El peronismo, mostrando un llamativo rasgo autodestructivo, torpedeó su propia convocatoria a la reunión que se iba a realizar el sábado 18 de febrero en Santa Teresita, obedeciendo más a razones exteriores que a sus propias urgencias.
La explicación de que el clima tormentoso fue el culpable del fracaso de la reunión, es cierta…pero no es a los rigores del tiempo a los se debe aludir, sino que las causas hay que buscarlas en las propias borrascas internas.
La primera causa de la suspensión es la digestión de la derrota en las elecciones de 2015. La candidatura de Cristina Fernández de Kirchner, a quien algunos adjudican la responsabilidad de la derrota, fue la divisoria de aguas en esta ocasión. Los primeros en anunciar su ausencia fueron los intendentes del Grupo Esmeralda, que en una cena realizada el miércoles anterior decidieron que ellos apuntarán a pelear con sus propios candidatos y no insistir con los antiguos (léase CFK).
Pero los eemeraldos no fueron los únicos. El mentor del Grupo El Establo, Julián Domínguez dinamitó varios puentes con algunas declaraciones desafiantes. “Voy a ser candidato sin importar lo que haga Cristina”, lanzó en un reportaje. Su aliado en las sombras, Florencio Randazzo, por su parte, mandó a sus partidarios a pintar algunas paredes con la consigna “Randazzo Senador” en las inmediaciones de la Autopista La Plata-Buenos Aires, como para que todo el mundo se entere de sus planes.
En febrero del año pasado, todos los sectores se reunieron en Santa Teresita con la derrota aún fresca en el recuerdo. Allí se decidió que entre los mandatarios que no habían sido derrotados -los intendentes- estaba el futuro candidato, un punto -quizás el único- en el que todos estuvieron de acuerdo. Claro que para ser la síntesis política del peronismo no basta tener gestión. Es necesario recorrer la provincia, hablar con todos, discutir con todos, pelear con todos y elaborar esa tríada dialéctica que pergeñó Johann Fichte: tesis, antitesis y síntesis para llegar a un acuerdo que reúna a la mayoría y otorgue una estabilidad a un partido que hoy se encuentra sumido en la anarquía.
Es habitual en el peronismo que una derrota acabe con todos los líderes. Hacia 1983, sobre el fin de la dictadura, mandaban en el partido el exgobernador de Chaco, Deolindo Felipe Bittel, el líder metalúrgico Lorenzo Miguel y otros caudillos, como Vicente Leonidas Saadi, Carlos Menem y Carlos Juárez. Si bien no todos ellos figuraron en el tren de la derrota frente a la Unión Cívica Radical, sólo emergieron con proyección de futuro los gobernadores electos ese 30 de octubre, entre los que se contaron Carlos Menem y Vicente Saadi, a costa de los que detentaban la conducción hasta entonces. Éstos fueron, en los años siguientes, dos de los que impulsaron la Renovación Peronista junto con Antonio Cafiero, que resultó electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires en la elección siguiente, realizada en 1987. Desde allí hizo pie el peronismo para volver a ser gobierno en 1989, independientemente de las luces y las sombras. Es necesario recordar que en el marco de aquella derrota surgió el mote que hoy corre por todos los andariveles: Mariscales de la Derrota, que se aplicó entonces al candidato presidencial derrotado, Ítalo Luder, a su compañera de fórmula Deolindo Bittel y, en especial, a Herminio Iglesias, que fue el postulante vencido en la Provincia de Buenos Aires.
En la etapa que corre por estos días, el peronismo está conformado por una manada de perros rabiosos, que se atacan unos a otros con ferocidad, en medio de una catarsis que aún no culminó. Ni siquiera el temor a una nueva derrota -el único síntoma que acaba con el conflicto- ha logrado hasta ahora acallar las internas.
De todos modos, es necesario hacer hincapié en que el único proyecto de promocionar a un dirigente hacia los primeros planos fue el del Grupo Esmeralda, que fogoneó durante los últimos tiempos a Florencio Randazzo, pero éste se mostró dubitativo y temeroso por las consecuencias de su postulación. Esta dualidad le reabrió la senda a los seguidores de la expresidenta, de la cual se puede decir cualquier cosa, menos que no apuesta fuerte en cada ocasión en que le toca ser protagonista.
En síntesis, cuando se trata de defender sus propios territorios frente al Gobierno provincial, las alianzas de los inetendentes peronistas funcionan, aunque no sin dificultades. Pero cuando se discute poder interno, afloran las diferencias, que hasta hoy son más decisivas que las coincidencias.
Fuera de Randazzo, todos los demás postulantes, lo son a título personal o por impulso de facciones internas. No existe ningún candidato que aúne a la mayoría. Esta situación hace que en el campamento de Cambiemos todo sea alegría, aunque moderada. Todos tienen motivos de preocupación por razones propias, muertos en el placard y otros dolores de cabeza.
Ésta es una etapa en la que nadie puede arrojar grasa butirosa al cielo raso, porque existe un proceso de gran dinamismo, en el que nada es lo que parece y nadie se puede adjudicar aún todos los aciertos y, al mismo tiempo, adjudicarle al adversario todas las culpas por la situación que impera en la provincia. En un final de bandera verde, todos juegan pero nadie se puede atribuir los esquivos laureles de la victoria que otorgaba la diosa Niké.