Cristina Fernández de Kirchner habló el domingo a la noche ante su gente, que la idolatra, que de alguna manera le expresa algo más que una conexión ideológica, existe una comunión absoluta entre los que la siguen en este momento y ella, así como una desavenencia insalvable entre los que ya desanduvieron ese camino o empezarán desde hoy a desandarlo respecto a su conducción.
Es cierto que Cristina obtuvo un caudal importante de votos, la gran mayoría de ellos en la Provincia de Buenos Aires donde era candidata, y también es cierto que logró otros triunfos o buenas performances en otras partes del país. De todos modos el universo del kirchnerismo puro no supera el 20 por ciento a nivel nacional, y si se contabiliza la parte del león de ese porcentaje, o sea los 3 millones y medio de votos obtenidos en la Provincia, cómo asegura los años que viene la fidelidad de los intendentes que la apoyaron en esta elección en la Provincia. El primer dato para ello es que sólo Verónica Magario y Jorge Ferraresi la acompañaban en la gélida noche de Sarandí, al tiempo que anunciaba que “Unidad Ciudadana había venido para quedarse” pero que “los votos no le alcanzaban” en esta ocasión.
Es de manual pensar que si los votos no le alcanzaron cuando el peronismo más la necesitó -al no tener votos cash en ningún otro dirigente del espacio-, Unidad Ciudadana no logrará concitar el apoyo del grueso de la dirigencia peronista que se acaba de pegar un golpazo como pocas veces en su vida, igualable quizás -más allá de las distancias- con el 1985 de Raúl Alfonsín. Y eso fue en gran parte por ella. Lo más probable es que Unidad Ciudadana saque la cantidad de votos de Massa o Randazzo en 2019 mientras que el tigrense o el de Chivilcoy -o cualquier otro del nuevo equipo- el número que obtuvo ella.
Aquélla vez, el peronismo tras la derrota, tenía hambre de poder y dirigentes de valía, (cosa que ahora escasea) cuadros que ya estaban en el poder y que habían empezado una renovación, pretendiendo dejar atrás aquélla derrota vergonzante de Ítalo Luder y del peor peronismo, aquél del año 1983.
El hartazgo de la militancia hacia una dirigencia sospechada, hizo que la renovación avanzara como piña. Con Antonio Cafiero a la cabeza noqueó a Alfonsín en el 87 mientras que Carlos Menem tras vencer a Cafiero en una épica interna, ganó de taquito la general
El hartazgo no contenía a todos los peronistas, pero si a la gran mayoría que harían presidente a Menem por más de 10 años. Casi como pasa ahora, el tema a dilucidar es quien podrá aspirar a ser presidente.
Época de bipartidismo casi absoluto, con algunas realidades provinciales como el Movimiento Popular Neuquino de los Sapag, la bisagra del Senado por esa época.
Espiando por el país, Sergio Uñac haya sido quizás el gobernador de mejor performance en el peronismo, desde un lugar de opositor justo, y hay que destacar también la impresionante remontada de los hermanos Rodríguez Saá (tras su alianza loca con Cristina), algunas virtudes desdibujadas de los perdedores Schiaretti, Peppo y Urtubey (quizás demasiado amigados al macrismo y pagaron por ello), otro ganador que se quiere consolidar como Jorge Manzur y muy poco más del peronismo federal.
Sergio Massa y Florencio Randazzo, son los jugadores distritales de la Provincia que deberán lidiar con Gustavo Menéndez, Martín Insaurralde y otros intendentes de peso en la provincia, para armar una alternativa que coordine con ese peronismo federal y con el bloque de senadores de Miguel Pichetto y los diputados seguramente de Diego Bossio, otro jugador expectante. El único mérito de ellos ayer domingo fue hacer perder a Cristina (Massa ya por tercera vez) frente a María Eugenia Vidal. Un aporte más al peronismo provincial, adonde llegará en breve el tigrense para alinearlo junto al resto del país.
Lo natural sería que de la articulación de todo esto, emerja una fuerza política, con base en el peronismo que logre aglutinar a la gran mayoría de los dirigentes no cristinistas, inmensa mayoría hoy en el país para plasmar una oposición competitiva. Allí Unidad Ciudadana tiene dos posibilidades. Ir a la cola de esta mayoría o ir con candidatos propios a perder en todos los distritos que se presenten. Con Cristina senadora, pero absolutamente por fuera de la lucha por la recuperación del poder, este grupo irá convirtiéndose en un espacio de culto, declinante en votos con el paso del tiempo. Mientras tanto la “nueva renovación” irá por arrebatarle el trono a Macri en su seguro intento de reelección y arrastrará al conjunto de gobernadores e intendentes provinciales, aunque quizás no a todos. También confluirán otras fuerzas seguramente.
Unidad Ciudadana ahora tiene plata para la próxima elección por la importante cantidad de votos que sacó. Lo que no tiene es credibilidad interna y externa más allá de los que estaban anoche en Arsenal haciendo el aguante. No se niega su perdurabilidad en el tiempo que puede ser tan larga como la paciencia que Cristina soporte, sino su capacidad de aglutinar a la mayoría que alguna vez sacará al macrismo del poder. Podrá ser cualquiera menos ella. La que lo trajo a Macri y lo sostuvo en 2017 dividiendo al peronsimo, difícilmente lo saque.
Unión Ciudadana nació con vocación de minoría a pesar de los millones de votos obtenidos, con poco para soñar porque sus sueños ya fueron realidad, no puede generar esperanza en la gente y camina a contramano de la renovación peronista que necesitan millones de argentinos, para los cuales Cristina ya fue.