Basar los pronósticos sobre los resultados de la próxima elección de medio término en el país en presuntos caudales electorales arrojados por encuestas exageradamente tempranas y de dudosas mediciones, sirve exclusivamente para alimentar opiniones mediáticas ligeras y sin sustento.
A esta altura del año electoral apenas si pueden advertirse los grandes trazos de las estrategias partidarias sujetas a la imprevisibilidad de los acontecimientos, a la definición de los candidatos en cada distrito y al tamiz de las PASO, ese momento previo que pretende eliminar competidores dentro de cada oferta partidaria.
La locuacidad de opinadores, más sólidos para el chismorreo del espectáculo, sin embargo tiene espacio en los programas “popurrí” de la media tarde, donde los especialistas no aparecen y los periodistas conocedores de la dinámica electoral deben confrontar con los advenedizos en desigualdad de condiciones.
“La campaña se lanzó”, dicen todos juntos por el simple hecho de que el Frente Renovador se anticipó, por necesidad, a mostrar sus cabezas de lista en un distrito, la provincia de Buenos Aires, que no es todo el país pero todos creen que sí. A ello suman las declaraciones “exclusivas” de la ex presidenta Cristina Fernández a un canal amigo, en el cual pudo hablar de lo que quiso y evitó ser interrogada sobre lo que no quería.
Hace por lo menos un mes que quienes integran “Cambiemos” están caminando –literalmente- en el país, con su estilo de timbreo y cercanía con la gente. En Buenos Aires, donde aparentemente todo se dirime, ya tiene sus candidatos y hasta dispone de un acopio de voluntarios que conforma una fuerza política dispuesta a patear cada rincón.
El panorama indica que Cambiemos y el Frente Renovador tienen alineados a sus adherentes, presentan cierto orden en sus respectivos frentes internos y se han fijado objetivos de mediano plazo.
En el caso del Frente Renovador, la máquina llevará dos conductores: Sergio Masa y Margarita Stolbizer. El primero terminó hace muy pocas horas de revisar su estrategia junto a sus asesores de imagen y política, que parecen nuevos pero son viejos en cuanto al asesoramiento. Guillermo Seita, uno de ellos estaría influenciando respecto de la imagen y la comunicación de Masa.
El objetivo apunta a desacartonar al candidato, sacarlo de esa idea de que “cuando se encienden las luces” desenrolla un discurso armado y afilado. “Así no va”, le dijeron reservadamente. Y Masa, después de unos meses de silencio, empezó a hablar de otra manera, en otro escenario que remeda con un cuadrilátero el círculo central desde donde Mauricio Macri les habla siempre a sus seguidores por indicación de Jaime Duran Barba y su alter ego Santiago Nieto de romper con el escenario cabecera desde el cual “el líder se dirige a sus subordinados”. Sin embargo, en televisión Masa sigue hablando de “la gente”, un concepto tan trillado como abstracto, aunque se lo percibe más suelto y conectado con los interlocutores.
Masa, como líder del espacio que quiere sumar a los radicales nucleados por Stolbizer en el GEN, es quizás el más comprometido para la elección de octubre, aún sin arrastrar el peso de una interna en agosto próximo. Después de 2015 sigue ocupando el lugar del “tercero en discordia” que busca romper la polarización entre Cambiemos y el kirchnerismo. La consigna de acusar a los primeros como una “gobierno para ricos” ya está gastada y es poco creíble. En cambio el “gobierno de ladrones” para atacar al kirchnerismo está virtualmente instalada en la sociedad.
Se sabe que Masa está dispuesto a hacer lo que nunca hizo: recorrer la provincia de Buenos Aires, palmo a palmo. No hay caso, al contacto personal como herramienta de campaña no hay con qué darle, y eso no lo hizo en 2013 donde su afortunada estrategia coyuntural estuvo hábilmente respaldada por los intendentes bonaerenses, quienes le evitaron que gastara la suela de los zapatos. Pero ahora los intendentes no le responden en su totalidad, como tampoco a Cristina Fernández. En ese caso, no hay más remedio que caminar, caminar y caminar, además de progresar en el uso de la tecnología.
Es la lucha por la modernización de la política, ésa que a Cristina de Kirchner tiene tan sin cuidado porque ella confía en su carisma, y eso es todo. Esperar una autocrítica es una quimera. La lideresa que puede jugar en Santa Cruz o en Buenos Aires, según convenga, sacó del arcón de los recuerdos políticos el uso del misterio. Si va a ser candidata se sabe, o no se sabe. Un día parece, otro no. Si es necesario va como candidata. ¿Quién le va a decir que es necesario?
La ex presidenta no tiene una estrategia, porque no es su estilo. El realismo mágico del kirchnerismo es el que decidirá ya que se espera que una revelación divina aparezca en una de las reuniones con sus chicos de la Cámpora y señale la dirección electoral correcta.
Si hasta hace unos días muchos pensábamos que no se presentaría, ahora hay que decir que sí, que lo hará porque necesita de los fueros para no ir presa. Fuentes judiciales confiesan que quienes tienen en sus manos la condena no lo harán este año, pues “si no quieren que vuelva, no pidan que la sentenciemos ahora”, dicen.
La justicia –y tal vez el gobierno- no quiere ingresar en el terreno de la construcción de la víctima política. Cristina Fernández ansía que lo hagan para gritar a los cuatro vientos la proscripción, pero no le darán el gusto.
Además, tendrá que lidiar con una interna en agosto si, como dice Florencio Randazzo, se concreta. El ex ministro de Transporte kirchnerista araña la tierra buscando adhesiones bonaerenses pero ni el Partido Justicialista ni los peronistas sueltos se las garantizan por el estado de volatilidad en que se encuentran.
El remanido “30 ó 35%” con que algunas encuestadoras aseguran que cuenta la ex jefa de estado es bien discutible, pero en un escenario de confrontación con Randazo es casi segura la derrota de éste. ¿Adónde irían esos votos peronistas en octubre? ¿A Cambiemos o al Frente Renovador?
La sensación térmica es que en octubre se producirá un virtual triple empate, y si alguien enarbola el triunfo lo hará por unos escasos votos de diferencia. A Cambiemos le alcanza con aumentar mínimamente su representación legislativa. Si no la obtiene seguirá gobernando con más dificultades pero no será muerte de nadie. Al Frente Renovador podría ocurrirle algo parecido y seguiría luchando en el llano. Para el Frente para la Victoria –o como se llame en adelante- una mínima diferencia sería motivo para festejar una incipiente recuperación en forma grandilocuente, como es su estilo. Pero si no cosecha la superioridad numérica, se habrá acabado para siempre.
Entonces, como cabeza de lista que seguramente será, Cristina Fernández tendrá sus fueros y no podrán encarcelarla, agotará la paciencia de los argentinos hablando desde el parlamento, debajo de un techo electoral difícil de perforar.
La elección presidencial de 2019 está demasiado lejos, los candidatos de este año tendrán dos años para sostener su imagen y apostar a la máxima candidatura. Sin embargo, en ese período emergerán otras figuras con aspiraciones presidenciales, más frescas y menos cansadas, dispuestas a dar una lucha sin el desgaste que arrastrarán las de 2017.