Esta semana, como nos enteramos todos los que miramos un diario o una pantalla al menos por un rato, Uruguay se convirtió en el primer país del mundo que legalizó por completo el uso de la marihuana. Todos vimos fotos de la coqueta bolsita celeste y blanca levemente metalizada que se vende en farmacias adornadas por largas filas de usuarios y leímos, luego, las quejas porque se trata de una variedad genética con bajo contenido de THC que, según explicaba un “especialista” a los medios de ese país, “no pega”. Lo mismo sucedió en diarios y sitios online de noticias y canales de TV alrededor de todo el mundo. La política iniciada por el expresidente José Mujica y concretada por su sucesor, Tabaré Vázquez, puso a nuestro vecino a la vanguardia en un tema que será central en la agenda pública de este siglo.
Porque el problema de las drogas puede parecer anecdótico, una causa política para jipis, entretenimiento de fumones o bandera de quemados pero en realidad es un asunto que se ve atravesado por muchos de los conflictos más acuciantes para la política del presente y los años por venir: crimen organizado, salud pública, libertades individuales, desigualdad económica. La vastedad y la complejidad de este debate queda de manifiesto en dos libros de reciente edición en esta ciudad. Marihuana, del periodista Fernando Soriano (Planeta), y Un libro sobre drogas, escrito y publicado por el colectivo de divulgación científica El gato en la Caja dan cuenta la importancia de plantear el asunto en toda su complejidad y evitar la peligrosa desinformación que abunda sobre el tema en la mayoría de los medios.
El libro de Soriano habla, como era de esperarse, del faso. A lo largo de sus páginas recorre, con una sucesión de crónicas que se desplazan a través del tiempo y el espacio, la historia de la relación entre el hombre y esta planta de propiedades medicinales, recreativas y terapéuticas que, aunque se consume, de forma más o menos disimulada, desde hace milenios, hoy parece haber tomado por asalto a la sociedad moderna. Desde la China del año 3000 A.C. hasta la noche que Calamaro habló de sus ganas de fumarse un porrito; pasando, como una tuca, de la mano de Bob Dylan a la de John Lennon, el relato se disgrega con naturalidad, como una voluta de humo o la línea de pensamiento de alguien bajo la influencia. El autor no busca dejar una moraleja pero al terminar de leerlo es evidente que hoy existe un desfasaje entre los usos y las normas pero que la hipocresía alrededor del asunto se está descascarando.
Un libro sobre drogas, en cambio, encara estas mismas contradicciones con carácter más técnico (aunque no por eso menos ameno, enorme mérito de los autores).
Como en Marihuana, conviven aquí la historia, la política y la ciencia, las tres facetas sin las cuales no se puede construir un argumento serio sobre este tema. Y datos, muchísimos datos. Precio y pureza estimados de la cocaína en polvo en Estados Unidos entre 1990 y 2010, Cuántas medidas hay en diferentes volúmenes de distintas medidas de alcohol, Incidencia de consumo de Heroína en Suiza cada 10 mil habitantes. Todo con sus correspondientes citas y bibliografía, y al servicio de una serie de artículos/mini ensayos que abordan de forma exhaustiva y a la vez atractiva cada arista del problema.
Mientras en Uruguay legalizan todo el proceso de producción cannabica en la Argentina, sin importar el gobierno que toque, se sigue insistiendo en el prohibicionismo que tan pocos frutos dio en el último medio siglo. En el último año y medio, las nuevas autoridades volvieron a desempolvar la doctrina de la “guerra contra el narco”, siguiendo el discurso que emana de la DEA norteamericana y que no sólo confunde tareas del ámbito de la defensa con otras de seguridad, algo ilegal en nuestro país, sino que tiene como antecedentes inmediatos y alarmantes los casos de Colombia y México, donde ese camino llevó a caminos sin salida. Los dos libros explican, de manera diferente y complementaria, por qué es necesario corregir ese enfoque lo antes posible.
Aunque hace pocas semanas el Congreso aprobó una ley de marihuana medicinal que podía leerse como un giro en ese sentido, la letra chica cae en vicios de la “vieja política” antidrogas: no contempla la producción nacional de aceite de cannabis, apunta a generar negocios para unas pocas empresas importadoras, omite la despenalización del autocultivo, que significaría un alivio económico importante para quienes necesitan acceder a esta sustancia para sus tratamientos, amén de un duro golpe al narcotráfico. Y aún así, con fallas, espera en los cajones la reglamentación que la ponga en marcha. Es posible (y esperable) que en los próximos años tenga que volver a debatirse una legislación sobre la materia. Un ejemplar de Un libro sobre drogas y de Marihuana en cada despacho del Congreso podría redundar en un gran avance para todo el país. Es solo una sugerencia.