Uno de los músicos más influyentes de la historia del rock de Argentina, Carlos Alberto García, mejor conocido como Charly García, preparó el terreno para el lanzamiento de su nuevo disco el 24 de este mes. Lanzó este lunes la canción “La máquina de ser feliz”, una obra que se suma a las otras nueve que podremos apreciar en su disco Random. Cuatro minutos de García puro en estado de gracia.
La canción fue viralizada en las redes desde la cuenta oficial del músico y fue recibida con cariño y emoción por la sociedad argentina. Es que hacía siete años que García no lanzaba un disco –el último fue el polémico Kill Gil- y llega luego de vivir sus años más convulsionados a nivel personal: pasó por múltiples internaciones, luchó contra las drogas y su deterioro físico se hizo notable.
Pero eso no es un tema para el ex Sui Generis, que con “La máquina de ser feliz” nos devolvió esta semana la esperanza de un mundo mejor. Ansiosa, la música rememora los grandes acordes de Sui Generis, aunque su voz ya no sea la misma y se escuche un tanto computarizada.
La primera muestra de Random encuentra a Charly tejiendo una melodía en cámara lenta desde su piano y el ornamento de algunas pocas notas en sintetizador. Después que el clima se construya de a poco con el agregado de una batería programada y un bajo sigiloso, un García abatido y entero a la vez entona un primer verso (“Pedimos perdón. Corriendo, enmascarando el fin/ Por eso te busqué, por eso diseñé la máquina de ser feliz”) que suena honesto y confesional. Poco después aparece el Charly lúdico, el que juega con las palabras hasta vaciarlas de contenido para encontrarle uno nuevo: “Con forma de un pez, nadando en mares de Ravel/ No sé si la robé, no sé si la pedí. O simplemente estuvo ahí”.
Con una afirmación descriptiva primero (“Prende y se apaga sola, sale después de hora”) y un análisis de situación general después (“Hay tanta gente sola, hoy tanta gente llora”), el estribillo de “La máquina de ser feliz” redondea su intención de entender la felicidad como un ideario colectivo que no funciona a pedido, pero que tampoco conoce de horarios. Conforme pasan los minutos, las capas de teclados dejan todo servido para que el clima continúe sin alteraciones a la vista, en una atmósfera de llamativa normalidad para los estándares del autor de “Los dinosaurios”.