Hay algunas cuestiones esenciales –las que ya todos conocemos– para el buen funcionamiento de un país o la aplicación de correctivos necesarios que se mantienen, todavía, en el rubro de “incertidumbre”. Eso conlleva a que la Argentina siga perdiendo la confianza tan necesaria tanto fronteras afuera como con nuestros empresarios y trabajadores.
Se agotó un modelo de endeudamiento permanente, cuyo flujo no ayudó a corregir los males estructurales, hasta que los bancos y fondos privados dijeron “basta” y nos dejaron ahora lidiando solo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), más allá de un modesto swap chino y otras pequeñeces.
Parecería que estamos, como país, empecinados en hacer siempre lo mismo esperando distintos resultados. Seguimos gastando más de lo que ganamos e importando más de los que exportamos. Esto, en el tiempo, se llama “jaque perpetuo” y complica por igual la situación financiera como la social.
Los cuadernos demostraron la matriz corrupta de la Argentina en cuanto a las contrataciones del Estado. Las declaraciones de los dueños y CEO de las principales empresas y holdings, así como las de altos funcionarios, fueron mucho más contundentes que los propios cuadernos. Y las que les dieron veracidad, más allá de las lecturas políticas. Los trascendieron, marcarán un antes y un después para la Argentina. Si bien no llegaron ni siquiera los procesamientos y mucho menos las condenas, la hipocresía de la Justicia y de todos los involucrados parece no tener retorno. Los delincuentes confiesan para mejorar su situación, no para que algo cambie.
Si esto sigue así no seremos un país G20, sino una “republiqueta bananera”, bien en el fondo de la tabla mundial, que hoy nos acoge en la lucha por el descenso en más de un rubro.
Cristina no debería ser –no lo será– nunca más la líder electoral del movimiento nacional y popular de este país, llamado por su genérico, “peronismo”. Ese mismo que no encuentra la vertical mientras suma peleas y divisiones de forma permanente, brindando a la expresidenta un lugar expectable en el presente político cercano. Con o sin desafuero, con o sin cárcel, funciona para ella, y la complicación judicial será otra etapa. Hoy en el peronismo no hay nada sólido que no sea Cristina, pero buena parte del peronismo no irá por ese carril. Quizá la mitad de ese 60 por ciento que habitualmente saca en conjunto esa fuerza en cada elección presidencial.
Mauricio Macri no solo no puede aprovechar esa debilidad para sumar aliados sino que se encierra cada vez más en su grupo más íntimo. La línea definitiva para este difícil tránsito político la bajó Marcos Peña y es clara: “Somos Cambiemos y esto es sin peronismo”, afirma, con algo de gorilismo de flema británica.
Como si darle vida a Cristina, porque mucho de eso depende de Macri, le diera seguridades a Cambiemos para el año entrante. En realidad, lo que genera es dejar a un 30 por ciento del país claramente enfrente (efecto buscado) y otro tanto sin poder articular un espacio que les sirva de contención social.
Es que la realidad de la gente no pasa por Cristina, o por el resto de los peronistas, o por los cuadernos y sus empresarios, o por el rol de la AFA y la Selección, o por los resultados de Boca y River en la Copa. Tampoco por el tema del aborto, más allá del avance contundente (moda a full) que lograron les luchadores por la igualdad de género y de oportunidades. Y tampoco por el pope Francisco, quien organiza, junto a los evangélicos, la resistencia a tanta “herejía” en sus inocentes ovejitas. Todas realidades, pero también maniobras de distracción bien pergeñadas y ejecutadas.
La realidad es otra. A la clase alta le molesta la prisión y el futuro de las empresas que regentean. Los capitales extranjeros ya decidieron irse, no confían más. Los financieros, ya que los industriales llegaron con cuentagotas. La clase media que apoyó a Macri está desilusionada, porque sigue bancando con sus impuestos a todo el resto del país, y ya no aguanta más por la suba de tarifas, costos e inflación. En este sector ya se registra una importante pérdida de trabajo o precarización absoluta. La clase baja se cayó al precipicio con el parate casi total de las changas en el último año y con planes que ya no resisten la supervivencia alimenticia y de salud, a pesar de los esfuerzos del Gobierno en reforzarlos.
La realidad es que Macri es, por todos estos motivos, un candidato bastante incierto si uno proyecta el próximo año. Solo el polo antiperonista acérrimo será su electorado firme. Aproximadamente, un 30 por ciento. Justo lo mismo que tiene en principio Cristina si se presenta ella o alguien a quien patrocine fuertemente.
El cuarenta por ciento de los argentinos hoy no vota ni por Cristina ni por Macri. Y podría ser más grande este sector, ya que con nombres y políticas apropiadas se perforan los núcleos duros de uno y otra. Cuando se habla de elecciones en la Argentina hoy, esto es lo que se habla, aunque pueden contarlo como quieran.
Cristina y Macri son el uno para el otro. Sí, otro.