Daniel Alberto Passarella, expresidente de River, es el más famoso pero no el único conocido entre los procesados en la causa por reventa de entradas en la entidad. Otro personaje saliente es, precisamente, Daniel Bravo, hijo del fallecido dirigente socialista, Alfredo Bravo. Secretario de River durante la gestión del Kaiser, también habría participado de la comisión de los delitos de “defraudación por administración fraudulenta”.
Antes de su actuación en el ámbito del fútbol, Bravo cobró notoriedad como funcionario y operador. Hijo de Alfredo, maestro de escuela con militancia socialista y torturado durante la Dictadura, Daniel tuvo relación de joven con Enrique Nosiglia y, a través suyo, se arrimó a la política.
Como tantos radicales desencantados con el fracaso de la Alianza, se pasó al ARI de Elisa Carrió y, en el ámbito porteño, trabajó para el éxito de la candidatura de Aníbal Ibarra a jefe de Gobierno porteño.
Luego de pelearse con Lilita y ya como secretario de Deportes de la administración ibarrista, Bravo denunció, en 2005, como parte de una campaña de descrédito, que Enrique Olivera –aliado electoral de Carrió– tenía cuentas no declaradas en el exterior. El mismo Bravo debió retractarse dos años más tarde.
Dentro de River se le reconocía a Daniel su capacidad de adaptación: haber sido un destacado miembro de la conducción de José María Aguilar, quien le confió el manejo del instituto del club, no fue impedimento para que integrara la primera línea de gobierno con Passarella.
Bravo también apareció involucrado en los aprietes al árbitro Sergio Pezzotta, en el partido ante Belgrano que terminó con el descenso del club de Núñez al Nacional B.
En desacuerdo con aspectos de la gestión, en especial la costosa incorporación de Jonathan Fabbro, Bravo renunció a su cargo en octubre de 2013, dos meses antes de las elecciones que consagraron a Rodolfo D’Onofrio.