Emilio Monzó es un hombre con un índice muy bajo de conocimiento entre los votantes. A pesar de su rol institucional importante –es presidente de la Cámara de Diputados, tercero en la línea de sucesión presidencial tras la vicepresidenta y Federico Pinedo–, siempre cultivó un perfil bajo y evitó las declaraciones altisonantes. No solamente por su timidez y su desinterés en pelear cargos electivos, sino porque la discreción era una necesidad por su papel de arquitecto del frente Cambiemos.
Sin embargo, el poder cambia todo. Monzó quería ser ministro de Interior pero el hoy Presidente lo sorprendió con el ofrecimiento (de probable autoría intelectual de Marcos Peña) para presidir la heterogénea Cámara baja. “Me lo pidió porque necesita allí interlocutores con el peronismo”, explicaba hace un año el exintendente de Carlos Tejedor y ex diputado provincial. Pero ese lugar lo distanció de su rol preponderante en el tejido político y de alianzas, especialmente en la provincia de Buenos Aires, cuya jefa política es María Eugenia Vidal.
Quizás por esta situación, y por el futuro incierto que avizora, Monzó decidió dar una cadena de entrevistas a medios de comunicación que sacudieron el tablero del oficialismo. Reclamó un acercamiento con dirigentes peronistas y darle “sustentabilidad política” al frente Cambiemos, además de dar a entender que el Gobierno puede perder las elecciones si no abre el juego a otros actores. También apuntó contra Jaime Durán Barba, en una rencilla que tiene que ver más con los derechos de autor del triunfo electoral que con el verdadero peso específico que hoy tiene el ecuatoriano en la estrategia oficial.
La perspectiva de Monzó fue nacional pero especialmente provincial. Así lo señalan en diálogo con Noticias Urbanas dos de sus exégetas, uno funcionario nacional y otro legislador bonaerense. Fuera de micrófono, admiten que hay un sector creciente dentro de Cambiemos (no solamente los que se referencian con Monzó) que considera que “es peligroso esto de no querer ampliar Cambiemos y pensar que con la economía mejorando va a alcanzar” para ganar las elecciones del año que viene.
“Hay que sumar dirigentes que hagan cambiar la suerte en los distritos. Si De la Sota es nuestro canciller y si [Omar] Perotti es nuestro ministro de Producción, eso ya nos cambia la situación en Córdoba y Santa Fe, por ejemplo”, grafica un monzonista de paladar negro, quien confiesa mucha incredulidad sobre un posible triunfo en 2017 en la provincia de Buenos Aires, “que es la única batalla que importa: en 2009, Kirchner había ganado en el país pero la noticia fue la derrota en Provincia”.
Este macrista de raigambre peronista lo explica de la siguiente forma: “Kirchner armaba con ministros de la Provincia porque la quería conducir. Por eso sumaba a tipos como [Florencio] Randazzo. ¿De qué nos sirve tener a [Miguel] Saredi en La Matanza si el que suma es [Fernando] Espinoza? A los que les molestan ciertos barones del Conurbano, yo les pregunto: ¿vamos a gobernar en contra del Conurbano? No estamos buscando amigos, esto es política, buscamos sustentación”.
El otro exégeta monzonista asegura que la tesis de sumar peronistas es apoyada por Vidal y Rodríguez Larreta, dos pesados a la hora de la toma de las decisiones. También cuenta con el apoyo de la vicepresidenta Michetti, del ministro de Interior, Rogelio Frigerio, y de varios dirigentes más. ¿La oposición? La encabezan Durán Barba y los radicales. Con matices, la idea no le cierra del todo al propio Peña.
Uno de los principales operadores vidalistas recuerda que la gobernadora no sumó más peronistas “porque no se pudo”. El mayor distrito del país es una discusión paralela a lo nacional por su importancia particular. Como viene ocurriendo desde 2009, hay una diferencia marcada de las apetencias políticas partidarias entre su interior (el 30 por ciento del electorado) y su conurbano. El mejor ejemplo es la gran distancia entre la imagen positiva del Presidente comparando ambas regiones.
Por eso, el debate sobre sumar peronistas al gabinete o, al menos, a la alianza táctica va cobrando relevancia en territorio bonaerense, a sabiendas de que el reflejo mediático del resultado electoral allí será clave. “Si pierde Cambiemos en Chaco, nadie va a resaltarlo. Pero si pierdo yo en Provincia, me sacan a patadas”, visualiza con crudeza el funcionario vidalista.
Entre el peronismo y el oficialismo surgió otra grieta: la reforma electoral. Curiosamente, algunos vidalistas debieron ocultar su satisfacción. El equipo de la gobernadora siempre quiso que el voto por boleta electrónica sea acotado a determinados municipios porque sabe (y lo aprendió siendo oposición) que la reforma le da una ventaja extraordinaria en términos financieros y logísticos al massismo y al PJ y horizontaliza la cancha con quien ostenta el aparato.
En esa misma arena, crece el enfrentamiento de Cambiemos con el Frente Renovador. Su bloque en la Cámara de Diputados bonaerense acusó en los últimos días al vidalismo de trabajar en tándem con el kirchnerismo para frenar proyectos en la comisión de Reforma Política (en manos del massismo), como la creación de la Oficina Anticorrupción en la Provincia o la boleta única de papel.
Es que, como admiten massistas y macristas por lo bajo, un recrudecimiento del rol opositor será inexorable a partir de marzo próximo. Por eso empieza a subir la temperatura en los debates de proyectos (tanto en el Congreso nacional como en La Plata) y se apuran ciertos trámites parlamentarios que se auguran más difíciles el año próximo. El último de ellos que promete más trifulca es la reforma al impuesto a las Ganancias, que también enlaza especialmente lo nacional con lo bonaerense.
Quien lidera la embestida para un recorte fuerte de ese impuesto es el propio Massa, en lo que ya se convirtió una pelea de a dos: oficialismo versus Frente Renovador (solamente el trotskismo plantea una rebaja mayor a la pedida por los massistas). Como Ganancias es totalmente coparticipable, el distrito que más sufriría ese recorte, que implicaría al fisco una merma de recaudación de unos 65 mil millones de pesos, es el bastión massista: la provincia de Buenos Aires, la cual recibe en términos absolutos mayor coparticipación. El proyecto de ley massista provocaría así un agujero en la Nación pero, sobre todo, un sablazo a las arcas de Vidal. Doble picardía en la antesala del año electoral.