Gabriela Michetti, Vicepresidenta de la Nación Argentina, dice que no permitiría que una mujer no sea madre aún si se la imponen a través de la violación (Lo podés dar en adopción, ver qué te pasa en el embarazo, trabajar con psicólogo, no sé). Elisa Carrió reproduce ese pensamiento, lo comparte. Considera que aprobar el aborto hará más fácil la violación (Era un orgullo entregar la virginidad al obispo). Estela Regidor, diputada por UCR Corrientes, dijo en Diputados que una perra es igual a una mujer: cuando se queda embarazada, regalamos los perritos (¿Qué pasa cuando nuestra perrita se nos queda embarazada? No le llevamos al veterinario a que aborte. Lamentamos, uh, pero inmediatamente salimos a buscar a quien regalarle los perritos). Mariano Obarrio, periodista de La Nación, hablade “bébes” en televisión, con acentuación en la primera “e”, diferente de la regla gramatical que lo entona en la segunda “e”.
No son inocentes esos “no sé”, “qué se yo” y “uh”: son marcas de clase, expresiones de una mirada sin empatía y con una tradición histórica de odio hacia las mujeres. La discusión sobre si una persona podrá decidir qué sucede en su propio cuerpo está corrida al extremo porque el feminismo empujó los límites de esa escasez de empatía.
¿Qué opera en el discurso de estas personas? Lo central de la regla de la oligarquía no es la herencia de padre a hijo, sino la persistencia de una cierta manera de ver el mundo.
El aborto es legal en Argentina por dos causales desde 1921, cuando las mujeres ni siquiera votaban y menos participaban de la legislación del país. La primera, si se pone en riesgo la salud de la persona gestante (terminemos de una vez con la insistencia de que las mujeres son las únicas en parir); la segunda, si es por “violación”, una causal que pareciera darle la mano derecha a las mujeres, que miente y les dice “si no decidiste, ok, te dejamos”.
El feminismo llegó a cuestionar ese causal pero quedó corto. Pensábamos que lo que molestaba al burgués era nuestro goce, nuestro placer. Es correcto reivindicarlo, por supuesto. Pero no es la explicación de la existencia de ese causal.
En ese causal opera, en realidad, otra idea, y se puede rastrear en la historia: desde la revolución agrícola de 10.000 ac, cuando las personas dejamos de ser nómades para dedicarnos al cultivo de comida en una sola tierra, la mujer estuvo asociada con el trabajo sobre esa tierra. La semilla, el futuro, el pensamiento a largo plazo, comenzaron a operar en las discusiones. A cada modo de producción, opera un tipo de unión y un tipo de Estado. Se comenzó a hablar de propiedades individuales y, por supuesto, la herencia brotó casi de inmediato.
Con estas discusiones se llegó a los primeros siglos de la humanidad en Roma: el aborto era legal solo si partía de la decisión del varón (padre o esposo). La razón era simple: por qué alguien compartiría su propiedad si no le corresponde.
Reformulemos: la mujer es propiedad del hombre. El aborto legal por causal de violación es una legislación machista. Es una mirada entre varones que dicen “no violes mi propiedad”.
Los violadores son personas sanas
No se trata de personas que al no “aguantar” su deseo sexual agarran a cualquiera que esté cerca para penetrar con su genital. La violación es histórica y actualmente de varones hacia mujeres por un hecho de poder y dominación.
Tampoco son enfermos, son personas como cualquiera que haya crecido en esta sociedad. Le explicaron que el amor hacia una mujer se expresaba a través de la posesión; le enseñaron a no escuchar a las mujeres; lo alentaron a ser un macho. Y también le enseñaron que a su propiedad hay que cuidarla y defenderla. Cuando esa propiedad se “desvíe” y no comparta su mismo deseo, hay que corregirla. Igual que cuando en la tierra brota una raíz diferente a la que tenía planeada. Decir que los violadores son enfermos es una manera de justificar a esa persona, porque nadie elije enfermarse, por ende ¿no deberían ir presos?.
El violador es el sujeto más moral de todos en esta sociedad: en el acto de la violación está moralizando a la víctima. Cree que la mujer se merece eso. Es un error que el feminismo eliminó hace muchísimo tiempo la idea de que el violador es un ser anómalo. En él irrumpen determinados valores que están en toda la sociedad. Entonces, nos espantamos y el violador se convierte en un chivo expiatorio pero él, en realidad, fue el protagonista de una acción que es de toda la sociedad, una acción moralizadora de la mujer.
Una acción tan histórica y arraigada que pasa a llamarse tradición. Y si es tradición, se convierte en la norma.
No es con más cárcel, mucho menos con su castración química, que vamos a solucionar el problema. La violación no es un hecho genital, es un hecho de poder. Puede realizarse de forma genital y de muchas otras formas. Si no cambia la atmósfera en que vivimos el problema no va a desaparecer.
No es casual que cuando se debate la Interrupción Voluntaria del Embarazo en Argentina se hable tanto de violaciones. De parte de quienes defienden su legalidad, se plantea para demostrar a lo que está expuesta en su realidad una mujer en el país. De parte de quienes se oponen, el tema se trata con una liviandad aberrante. Todos esos “qué se yo” de Michetti y los “uh” de Estela Regidor son una penetración más de un violador. Pero a cada erección oligarca, respondemos con más lucha. Vamos a dejar de ser su tierra, su propiedad y sus objetos. La revolución feminista llegó para quedarse. Somos sujetos y tenemos derechos. Somos las nietas de todas esas brujas que nunca pudieron quemar.