Aníbal Ibarra llegó a la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires con la convicción que no iba a ser un escenario fácil. Sitiado por todos los flancos, en primer lugar por la sangrienta pelea por los espacios políticos con sus socios radicales; luego por la frialdad del peronismo, y finalmente por el repudio de la izquierda, que asistió sólo para irse cuando él llegara, Ibarra sintió que las ausencias dieron esta vez la nota en una ceremonia que estuvo en absoluta contraposición con la del año pasado, en la que hubo un lleno total.
Para empezar, la Legislatura había dado asueto a sus empleados, por temor a que se expresaran de alguna manera en contra del jefe de Gobierno o, más precisamente, de sus políticas. De todos modos, el poco entusiasmo se percibía desde la mañana y se plasmó en un recinto con muchos lugares vacíos, que contrastaba notablemente con el clima casi festivo vivido un año atrás. La crisis económica y política se hizo notar no sólo en el discurso sino también en las repercusiones que tuvo (Ver nota aparte).
Acompañado por todos sus secretarios en la primera fila, Ibarra pronunció un discurso ideologista en el primer tramo, en tanto que descriptivo de lo realizado en el 2001 en el segundo, dicho en un tono monocorde, mientras los diputados lo escuchaban en el más absoluto silencio. Las gradas de arriba no habían sido habilitadas, en tanto que en los palcos de abajo, entre los funcionarios presentes se podía ver al presidente del Banco Ciudad, Roberto Feletti, al síndico Pedro del Piero, al presidente del Ente de Control de los Servicios Públicos, Néstor Vicente, y a María Elena Naddeo, Verónica Torrás, Dora Martina, Fernando Calvo y Lía María, entre otros.
Muchos se sorprendieron por la ausencia de la totalidad de los integrantes del Consejo de la Magistratura y del Tribunal Superior de Justicia, que estuvieron presentes en la edición anterior. El conflicto -sobre todo con los primeros- respecto de la ley de reducción de haberes, aprobada por la Legislatura hace pocos días, era considerada por las autoridades de la casa como la razón principal del desplante del Poder Judicial, que presiona a Ibarra para que ejecute su poder de veto sobre la norma.
Tampoco se hicieron presentes en esta ocasión las fuerzas de seguridad federales, ya que el año pasado el comisario Rubén Santos -hoy detenido- había concurrido acompañado de sus pares de Prefectura y Gendarmería. Un dato colateral fue el apresamiento -en la misma mañana- del ex secretario de Seguridad y dirigente radical porteño, Enrique Mathov, que se constituyó en el tema obligado de las boinas blancas presentes en el parlamento porteño. Curiosamente, muchos de ellos afirmaron que "ahora vamos por Mestre", en una muestra de afán de carnicería interna poco envidiable.
Finalmente, el jefe de Gobierno se fue volando, evitando los pasillos, con algunos de sus secretarios. Otros se quedaron -por algunos breves minutos- de tertulia con sus conocidos, en tanto que la poca gente del ambiente político que había ido a escuchar algo distinto, se fue con una mueca que oscilaba entre el fastidio y el sabor a nada.