Cuando faltan apenas 100 días para que se cumplan 62 años del bombardeo de Plaza de Mayo, Ángel Etchecopar, molesto por la huelga de los docentes y por la movilización de la CGT, aseguró que si por él fuera rociaría la Plaza de Mayo con “antiperonchos” para hacer desaparecer a los peronistas, que le “están cagando el futuro a la Argentina”.
Poseído por histérica furia, el “exactor” aseveró luego que “no quiero ver más peronistas, si es necesario fumigo con antiperonchos, que es una substancia que inventé, con una avioneta la Plaza de Mayo, para que no haya más peronchos cagando el futuro de la Argentina“.
Lo que obvió de decir el pseudoperiodista y conductor de radio es que otros -más eficientes y más crueles, incluso- lo intentaron antes que él. Otros fueron los que le otorgaron el bautismo de fuego a la Fuerza Aérea y a la Aviación Naval, proveyéndoles las bombas con las que cargaron sus aviones y luego “rociaron” sobre la Plaza de Mayo, el Palacio Unzué y sus alrededores, matando a más de 300 personas.
También fueron otros los que cargaron a miles de argentinos -peronistas y no peronistas- en otros aviones y “rociaron” luego el Río de la Plata y el Océano Atlántico con sus cadáveres, de los cuales apenas unos pocos fueron recuperados.
Suponemos que el tal Etchecopar busca solamente un poco de trascendencia y algo de repercusión acerca de sus dichos, porque de eso vive. De todos modos, debería tener en cuenta, después de que la tragedia lo alcanzara de lleno, que existieron muchas víctimas de otras tragedias -entre las cuales están las mencionadas, aunque hay muchas más- que aún no alcanzaron justicia para sus reclamos.
Es proverbial la frivolidad con la que suele adornar su actividad el desangelado Etchecopar, por eso no es extraño saber de éstas y otras estulticias que nos prodigó a lo largo de su zigzagueante recorrido mediático.
Por estas razones es que hay que destacar las palabras bíblicas: “Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”. Es decir, es menester que a los periodistas se les exija seriedad en la información que brindan, mientras que los mediáticos ejercen el don de la palabra y poco se les exige. El único problema que contiene esta convención es que éstos, indefectiblemente obvian el uso del cerebro.