El día del trabajador trajo este año una nueva catarsis de la sociedad argentina que volvió a sumergirse en el pasado para desenterrar fantasmas olvidados, sembrar amenazas diversas con consignas de hace más de cuarenta años y desplegar un caótico escenario político carente de certezas, aún para el corto plazo.
Como siempre, el centro de la escena lo ocupó el peronismo que navega en la misma confusión que el resto del país, pero es “el que tiene la culpa”. Eso se ve y se escucha en los medios de comunicación a través de diversas voces que no aciertan a despegar de la coyuntura y bucean en el fondo de la historia en busca de causas para justificar los males de hoy.
En ese fárrago de discusiones inútiles en programas del prime time, en las que están ausentes los más lúcidos del pensamiento para echar un poco de luz, los argentinos rumian frente al televisor las incertidumbres, tratando de desmenuzar las contradicciones históricas de las que son responsables y poco pueden explicar las generaciones más antiguas. A lo sumo surgen acusaciones mutuas entre peronistas, radicales y socialistas trasnochados, que no sirven para nada.
Mientras tanto, los más jóvenes ensayan hipótesis en base a un conjunto de informaciones y alguna lectura ligera sobre lo que se vivió en el país en los últimos setenta años, y sin embargo ellos también quedan entrampados en la coyuntura.
El mecanismo recurrente de volver al pasado todo el tiempo inhibe a los ciudadanos de pensar el futuro, que es lo que importa. La memoria es otra cosa y sirve para evitar errores hacia adelante. Pero la nostalgia argentina, a favor y en contra de lo que se construyó durante décadas, paraliza la creación de nuevas ideas.
Esta recurrencia –llevada a cabo, lamentablemente, por dirigentes y exponentes del periodismo- es solo un onanismo persistente que llega al extremo de irritar a los espectadores y aburrir por la simplificación de los argumentos.
Los seis actos realizados para celebrar el día del trabajo pusieron de manifiesto la fragmentación en la que se encuentra la sociedad pero, particularmente, el sindicalismo argentino que se encamina hacia una peligrosa senda de decadencia como nunca antes. Infectado de partidismos varios va perdiendo, tal vez sin darse cuenta, la fuerza de su propia naturaleza. La defensa de los trabajadores, sea desde los distintos peronismos o de la gama inagotable de las izquierdas, perdió la pureza.
En uno de esos actos, y en un salto de imaginación impensado, se produjo un retroceso hacia la década del 60 para reflotar –sin que tuviera que ver con el presente- la “traición” de Augusto Timoteo Vandor para amenazar al Momo Venegas por haber invitado al presidente Mauricio Macri a un acto peronista.
Afiches con amenazas mortales pegados por grupos más entusiasmados con generar quilombo que aportar ideas, dispararon esa nostalgia de la violencia. La dirigencia izquierdista batalló el discurso de crítica, esgrimida por los siglos de los siglos, enroscada en la vieja argucia de que “mientras peor, mejor”. Calificaron al gobierno de Macri de “insensible”, cuando más de la mitad de las organizaciones sociales que asistieron a ese acto –y no al de la CGT como la vez anterior- siguen recibiendo los planes sociales del Estado. Las CTA juntaron lo suyo porque ya tienen un público cautivo y un discurso repetido.
La CGT volvió a sentir el frío en la convocatoria plena de clase dirigente y muy pocos trabajadores. Los discursos lavados ya no conmovieron ni aún tratando de recuperar a Juan Perón como modelo.
El resto de los trabajadores del país se quedó en su casa disfrutando de un día de sol en el que prefirió no hacer nada. ¡Para qué moverse si la oferta, aunque prolífica, era tan poco atractiva!
Todo es política de cabotaje, a la que se suman las incipientes ambiciones por las candidaturas de la elección de medio término de este año. Los jugadores corren desordenados por todo el campo mirando el pasto, ni siquiera la pelota y mucho menos el arco. Nadie levanta la cabeza para confirmar que el mundo está cambiando velozmente y el país está perdiendo inmensas posibilidades para ponerse a la altura de las transformaciones.
Los argentinos, tal vez no la mayoría, están presos de conceptos políticos e ideológicos que ya han perdido vigencia en el mundo entero. Es una etapa de baja densidad en materia de ideas, en la que va ganando terreno la no política aunque solo fuere por un tiempo.
Paradójicamente, este pesimismo no impidió que los mensajes de “feliz día del trabajo” se multiplicaran increíblemente, como no se había visto en años anteriores. Las nuevas tecnologías llegaron para cubrir los baches que va dejando la política doméstica.