El camino hacia las elecciones del 22 de octubre no será fácil para ninguno de los contrincantes que ya están combatiendo por el voto de los argentinos. Los diferentes estilos políticos y la heterodoxia de los candidatos que podrían postularse para los distintos cargos abrieron un sendero que se encuentra plagado de acechanzas para los inexpertos y para un público que a veces mira el carrusel de la política con “la ñata contra el vidrio”, como un chiquilín que la mira de afuera, como lo hubiera definido Enrique Santos Discépolo.
En este panorama complejo, hay pocas certezas acerca de lo que se avecina, pero existen algunos rastros y existen inocultables señales sobre la manera en que Cambiemos enfrentará una batalla crucial que le permita o encarar los dos últimos años de su gestión con optimismo -es decir, llegar a octubre de 2019 con la posibilidad de seguir en el poder- o pasarlos embarcados en el tren de la retirada, en el que arribaría a la estación final el 10 de diciembre de ese año.
Optimismo y bienestar
Desde el Gobierno que encabeza Mauricio Macri se encara esta etapa con un discurso optimista, protagonizado por unos pocos voceros, que esgrimen cifras, avizoran brotes verdes y proponen un dilema de hierro, “seguir con el cambio o volver al populismo”, es decir al peor mal de todos los males, según su visión. Los voceros son pocos: el propio Macri, Marcos Peña -que ahora se expone menos que hace unos meses atrás-, Mario Quintana, Nicolás Dujovne, Jaime Durán Barba y la dupla de gobernantes Pro, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal.
De todos modos, el resultado electoral de medio término estará delineado primeramente por la evolución de la situación económica. La percepción del público acerca de cómo evoluciona el alza de los precios y la manera en la que ésta impacta sobre su salario será el factor definitivo, que llevará a acumular sus votos hacia el oficialismo o hacia sus opositores. Por esta razón, los “brotes verdes” que anunciaron algunos funcionarios deberán sentirse en sus bolsillos para que se traduzcan en votos para Cambiemos.
La ventaja que posee es Gobierno es que tiene a dos figuras fuertemente convocantes, que son Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Quizás se podría incluir en este lote a Elisa Carrió, pero ésta cosecha tantas adhesiones como rechazos entre los votantes, por lo que su popularidad disminuye o aumenta de acuerdo con las campañas que suele protagonizar.
La desventaja corre por cuenta de las figuras que podrá en carrera el oficialismo. Ninguna cuenta con el nivel de conocimiento y popularidad con que cuentan los que ya compitieron en 2015 y ganaron, que ahora no son candidatos. De la manera en que los nuevos postulantes -Esteban Bullrich, Facundo Manes, Graciela Ocaña, Carolina Stanley y Gladys González- caminen por el territorio depende el resultado que obtendrán. No sólo deberán hacerse conocer entre los votantes, sino que deberán lograr empatía con ellos. De todos modos, la noción de cercanía que se pretende instalar desde el Pro sólo se verá coronada por el éxito si se sienten en el bolsillo del público las mejoras de la economía.
Moral vs. “korrupción”
En el terreno resbaloso en que se convirtió el Conurbano, la aceptación de la figura de Macri cayó fuerte, de la mano de la recesión económica que azota a la industria, que le da empleo a miles de sus moradores.
Uno de los recursos que intentarán los estrategas de Cambiemos tiene que ver con el desarrollo de la antítesis con el gobierno anterior que vienen destacando desde el día que asumieron. Esta función de fiscales anti-corrupción la cumplirán dos antiguas amigas íntimas, hoy devenidas en adversarias, por decirlo de alguna manera. Elisa Carrió y Graciela Ocaña cumplirán esa función en cada una de las márgenes de la General Paz.
La chaqueña ya comenzó su campaña denunciando a algunos jefes comunales, con la intención de recortar el poder del peronismo en el primero y segundo anillos del Conurbano, que es adonde concentra gran parte de su poder político territorial. Carrió ya denunció a Julio Pereyra, el eterno intendente de Florencio Varela y se dispone a golpear jurídicamente al exintendente de Quilmes, Sergio Villordo y a Carlos Tomeo, un amigo de Carlos Tomeo. Luego vendrán el exintendente matancero Fernando Espinoza, el actual intendente de Ituzaingó, Alberto Descalzo, Daniel Scioli, hoy complicado por una denuncia de una damisela presuntamente embarazada y después de ellos, será el tigrense Sergio Massa el que se siente en el banquillo de los acusados.
Trabajo de campo
El Gobierno desplegará dos estrategias paralelas y aparentemente antitéticas. La cara positiva tendrá que ver con la publicidad de la obra pública, que genera trabajo, bienestar y riqueza en las zonas en las que se lleva a cabo.
La cara negativa tendrá que ver con la antítesis ya mencionada y estará centrada en Aníbal Fernández y en Daniel Scioli, los que serán acusados por sus contactos con personajes dudosos (el primero) y por un enriquecimiento de dudoso origen (el segundo). Las denuncias contra los dos ya tienen recorrido en la Justicia, pero serán potenciadas en esta etapa.
En cuanto a la estrategia nacional, en la Casa Rosada se centralizarán todas las designaciones, incluso las de los candidatos que formarán parte de la propuesta de Cambiemos en todo el país.
La decisión, de todos modos, en cada uno de los distritos se apostará por la figura de más peso para encabezar las listas. Sino hubiera ninguna figura excluyente, la figura será Cambiemos, será la propuesta.
Se evitará la colisión de egos y personajes, como se eludió en la Provincia de Buenos Aires, adonde Carrió fue corrida de lugar para que no chocara contra la figura más importante que tiene el Pro en el distrito. Si hay una figura, no se llevará a otra para competir, sino que se potenciará a la que existe.
En la división de roles que existe en Cambiemos, el Pro ejerce el Poder Ejecutivo, la Unión Cívica Radical alquila su estructura y en cambio ocupa algunas pequeñas porciones de poder y la tercer socia, Lilita Carrió, hace gala de una trayectoria impoluta y salva, con sus denuncias, los errores constante de sus socios y ocupa el lugar de un benevolente fiscal de la República, que acusa pero no condena.