“Uno es uno y sus circunstancias”, decía el español José Ortega y Gasset hace ya más de un siglo. La máxima aplica por igual a las personas y a las instituciones. Y dentro de las instituciones, los gobiernos están siempre expuestos a los vaivenes de la economía y la política externas que afectan en distintos niveles los actos y las iniciativas oficiales, así como la forma en la que impactan en la opinión pública.
Para Mauricio Macri, las circunstancias valen doble, en medio de un proceso de reformas impopulares y con una economía que no muestra indicios de robustez. Y más allá de las vicisitudes de los mercados internacionales, a los que la Argentina está nuevamente expuesta merced de la deuda adquirida en los últimos 24 meses, hay otro aspecto que será clave para el país en 2018: el contexto regional.
El 2017 se despidió con una buena noticia para el Presidente argentino: la elección, por segunda vez no consecutiva, de su amigo Sebastián Piñera como mandatario chileno. El resultado del balotaje resultó un alivio en la Casa Rosada no solamente por el vínculo personal entre ambos sino porque una derrota de la derecha trasandina hubiera podido leerse como una confirmación de un tímido giro a la izquierda de la región después de un bienio en el que, con votos o con otros medios, la derecha avanzó fuerte en América latina, dotando a Cambiemos de aliados cercanos con los que se siente más a gusto en la mesa de negociaciones.
Pero, además, porque los comicios en Chile sirvieron como preámbulo para un superaño electoral en el continente, que durante los próximos meses será testigo de pujas y cambios en países clave. Las dos potencias regionales más grandes, Brasil y México, irán a las urnas en medio de una enorme incertidumbre, con un fuerte crecimiento de la izquierda en las últimas encuestas. Colombia, sin tanto misterio, deberá elegir también sus autoridades. Venezuela hará lo propio, en medio de un proceso complejo en el que la Cancillería argentina se interesó desde diciembre de 2015. Cuba tendrá, con sus particularidades, un histórico recambio político, y por primera vez desde la revolución no habrá un Castro en el poder. Paraguay y Costa Rica completan el fixture político previsto para un 2018 que puede cambiarle la cara a la región.
Por tamaño, proximidad y densidad política, los comicios en Brasil tendrán una incidencia fuerte en la Argentina. Prevista para comienzos de octubre, la elección comenzará a jugarse mucho antes. Más precisamente a fines de este mes, cuando un tribunal de segunda instancia determine la situación del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en una de las causas por corrupción que surgieron en el marco del Lava Jato. Condenado por el juez Moro, si la Cámara confirma esa opinión, Lula no podrá ser candidato, aunque las encuestas de popularidad le dan cerca de un 45 por ciento de intención de voto y continúan creciendo, y podría terminar preso. Pase lo que pase, será un año con turbulencias políticas que afectarán la ya frágil economía del vecino, a la que está atada sin remedio la suerte local. Un problema extra para el equipo que encabeza Mario Quintana en el primer piso de Balcarce 50.
Pero, además, hay ecos de Brasil en la Argentina. La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner mantiene una excelente relación con el líder paulista y ve, en su situación, un reflejo de la suya. Aunque aún no hay nada confirmado, CFK podría viajar pronto a Brasil para brindar su apoyo a Lula y mostrar una foto de gran potencia política. En el caso de que el candidato brasileño pueda participar de las elecciones, y las gane, el cambio de signo en el gigante regional sería una señal de alerta para el Gobierno argentino, uno de los pocos que reconoció a Michel Temer cuando asumió el poder tras un golpe de Estado institucional a la exmandataria Dilma Rousseff. Un Lula tras las rejas por corrupción e impedido de participar de las elecciones podría, en cambio, ser tomado aquí como ejemplo para avanzar con las causas contra opositores. Una (por ahora lejana) victoria de la derecha brasileña en los comicios que lleve al poder a un gobernante afín a Cambiemos pero con legitimidad popular sería celebrada en la Rosada, acaso más que un gol en la final del Mundial.
En México las elecciones llegarán tras el año más violento de su reciente historia violenta: no hay cifras oficiales, pero las muertes se cuentan de a miles, la corrupción está enraizada en todos los estamentos oficiales y no parece haber una salida sencilla. Enrique Peña Nieto, un presidente afín a Macri, se va con cifras de desaprobación récord, y por primera vez en su historia centenaria, el PRI no presentará un candidato salido de sus filas sino que “adoptó” al economista liberal José Meade. Pero el gran candidato, según las encuestas, es Andrés Manuel López Obrador, el dirigente populista que hace diez años quedó a medio punto de la presidencia y hoy aparece bien posicionado. Aunque más tenue que en Brasil, los resultados allí rebotarán por toda la región y tendrán sus consecuencias en Buenos Aires.
En Colombia, donde el presidente Santos se retira tras dos mandatos, en una elección con final abierto (y participación, por primera vez, de las ex-FARC), el panorama tampoco es alentador para los conservadores: los favoritos parecen ser Sergio Fajard, exalcalde de Medellín, que encabeza una coalición progresista y propacificación, y Gustavo Petro, el izquierdista exmandatario de Bogotá; el uribismo, más afín a Cambiemos, todavía no tiene un candidato firme para regresar al poder. Una vez más: difícilmente el resultado de esa elección genere cimbronazos en Buenos Aires, pero si se confirma el retroceso de la derecha en los vecinos más importantes, el escenario internacional del Gobierno argentino cambiará rotundamente a nivel regional.
Este cambio podría verse reflejado en la situación de Venezuela, que también acudirá a las urnas este año. Desde que asumió, Macri se puso al frente de la ofensiva externa contra el régimen de Nicolás Maduro. A pesar de la hiperinflación, la crisis política prolongada y los serios problemas de la sociedad en ese país, el oficialismo fue amplio ganador de las elecciones locales celebradas en 2017 y el sucesor de Hugo Chávez podría ser reelecto este año, particularmente si la oposición no logra superar los desacuerdos y divisiones que protagonizó durante los últimos meses. Al borde de una guerra civil, el país caribeño tiene por delante desafíos clave, que son seguidos con mucha atención por la Cancillería argentina.
Menos peso político pero igual valor simbólico tendrá en abril el traspaso del poder en Cuba, donde por primera vez en casi 60 años no va a gobernar un Castro una vez que Raúl deje la presidencia, tal como está previsto. La sucesión, que debe decidirse en el seno del Partido Comunista, apuntaría al vice, Miguel Díaz-Canel, y fortalecería la continuidad institucional del régimen, azuzado desde los Estados Unidos por Donald Trump.
Como se verá, el giro a la derecha que parecía arrasar con América latina hace un par de años ha perdido algo de fuerza y definitivamente no resulta hegemónico en toda la región, algo de lo que en Casa Rosada, sin duda, deberán tomar nota.
Por ahora, sacando situaciones excepcionales como en Brasil, las fichas de los conservadores latinoamericanos están puestas en las dos elecciones más pequeñas de este año: en Costa Rica, donde el oficialismo, de centroizquierda, corre cuarto en la carrera hacia los comicios de febrero, y en Paraguay, donde el senador Mario Abdo Benítez, candidato del tradicional Partido Colorado, es favorito ante la renovada alianza del expresidente Fernando Lugo con los liberales. De todas formas, el escenario generalizado en la región es de gran incertidumbre, y en las semanas o meses que quedan hasta las elecciones pueden cambiar los escenarios por motivos domésticos e internacionales. Nada indica que en 2019 el panorama sea más previsible o estable. Algo de lo que en la Casa Rosada también deberán tomar nota.