No es el mejor momento para disputar una interna. Ese fue el espíritu del Pro bonaerense, que definió saldar con
una lista de unidad las pujas entre el vidalismo y los sectores de Jorge Macri y de Emilio Monzó, y que parece haber propagado su ejemplo hacia la Unión Cívica Radical, agrupación adicta, si las hay, a las sangrías internas.
Es que a dos años de haberse enfrentado en una batalla electoral para dirimir sus autoridades, ahora todas las sensibilidades radicales (que en la Provincia es un abanico bastante heterogéneo) se pusieron de acuerdo en una lista de consenso que llevó a la presidencia del Comité bonaerense al vicegobernador, Daniel Salvador.
Curioso, si se mira en retrospectiva: hace exactamente dos años, cuando la conformación del frente Cambiemos era todavía una promesa difusa, el diputado Ricardo Alfonsín y Salvador se enfrentaron en las internas, que ganó el hijo del expresidente por 53 a 47 por ciento.
En aquella oportunidad, Salvador –un hombre de prestigio al interior del partido por su militancia en derechos humanos– se lanzaba como mascarón de proa del filokirchnerista Leopoldo Moreau y contaba con
la ayuda de los radicales fugados que aún tienen peso en el aparato partidario, como Gustavo Posse y Mario Meoni. El rol de Ernesto Sanz, entonces presidente nacional de la UCR, también fue ambiguo, pero se cree que jugó a favor de Salvador. El tiempo quiso que más adelante este correligionario de bajo perfil fuera el radical elegido para ser compañero de fórmula de María Eugenia Vidal.
Hoy en día, Moreau ya no participa activamente de las contiendas internas, aunque su influencia sigue gravitando en la periferia. Su armado del Radicalismo Popular se convirtió en una línea kirchnerista que se peleó el año pasado con la dirigencia abroquelada bajo la conducción de Sanz y jugó todo a un triunfo de Daniel Scioli que no fue, por lo que quedó relegado en el proceso de decisión partidario. Este es, tal vez, uno de los factores por los que se logró este año evitar una elección interna.
Sin embargo, sobre principios de septiembre, la situación aparentaba ser más conflictiva. El MoReNa (el movimiento interno que nuclea al alfonsinismo) impulsaba la candidatura del senador provincial Carlos Fernández, ya que el propio Alfonsín no estaba interesado en reelegir. Fernández representa el peso territorial de los intendentes del interior bonaerense: además de ser legislador por la Quinta Sección, fue jefe de Gabinete del alcalde más popular que tiene la UCR en la Provincia, el tandilense Miguel Lunghi, quien renovó su mandato por más del 50
por ciento de los votos.
Pero en la vereda de enfrente, el exsenador Ernesto Sanz empujaba la candidatura del diputado provincial Maximiliano Abad, mientras que los radicales más afines a consolidar la gobernabilidad y el frente Cambiemos querían seguir el ejemplo de Vidal (que fue entronizada como presidenta del partido en la Provincia) y que el vicegobernador Salvador fuera ungido titular del Comité.
Fuentes de la UCR explican por lo bajo que la jugada de Sanz descolocó a más de uno. “No se entiende lo de Abad, si es porque quiso mandar una advertencia al macrismo –que siempre iba a preferir a Salvador por ser el más vidalista– o si se trata de otra movida para esmerilar a Ricardo, a quien nunca quiso ni querrá”, señalaba un conspicuo correligionario.
Para la tercera semana de septiembre, las negociaciones alcanzaron su pico máximo y la voluntad de evitar escenas fraticidas primó por sobre la rivalidad (en 2014, los de Moreau denunciaron fraude en los medios y hace no muchos años hubo una jornada de elección interna donde volaron sillas y se registraron golpes). Finalmente, se definió
que Salvador sea el presidente del Comité, Carlos Fernández su vicepresidente y Abad el secretario general, tercer escalón en importancia en la estructura orgánica tan preciada por la dirigencia partidaria.
Esta definición salomónica representó un guiño a la continuación de Cambiemos (el alfonsinismo es el más crítico con el Pro) y un triunfo para Vidal, quien se asegura un comandante afín en la esfera radical más importante del país: el padrón electoral de la UCR bonaerense, confeccionado por última vez en 2009, consta de 720 mil afiliados habilitados para votar, aunque suele ser solamente el 20 por ciento el que acude a las urnas en las internas.
Por otra parte, es un logro para el Pro, porque también se definieron por consenso los cuatro delegados que representan a la Provincia en el decisivo Comité Nacional: uno de ellos será Alfonsín, mientras que otro será de Sanz y los otros dos de Salvador.
Con respecto a los delegados que el distrito tendrá en la Convención Nacional (el órgano que define las alianzas electorales), habrá un tercio para cada uno de los sectores que firmaron el acuerdo por la lista de unidad. De esta forma, una cómoda mayoría de los radicales bonaerenses “orgánicos” estarán alineados al tándem Vidal-Macri.
Aún así, los enojos de los socios electorales privilegiados del Pro no parecen disiparse y los reclamos por más cargos y por más peso en las decisiones son ya casi una tradición de Cambiemos, aunque el jefe de la estrategia global macrista, Marcos Peña, intentó varios gestos para amortiguarlos (por ejemplo, es el gran insistente en la concreción
de las Mesas Cambiemos en todas las provincias).
Ahora, Salvador será el que tendrá que lidiar y matizar ese disconformismo. Pero sobre todo, deberá encargarse de negociar el año que viene con su socio mayor los lugares de las listas de legisladores nacionales (en 2017 también toca senador nacional) y provinciales. Una discusión en la que van asomando, a lo lejos, los peronistas que tienen
ganas de entrar por la ventana, al resguardo del vidalismo. Allí se verá si el vicegobernador tiene la cintura para desanudar tanta maraña.