El 2018 será un año en el que el peronismo deberá afrontar, finalmente, el desafío histórico de ingresar al siglo XXI. Como un juego de espejos, debe saldar ahora la cuenta que quedó pendiente desde 2001, cuando los errores y horrores de un gobierno débil y torpe lo eximieron de los peores coletazos de la crisis que azotó a todo el sistema político. En el llano, fragmentado, con problemas de representación y sin figuras atractivas para el electorado nacional, esta vez depende de sí mismo para reconfigurarse y dejar atrás el limbo en el que flota desde hace dos años, o cuatro, para volver a erigirse en un actor de poder en la política argentina y representar con éxito el rol opositor que le fue asignado en las urnas. Las novedades políticas de los últimos meses avivaron el sentido de la urgencia, algo que se ve reflejado con avances hacia la unidad en algunos ámbitos (como la Cámara de Diputados de la Nación o el PJ bonaerense), mientras que otros (Senado, CGT) se mueven en sentido contrario, aportando a la dispersión. Lo que tienen en común uno y otro escenario es que en ambos ya proyecta su sombra el 2019.
Aunque el horizonte electoral parece aún lejano, los lamentables sucesos de diciembre adelantaron el calendario. La decisión del gobierno de avanzar con una reforma regresiva sumamente impopular, la represión violenta a los manifestantes que se opusieron a ella y, finalmente, los cacerolazos que resonaron en las grandes urbes este fin de año sorprendieron a los principales dirigentes peronistas tanto como al Gobierno, pero a aquellos les sirvió como recordatorio de que las próximas elecciones presidenciales tienen, aún, el resultado abierto. El pesimismo existencial que había invadido a muchos caciques territoriales derrotados por el oficialismo en las legislativas fue reemplazado en los últimos días por una cautelosa expectativa, que algunos tradujeron en jugadas preliminares para una eventual campaña presidencial antes incluso de repartir los regalos y cortar el pan dulce.
Hay algo más que sentido de la oportunidad en esa premura. Algunos mandatarios provinciales entienden que, entre los resultados de octubre y la rosca de diciembre, perdieron la pole position opositora. Otra vez, la Liga de Gobernadores se quedó en el anhelo y en un puñado de columnas políticas en diarios poco afines al imaginario peronista. Y la tarea que tienen por delante no es sencilla. Apretados por la Casa Rosada, entre el presupuesto y la pared, la tarea de ejercer, o siquiera aparentar, un rol opositor, requiere habilidades políticas que por ahora no han exhibido. Lo que sí está claro es que este mes algo en el vínculo con el Gobierno nacional se rompió y ya no habrá sonrisas en las fotos con el Presidente o con funcionarios amarillos de primera línea. Al menos no por un tiempo.
Con los gobernadores recalculando, la Cámara de Diputados de la Nación aparece como el ámbito más propenso para que el peronismo ejercite durante estos dos años el músculo opositor. Por números, por rosca y por la presencia de figuras fuertes como Felipe Solá, Agustín Rossi y Graciela Camaño. Los tres tienen una vasta trayectoria legislativa y conocen las mañas del parlamento como nadie. Los tres adoptaron, aunque con matices, una postura netamente opositora en las últimas sesiones.
Ninguno de los tres es una figurita nueva pero no ocuparon roles protagonistas en los últimos años y pueden ofrecer un poco de aire fresco, muy necesario. Una coordinación amplia entre los bloques del FpV-PJ y el Frente Renovador puede achicar el margen del peronismo acuerdista en la cámara, mientras indica el camino de una futura unidad. Lo que se vio el último mes en el recinto da cuenta de un cambio en la dinámica.
En el Senado, la incógnita pasa por la batalla entre la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el jefe histórico de la bancada peronista Miguel Ángel Pichetto, que la recibió en pie de guerra. Con los números en contra, CFK probablemente tendrá un rol más testimonial dentro de la Cámara –en la que hará oír su voz–, aunque con enorme ascendencia en las calles.
Es posible que se dedique más a marcar agenda que a las componendas de pasillo, que nunca fueron su fuerte. No sorprendería que adopte también un rol más protagonista en el panorama regional, acercándose a figuras como el brasileño Lula, que en 2018 querrá ser reelecto. Eso sí: si se debilita la influencia de Pichetto sobre su bloque y ella logra engrosar su bancada hasta tener poder de veto, quedaría planteado un escenario completamente distinto. Esto, aún, parece muy lejano. En todo caso, no hay futuro para el peronismo allí; solo más grieta, funcional al Gobierno.
Fuera del parlamento quedan dos lugares donde podría ensayar el peronismo una salida unificada, hacia adelante. Del primero, la CGT, poco puede esperarse. Después de un lamentable paso tragicómico durante el tratamiento de la reforma previsional, quedó en una especie de coma inducido para evitar que explote en mil pedazos. Cuando pase el verano y lleguen las paritarias, veremos en vivo y en directo la detonación. Otro ensayo de unidad se está dando en el peronismo bonaerense, donde el recién asumido Gustavo Menéndez practica una política de borrón y cuenta nueva, sin vetos para nadie. Tiene por delante el desafío más difícil: vencer a una María Eugenia Vidal on steroids gracias al aporte monumental del fondo del conurbano. Con el kirchnerismo mirando de costado, sin participar activamente ni oponerse, el intendente de Merlo busca reconstruir lazos con todos los dirigentes que alguna vez formaron parte del espacio, como Sergio Massa y Florencio Randazzo.
El hombre de Chivilcoy sigue midiendo sus movimientos al milímetro: un tuit, una foto, una declaración por vez, a cuentagotas. Mientras, puso a funcionar de nuevo la máquina política que lo acompañó en la campaña. La situación del tigrense es más peliaguda. Se quedó afuera de la Cámara de Diputados justo cuando ese lugar quedó bajo los focos. La dura derrota de octubre lo dejó perdido en laberintos más personales que políticos. Mientras, el armado en el que trabajó los últimos cuatro años sigue a la deriva sin su capitán. Es difícil, incluso, hablar hoy de massismo. Hay, en todo caso, dos, que actúan de forma autónoma y no parecen necesitar de quien fuera su líder. En el Congreso nacional es opositor y responde a la propia lógica parlamentaria.
En la Legislatura bonaerense representa directamente a los líderes territoriales y a los intendentes. Por ahora, siguen acompañando Vidal en las votaciones claves. La reaparición mediática de Massa en los últimos días parece un intento de volver a tomar el timón. Hay que ver si está a tiempo.
El 2019 queda a la vuelta de la esquina pero antes está 2018, el año en el que el Gobierno buscará avanzar en sus programas más impopulares. Para recuperar el poder en dos años, el peronismo debe articular ahora una oposición firme, democrática y amplia, que evite o mitigue esas políticas regresivas y sus efectos en las clases medias y bajas; y, al mismo tiempo, diseñar una propuesta hacia el futuro que sea atractiva para los ciudadanos. Tiene la urgencia de ingresar al siglo XXI como un partido popular, moderno, diverso y con vocación de poder. La alternativa es segmentarse en un puñado de tribus políticas destinadas a mirar desde el sidecar el destino del país, como le pasó al radicalismo cuando afrontó este mismo desafío. El deterioro de consensos democráticos que propone el Gobierno agiganta la responsabilidad, que recae sobre los hombros de todos los dirigentes peronistas. Se verá, en los próximos meses, cuáles están a la altura de las circunstancias.