Renunció el funcionario de la ONU que denunció abusos sexuales

Renunció el funcionario de la ONU que denunció abusos sexuales

Mala noticia para Susana. Malcorra. Se trata de Anders Kompass, el funcionario que denunció ocultamiento de casos de abuso sexual cometidos por cascos azules.


“En muchas ocasiones la ONU falló en mantener sus principios y estándares de su Carta, sus reglas y regulaciones”, así comienza la dura carta que publicó el ex funcionario de la ONU, Anders Kompass, donde denuncia que la entidad abusó sexualmente de miembros de la República Centroafricana en una de sus supuestas misiones.

Esta dura acusación implica al mismo tiempo un traspié ético para Susana Malcorra, actual canciller argentina y candidata a suceder al Secretario General de la ONU, ya que en el momento de la denuncia era la Jefa de Gabinete de Ban Ki Moon.

En la carta, Kompass denuncia la impunidad y la falta de controles internos para denuncias sobre ocultamiento y fallas por parte de la burocracia administrativa de la ONU.

“La ONU raramente le pide explicaciones a sus empleados por acciones anti éticas, especialmente a quienes están en posición de poder. Y cuando lo hace no hay castigos significativos posteriormente. El sistema de rendición de cuentas de la ONU está roto. Simplemente no funciona”, sostuvo Kompass en su carta días atrás.

Luego de las filtraciones de esa información, Kompass fue suspendio por la ONU. Sin embargo, las investigaciones posteriores demostraron la inocencia de Kompass y un panel independiente de expertos aseguró que los funcionarios involucrados no sólo habían demostrado impericia sino que también habían cometido “abusos de autoridad” en distintos niveles.

 

La carta completa:

“Antes de informar sobre los casos de abuso sexual a niños por cuerpos de paz en la República Centroafricana en 2014, había trabajado en la ONU cerca de 20 años.

No hay una jerarquía posible del horror y la brutalidad de la que fui testigo en esas dos décadas – masacres, torturas, asesinatos, desplazamientos de poblaciones enteras – pero un niño de ocho años describiendo en detalle un abuso sexual perpetrado por los cuerpos de paz que debían protegerlo es la clase de cosa que quisiera no tener que volver a leer nunca más.

También vi malos funcionamientos de la ONU en todos esos años pero no estaba preparado para la manera en la que la organización trató a los eventos, a sus repercusiones escandalosas y a mi.

Cólera en Haití, corrupción en Kosovo, asesinatos en Ruanda, cobertura de crímenes de guerra en Darfur: en muchas ocasiones la ONU falló en mantener sus principios y estándares de su Carta, sus reglas y regulaciones. Tristemente, nos toca ser testigos de cada vez más personal de Naciones Unidas menos comprometidos con las normas éticas de la administración pública internacional que haciendo lo que resulta más conveniente – o menos problemático – para sí mismos o para los estados miembro.

¿Por qué?

Principalmente porque el costo individual de comportarse éticamente es percibido como muy grande. Dicho de otra manera, el beneficio del individuo de no comportarse éticamente es percibido como más grande que el costo de tomar una postura ética.

Los empleados tienen miedo. Un miedo basado en una amplia experiencia. Muchos empleados fueron víctimas de represalias o vieron represalias contra quienes tomaron posturas éticas impopulares (incluyendo reportar conductas internas anti éticas) en forma de marginación, acoso laboral, traslados repentinos, evaluaciones bajas de sus trabajos y no renovación de contratos. Están convencidos de que el sistema no los protege.

Lo que me pasó a mi refuerza esa convicción. Actué éticamente cuando reporté los abusos sexuales en la República Centroafricana a las autoridades externas al organismo. Les di los detalles necesarios, en medio de una guerra civil, para que rápidamente encuentren y protejan a las víctimas, frenen a los victimarios y consigan información de los investigadores de la ONU. Y aún así me pidieron la renuncia, me suspendieron de mi trabajo cuando me negué a renunciar y fui humillado públicamente por altos directivos de la ONU y sus voceros durante muchos meses mientras era investigado por una supuesta filtración de información confidencial.

De lo más alto a lo más bajo, la cúpula de la ONU falla en mantener sus principios, especialmente cuando puede tener ramificaciones políticas. Un ejemplo claro reciente fue la decisión del Secretario General de remover a Arabia Saudita de la lista de países que matan o mutilan niños por temor a que ese país recorte fondos.

La ONU raramente le pide explicaciones a sus empleados por acciones anti éticas, especialmente a quienes están en posición de poder. Incluso cuando lo hace, no hay castigos significativos posteriormente. El sistema de rendición de cuentas de la ONU está roto. Simplemente no funciona.

La ONU afirma que el sistema interno de justicia funcionó en mi caso.  Esto es absurdo. Bajo la sostenida presión de los estados miembros, el Secretario General se vio obligado a crear un panel externo e independiente que investigara el tema. El panel encontró que las máximas autoridades de la ONU que debieron, por mandato, haber investigado del caso no lo hicieron y abusaron de su autoridad para no hacerlo. Pero ninguno de los que abusaron de la autoridad en diferentes niveles, incluyendo el hecho de haber ignorado reportes de abuso sexual a niños, fueron sancionados.

El resultado inevitable de este tipo de casos es que los empleados de la ONU que ven este grado de impunidad pierden su fe en el sistema. Yo la he perdido.

En mi país, Suecia, un ministro renunció por acusaciones de malversación de 10 dólares de dinero público. En cambio, en la ONU, directivos acusados de ocultar abuso sexual a niños, de mantener conductas dudosas al respecto, no sienten la necesidad de renunciar y la organización tampoco busca que renuncien.

Aún peor, aquellos que tomaron una conducta ética pero impopular, incluso reportando mala conducta de otros, aprendieron que el dolor de la revelación y la venganza supera a cualquier beneficio que se consiga. El sistema es engorroso, el proceso es prolongado y la compensación a cambio es mínima.

Luego de meses de agónica espera, fui exculpado por las investigaciones internas y externas. Eso significa que luego de haber sido presentado como culpable por la ONU – en lo que sentí demasiado tiempo – y tras haber sido reconocido como inocente, hubo una expectativa razonable de que los principios de justicia que la organización predica a sus estados miembro fuera aplicada. Sin embargo, según mi conocimiento y a esta fecha, la ONU no tomó ninguna iniciativa para abordar los problemas estructurales del sistema de rendición de cuentas internos sobre los directivos de la ONU contra mi, ni inició ningún proceso de compensación sobre las “consecuencias realmente negativas” que sufrí junto a mi familia tal como reconociera el panel externo que investigó el caso.

Pude haber apelado al Tribunal de Naciones Unidas para una compensación pero, de hacerlo, eso sólo hubiera significado una compensación monetaria, con dinero que viene del presupuesto de la ONU generosamente aportado por los contribuyentes de todo el mundo antes que del salario de los que cometieron las ofensas sobre mi persona.

Los estándares éticos de la ONU no van a mejorar hasta que los responsables de las malas conductas, antes que la organización, sean personalmente responsables por sus acciones.

Así que si pasar por el sistema de la ONU es ineficaz e incluso perjudicial para uno mismo, ¿qué deberían hacer los empleados sobre cuestiones éticas internas sin resolver? Bueno, filtrarlas.

Las filtraciones obligan a la ONU a actuar éticamente sobre temas que son ignorados y ocultados por sus responsables internos. Quienes filtran información utilizan la fuerza de la opinión pública. Esto significa que los empleados de la ONU confían más en la defensa de la ética del público que en la de los propios directivos de la organización.

Así de mal está todo.

De no haber sido por la filtración de información a través de ONGs y la prensa, habría sido despedido en 2015 o renunciado por la desesperación y la humillación. Si no hubiera sido por esas organizaciones, por la prensa, individuos anónimos, la verdad hubiera sido enterrada dentro de las Naciones Unidas. Estoy enormemente agradecido a todos ellos e igualmente triste porque esa intervención fue necesaria.

Violaciones a los derechos humanos en el Congo, corrupción y explotación en Bosnia Herzegovina, los abusos de cuerpos de paz en misiones de paz: el mundo sabe de eso sólo porque alguien rompió el silencio y lo filtró. Se está volviendo una respuesta sistémica a las fallas éticas de la ONU.

Y todavía la organización reacciona a estos escándalos castigando a aquellos que tratan de mantener una posición ética, ocultando la verdad lo máximo posible y controlando la información. En vez de crear una cultura que salude las filtraciones como una oportunidad para fortalecer los valores y estándares de la organización, la ONU promueve una atmósfera de miedo y marginaliza a los individuos que no se ajustan a la línea.

Aún con todo el polvo que levantó mi caso, nunca sentí que fuera nuevamente aceptado entre los miembros directivos de la ONU. De hecho, se me volvió imposible volver a hacer alguna contribución significativa en la organización. Y, si no puedo ser útil para continuar luchando por lo que siempre creí, entonces es el momento de irme.

Por eso es que, después de 21 años de servicio, renuncié a las Naciones Unidas.

Sigo creyendo en la defensa de los derechos humanos. Sigo creyendo que la organización universal es necesaria para mejorar las posibilidades de progreso y paz en el mundo. Pero también creo que sin grandes cambios que resuciten el comportamiento ético en la ONU la organización no podrá enfrentar con éxito los desafíos del hoy y del mañana.

Y, en este último punto, mi experiencia me ha dejado desafortunadamente escéptico”.

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