“EL ÁGORA ES COMO LA FLOR DE LOTO, ALGO HERMOSO QUE NACE Y CRECE EN EL PEOR LUGAR”, UNA DE LAS FRASES ILUSTRATIVAS DEL FACEBOOK QUE NOS CONECTA CON ELLOS: PRESOS QUE ESCRIBEN. FUI A CONOCERLOS.
Martes. Me tomé una combi desde Buenos Aires hasta La Plata. Ahí me esperaba Julián Maradeo, coordinador del taller de escritura que se dicta en la Unidad 9.
Llegamos al destino cerca de las 9 de la mañana. Presentamos nuestros documentos de identidad e ingresamos sin problemas: mi acreditación había sido pedida 15 días atrás.
Sólo me acompañaban mis abrigos, estaba un poco fresca la mañana y algo nublada. Atravesamos la primera puerta, con su respectivo detector, no sonó nada. Continuamos. Un cuartito intermedio nos esperaba, un oficial nos abrió la siguiente puerta que daba a un patio cubierto. Tres policías hablando, uno de ellos nos saluda y abre el próximo portón de reja.
Un camino de cemento nos separaba de la tierra húmeda, casi barro. Atravesamos todo el lateral de la cancha, pero no había nadie jugando a la pelota. Parecía un desierto, salvo por un grupo de presos que tomaba mate al costado del campo de juego. Andrés nos saluda, se levanta y camina con nosotros hasta el siguiente patio. Julián le pregunta por la calma que había y si hoy se sumaba al taller… “Parece que hay un evento en la Iglesia, por eso no hay nadie en la cancha. No, no voy al taller, tengo que ver si me dejan sumarme más adelante”. Andrés sonríe, nos da un beso a cada uno y vuelve con sus compañeros.
Lo que había visto en películas y fotos lo tenía a mi derecha: ventanas que daban a un patio, sábanas de colores colgando. Paredes con humedad. Varios presos barriendo ese sector al aire libre.
Volvimos a atravesar otra reja, la cuarta. Golpeamos la puerta de una oficina y un oficial sale para abrirnos el último candado que nos llevaría hacia El Ágora.
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Antes de ingresar al “aula”, los chicos nos detienen en pequeño patio –al aire libre- que a su vez conecta con otros espacios, a un lado un baño y al otro un taller con máquinas de trabajo. Había varios presos cortando maderas. Se respiraba un lindo ambiente de trabajo.
Los chicos salen a atajarnos, para que no ingresemos todavía, porque estaban ordenando el salón. El viernes 6 de octubre será el acto de entrega de diplomas a los alumnos de los talleres que dicta El Ágora;además presentarán un adelanto del N°2 de SABERES, una revista hecha y financiado por ellos mismos.
Finalmente, logramos ingresar. Saludé a uno por uno. Todos muy amables, algunos más tímidos que otros. De a poco se fue armando el clima. Nos sentamos todos alrededor de la mesa principal, éramos 20 personas aproximadamente; en otra mesita aparte, estaba Brian con otro compañero, ellos se encontraban trabajando contrarreloj, tenían que terminar de adaptar los libros infantiles al sistema braille para la biblioteca que colaboran, “Del otro lado del árbol”.
Julián nos propone una consigna, y el paso inmediato fue comenzar a caminar por el espacio (alrededor de la mesa), relajando el cuerpo, respirando profundo, aquietando la mente. Cuando nosotros considerábamos necesario podíamos frenar y volver a nuestro respectivo lugar para volcar líneas de tinta en las hojas. Me detuve, en el instante que los chicos comenzaron a detenerse y ocupar sus sillas, frené al lado del calentador que oficia de cocina y mantiene el agua caliente para el mate. Mis manos estaban frías, las asomé al fuego unos minutos, luego me dirigí a mi silla. Ya estaban todos escribiendo, agarré la lapicera y las hojas de carpeta que me habían prestado. Intenté escribir. No recordaba la consigna, me había colgado mirando la decoración.
Hilos con banderines de colores cuelgan del techo. Frente a mí, en la pared, la pizarra con los días y horarios de todos los talleres (marroquinería, costura, escritura, peluquería, braille, derecho; ahora se suma pintura/arte). A unos centímetros, una pequeña pelota vintage con un cartel: WILSON. Abajo, una máquina Singer. Lo primero que le dije a los chicos fue: “aprendí a coser con una igual, era de mi abuela”.
Me sorprendió la cantidad de mapas de Argentina –cinco- pegados a las paredes. Cada provincia con una gomaeva, color y textura diferente (el grupo de braille se encarga de armarlos). La biblioteca (un hueco en la pared con estantes) portadora de varios cuadernos, revistas y libros; mi vista y mis manos apuntaron directo a Madame Bovary (Flaubert)… sus páginas estaban húmedas, al igual que las paredes de la Unidad Penitenciaria.
Walter le pregunta a Julián por algunas citas del Martín Fierro. Se dan cuenta que el libro ya no está en la biblioteca.
Pinturas y algunas frases terminaban de decorar el espacio que los acoge a los pibes de lunes a viernes, de 8 am hasta las 18 hs.Sábados y domingos no hay actividades pautadas.
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Seguía sonando el ruido de la caladora, en el salón contiguo un grupo de presos trabajaba con maderas. Nosotros con palabras. La música no faltaba, venía de los pabellones, se oía poco y a lo lejos. De a ratos se escuchaba cumbia, en un momento sonó algo de rock nacional.
Los chicos iban terminando de escribir, yo ya había abandonado mi hoja. Me llegaban mates de distintos costados. Me quedé escuchando a Ramón y Nahuel, los coordinadores generales. Me contaron que El Ágora funciona hace siete años. Tiene una modalidad muy interesante, todos tienen que saber hacer todo, porque dado el constante flujo de movimientos, traslados y salidas en libertad, necesitan “que no se corte”. Se enseñan entre ellos, si algún día el coordinador de un taller no está más, otro compañero puede ocupar su lugar para seguir capacitando al resto de los alumnos.
Ramón me contó que tiene 30 años y desde el 2005 está privado de su libertad. Con un tono muy emotivo y pasional dice: “Él Ágora me cambió la vida, yo no sabía hacer nada cuando llegué acá, ahora hago de todo”.
Brian coordina el taller de braille. Me dice que arrancan el curso contando la historia de este sistema de escritura, para “enganchar a los pibes de otra manera y que sepan bien de dónde viene todo”. Después les enseñan el alfabeto y luego manos a la obra, todo a su debido tiempo.
No dudaron un segundo en enseñarme a escribir mi nombre. Mi primera palabra, en braille, con ellos: mis grandes maestros. Me la traje de recuerdo.
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En un delicioso clima de empatía, ya estábamos listos para continuar con la segunda parte del taller de escritura. Julián recogió las hojas, entregué mi relato también. Nunca seguí la consigna, ellos sí (debían continuar con el cuento de la clase anterior). Era mi primera jornada en El Ágora, estaba tan libre que me perdí en mi propia libertad.
Quedaba media hora para seguir con la otra parte de la actividad. Julián me cedió el timón. Me paré y conté mi experiencia con la escritura, de la oscuridad a la luz… también hablamos sobre mi blog: REINVENTADAS (anitasicilia.com). Luego de mi exposición, les propuse que me regalaran un par de líneas sobre su reinvención; en qué les gustaría reinventarse, cómo lo harían, con qué sueñan…
“Señorita, mi letra no es muy linda”, se escuchó mientras me acercaban las hojas llenas de ganas y sueños: Alexis, Alfonso, Nahuel, Ramón, Jonatan, Federico, Walter, Daniel, Adrián, Roberto, Julián y Miguel.
Terminamos pasadas las once de la mañana. Ellos debían seguir organizando todo para el acto de este viernes. Evento que reúne a todos los pabellones en un mismo lugar, diplomas que esperan ansiosos por ser entregados y presos que intentan cambiar su realidad.
Agradecieron el encuentro de manera afectuosa. Crucé la puerta que separa El Ágora, la isla de libertad como le dicen ellos, y en el patio se asomaba el sol. Caminaron todos hasta la siguiente reja, nos volvimos a saludar. Prometí volver, ellos prometieron tortas fritas.