La viciosa culminación de las elecciones primarias del domingo 13, en las que aún no hay un ganador ni cifras precisas, en las que el Estado se mantuvo al margen del escándalo con el simple recurso del silencio, dio pábulo además para algunas reflexiones políticas, más allá del escándalo.
La primera conclusión es que ninguno tuvo motivos sobrados para festejar. Bullrich, porque podría haber perdido. Cristina, porque si ganó, fue por un margen tan pequeño que todo podría pasar el 22 de octubre. Tanto es así que los estados mayores de Cambiemos y de Unidad Ciudadana se encuentran ya abocados a elaborar estrategias para ampliar sus posibilidades birlando votos de los emblemas políticos que fueron eliminados al no alcanzar el 1,5 por ciento.
Claro, esta no será la única estrategia de los comandos electorales para sumar votos. Es importante para ello tomar nota de algunas encuestas que preguntan a los votantes: “¿A quién no votaría jamás?”. De todos modos, otras preguntas delimitan el escenario, ya fuera de las encuestas.
Ocurre generalmente que los lemas políticos mayoritarios suelen mejorar sus resultados en las elecciones generales, con respecto a sus performances de las PASO. Allí buscarán abrevar todos en los votantes ajenos, porque suponen que los propios permanecerán fieles, lo que suele suceder.
¿Cambiemos cambiará?
La figura más convocante del oficialismo es, indudablemente, la gobernadora María Eugenia Vidal. Conscientes de esto, los candidatos de esa fuerza se apoyaron fuertemente en su carisma y en la atracción que ejerce sobre el electorado.
La primera conclusión a la que se puede arribar es que la estrategia es buena, pero no alcanza. Los candidatos deberían poner un poco más de sí mismos, pero no se le pueden pedir peras al olmo. Esteban Bullrich es muy alto (dicen que la altura ayuda), tiene buena imagen y cuenta con una cierta trayectoria política, pero a veces debería pensar mejor en lo que dice. Gladys González, por su parte, apareció tan poco en escena que parecía ausente.
La sobreexposición de la figura principal (la gobernadora) conspiró contra las chances de Cambiemos. Sirve ponerla en primer plano, pero así opaca a las figuras que van a las urnas. Porque la gente respeta a Vidal, pero debía votar a Bullrich y a González, no a la joya de Cambiemos.
De todos modos, ahora se abre la oportunidad de exponer a los verdaderos protagonistas y se verá el resultado. La diferencia entre estos y la expresidenta es exigua y todas las chances están abiertas.
Unidad Ciudadana
El resultado que logró Cristina Fernández de Kirchner fue casi asombroso. Durante un año y medio debió soportar –en eso se parece a la odisea de Milagro Sala– insultos, evidentes campañas de desprestigio, procesos judiciales de dudosa fundamentación y, lo peor, el lanzamiento de versiones que solamente sirven para abrir sospechas que nunca se convierten en acusaciones concretas, pero que sirven para arrojar dudas sobre su integridad.
A pesar de todo esto, se habría impuesto en la elección del domingo último o, si la perdiera, lo habrá hecho por una muy exigua diferencia. Lo que pasa es que la política no es lo mismo que la moral, aunque esta deba formar parte de aquella. Los cuestionamientos morales, por lo tanto, inciden pero no definen las cuestiones. Existe un resto final que debe ser cubierto por la política.
Más allá de toda consideración, el peronismo se abroqueló, al igual que en Santa Fe, en una unidad que solo fue rota por la figura de Florencio Randazzo, con decepcionantes resultados. De todos modos, con él, el oficialismo logró su objetivo de armar “la quinta lista”, que le quitó al PJ –paradójicamente, con el sello del propio PJ, en una confusa jugada– cuatro o cinco puntos y ensanchó las posibilidades de la fórmula Bullrich-González.
Algunos cuestionaron la negativa de la expresidenta de concederle la interna a Randazzo y por dejarle a este una cáscara vacía en el PJ. Llevarse hacia Unidad Ciudadana a los caciques peronistas que la siguen y que compitieran por afuera de su propio partido fue una riesgosa jugada.
De todos modos, la estrategia aún no demostró su eficacia, por lo que en un inclemente 22 de octubre se definirán las cosas. El problema es, probablemente, que el piso de Cristina está muy cercano a su techo y ampliaría poco el resultado del 22 de octubre.
Los pocos intendentes que siguieron a Randazzo ya están evaluando su realineamiento para las elecciones generales de octubre, en paralelo con la preocupación que exhiben los intendentes que optaron por jugar dentro de Unidad Ciudadana, que están ya reuniéndose para afinar la estrategia que los ayude a sobrellevar los ríspidos meses que restan. Los jefes comunales de la Primera Sección Electoral se encontraron ya el martes en Moreno para hacer sus evaluaciones preliminares.
El panorama que los desvela tiene que ver con la matemática electoral, que es mucho más que hacer cuentas. La exigua diferencia por la que se definiría la elección pone la situación en el mismo lugar que quedó Daniel Scioli el 25 de octubre de 2015. En primera vuelta, el hasta entonces gobernador bonaerense se impuso sobre Mauricio Macri por apenas 2,93 puntos porcentuales, que en la segunda vuelta se convirtieron en 2,68 puntos en favor del candidato de la alianza Cambiemos.
Para conservar o ampliar el resultado, el peronismo deberá reunir a sus huestes dispersas, una tarea sumamente dificultosa. Esto alimenta el optimismo en Cambiemos, que ve abrirse un panorama favorable, aunque muy comprometido aún. Final abierto, podría decirse.
Unidad Porteña: un festejo conservador
La estrategia peronista en la capital argentina fue conservadora. Alcanzar el segundo puesto, desplazando a Martín Lousteau, era la única alternativa posible de éxito, y lo lograron con precisa eficacia.
Fue una decisión realista, que obligó a todos los sectores a poner las barbas en remojo y a privilegiar la unidad antes que las disputas sectoriales, so pena de perderlo todo. De todos modos, la unidad partidaria nunca estuvo en peligro.
En esta condición, la campaña política fue austera y despojada de artificios. Se basó en el contacto directo con la gente, en las rondas de mate, las caminatas callejeras y unos pocos insípidos spots televisivos.
De todos modos, el PJ porteño fue el único partido del distrito para el que realmente las PASO tuvieron un sentido, ya que compitieron tres listas, aunque le quitó entidad el hecho de que dos de las boletas (Honestidad y Coraje y Patria Grande) compitieran con marcada desventaja frente a la nómina oficial, Unidad Ciudadana.
En la noche del domingo, entonces, no existieron las sorpresas. Todo fue muy ordenado, lejano del caos peronista habitual. En una palabra, el peronismo porteño aspira a sostener sin pérdidas el volumen del bloque de legisladores y poco más. El electorado porteño le fue siempre esquivo y nada cambió el domingo último.
Al final, la sucesión
El peronismo de todo el país vive por estos días en un laberinto. No lo orientan liderazgos más que distritales, acotados a intendencias o provincias. Quizás esta circunstancia fue la que le abrió la puerta a Cristina Fernández de Kirchner, que como todo jefe peronista que deja el poder, lo perdió inmediatamente.
La ausencia de un sucesor le permitió a la expresidenta volver de su retiro. En los últimos meses apareció un aspirante a tomar su posta, que fue Juan Schiaretti. Incluso, el cordobés fue uno de los líderes del intentó de recomponer la Liga de Gobernadores Peronistas. Pero el aspirante a jefe perdió de manera contundente en su provincia y pasó a habitar en el arcón reservado para los “mariscales de la derrota”, la única distinción de la que no se vuelve en el peronismo.
Existen otros posibles aspirantes, entre los que se pueden contar al sanjuanino Sergio Uñac y al chaqueño Domingo Peppo. Juan Manuel Urtubey es un capítulo aparte. Fue el primer pretendiente a liderar la Liga, pero en su afán de convertirse en el vocero de los mandatarios provinciales con el Gobierno se mostró demasiado condescendiente con Mauricio Macri y por estos días su estrella parecería haberse apagado.
El peronismo vive, entonces, en un laberinto. El gran Leopoldo Marechal propuso alguna vez que de uno de estos se sale por arriba. Pero Marechal planteaba dos batallas en la historia: la batalla celeste y la batalla terrestre. Y su tesis se refería a la primera.
Por el contrario, en la Tierra habitó una tal Ariadna, que le entregó a Teseo la madeja de hilo para encontrar la salida del laberinto de Minos, tras matar al Minotauro. Para ella, entonces, la salida era terrestre, no a fuerza de imaginación, sino de esfuerzo y coraje.
De un verdadero laberinto político se sale si se encuentra el camino de la síntesis política, del método para encontrar la unidad de las fuerzas interiores y para convertir a una serie de voluntades dispersas en una fuerza capaz de captar la voluntad de un pueblo de escribir la historia.