Máximo, como pudo. Estos santacruceños –todos menos la señora de Tolosa, aunque ella siempre trabajó en tándem– entendieron que la plata, para la política, era casi lo único fundamental. Su motor. Y la seguridad del éxito y del futuro. Los billetes fueron a parar no se sabe adónde. Ya aparecerán.
También hay corruptos como Sergio Szpolski, su farsa de relato y sus millones –nuestros– cedidos por todos aquellos que se los dieron, casi cómplices de tanto desperdicio que terminó en la nada. Si hay algo que adelantó la caída del kirchnerismo fue la caída del Grupo 23, una película de cowboys hasta el día de hoy. La gente la mira, en la calle, sin trabajo. Así termina este relato tan caro como poco épico de este oscuro personaje tras doce años de acumular billetes.
Los mariscales de la derrota
Nadie conocía al gabinete, que no se reunía nunca. Y menos sus políticas, que no fueron revolucionarias. Casi nadie, en la fuerza que había encumbrado a Cristina, la soportaba más, como lo demuestra el presente que vive el Partido Justicialista, esta semana, con la tristeza de ver cómo Gioja y Scioli son elegidos como una conducción carente de poder real. Mal momento para el PJ. Una transición que le deja el bronce a un buen tipo como el viejo sanjuanino, acompañado por otro que merece un párrafo aparte. Los que pueden armar no quieren salir ya. Los otros no pueden nada. La síntesis es lo que pasó. Y La Cámpora quedó afuera.
Increíblemente por los perfiles de unos y otros y por su enfrentamiento durante la década, el kirchnerismo y el sciolismo murieron al mismo tiempo. Quizás por la decisión de Scioli de abrazarse hasta el final a la expresidenta o quizás por la ley de “el que pierde no sobrevive” que tiene el peronismo. Y por perder dejaron a Macri. Algunos sugieren que se lo puede calificar con un adjetivo con el que se castiga en el peronismo: un mariscal de la derrota.
Pero en ese rubro tenemos también a Aníbal Fernández, quien, además de alzarse con una elección interna que no le correspondía dejando en el camino a alguien cien veces más limpio y capaz como Julián Domínguez, permitió el triunfo de la nueva estrella del firmamento político: la joven María Eugenia Vidal, quien mientras gestiona como puede entre tanto desatino previo y faltantes de todo, también se le anima a la política grande y articula su partido y su fuerza, buscando los liderazgos que también intentan Jorge Macri en el plano provincial y Marcos Peña y Rogelio Frigerio en el marco nacional.
No se podía votar en la Provincia a un presunto narcotraficante. La gente está mal pero no loca. Y Scioli perdió la Provincia que desgobernó y ninguneó antes de perder la elección nacional. Claramente, entre su pésima gestión y el candidato nefasto Aníbal, no es muy difícil saber por qué ganó Vidal. Y luego Macri detrás de ella, ya con la Provincia noqueada.
Los pibes, bajo la lluvia y sin paraguas
La Cámpora está entendiendo de a poco que el mundo es diferente al que los vio nacer. Sin poder ni plata hay que negociar con compañeros expertos que vienen con algún grado de revancha contra los chicos. Y eso dentro del FpV, porque en el PJ ya no existen. Y al FpV tampoco le queda mucho. Dejaron de ser “unos fenómenos” que resuelven todo a su manera. Hoy resuelven lo que pueden y de cualquier modo. Los bloques están partidos en todos lados y los emergentes detestan a los pibes, no por su edad, sino por su avaricia a la hora de ejercer el inmenso poder que tuvieron. Algo que no hizo, por ejemplo, Julio de Vido.
El fin del kirchnerismo ya llegó. Importa menos cuántos irán presos (ojalá que todos aquellos que robaron) como el hecho de no repetir los errores y que el peronismo pueda regenerarse y reconvertirse a la nueva lógica del país. Lo hará a favor o en contra, pero ya no más desde la lógica K. Esa que empezó a formar parte de la historia argentina.