En la mañana del lunes, Mauricio Macri salió, levemente atrasado, en cadena nacional con un anuncio grabado un par de horas antes. Su cara denotaba una mezcla de cansancio y decepción. Este fue uno de los mensajes que le hubiera gustado no tener que dar nunca, más aun con el antecedente del microdiscurso de la semana anterior, que había resultado de terror.
La autocrítica fue entre escasa y nula, y el nuevo y complejo mundo, la herencia recibida y los cuadernos volvieron a tener segundos en su boca como los culpables de todo lo que ocurre.
Ese fin de semana, los funcionarios top (Marcos Peña y sus secuaces), más la mesa política del espacio, que conforman María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Rogelio Frigerio, en doble rol esta vez, fluctuando en el papel de atacado y de atacante, desataron una tormenta de trituración de prestigios y gestiones (con Dujovne y Faurie a la cabeza) mezclada con una voracidad en la búsqueda de espacios y una alquimia cambiante cada dos o tres horas, que llegaron hasta a cansar al Excel, confundido.
Los riesgos internos de la movida no fueron considerados en esta ocasión. Se charló con el organigrama y los números en la mano, lejos de la gente y sus necesidades. Los mercados, el dólar, la plata para mostrarle al Fondo (traducida en el impuesto a las exportaciones), los recortes nimios, los inefables aciertos de los fondos de inversión, quién se queda como ministro de Economía y el qué dirán en Washington, fueron las principales preocupaciones. Déficit cero…
La problemática social apareció de la mano de dos viejas amigas: Vidal y Carolina Stanley. Ellas sí conocen, al igual que sus colaboradores, la situación pésima y preincendiaria de amplios sectores de la población. El conurbano es el territorio más visible, pero en el resto del país quizá sea aún peor. Y todavía eso no arrancó. El único tiro para el lado de la justicia. Unos millones…
Marcos mutó de lamentar el golpe contra sus subalternos –algo que no imaginó nunca que Macri avalara– a concentrar toda la energía y el poder que le queda para que el Presidente no lo sorprendiera de nuevo. “Marcos soy yo” en boca del Presidente sigue siendo una realidad que hasta se transformó en la simbología de este gobierno. Pero todo cambia, y Marcos lo sabe. Por la dureza del ataque se puede considerar un weekend winner; nadie hubiera resistido ni la mitad de los cuestionamientos contra su persona. Pero a su vez se despidió para siempre de su proyecto presidencial.
Todavía no se pasó a precios la devaluación de la semana pasada en casi ningún rubro. Es más, ni siquiera hay precios, hay incertidumbre. Están los que tienen moneda y aprietan y los que necesitan todo y aflojan.
Las construcciones políticas y los decretos se diferencian en algo, unas son siempre reales, los otros pueden o no serlo. Son los mismos, compactado como dijo el número uno, más allá de la calma cambiaria aún no lograda. ¿Por qué cambiaría el resto de la acción del gobierno? El mismo Presidente, igual jefe de Gabinete, el resto desordenado, pero los mismos, ¿por qué deberían acertar ahora?
El peronismo debe aportar al presupuesto defendiendo lo suyo y no poniendo trabas electorales. Ya se verán sus ideas y su tiempo. Nada de eso está a punto.
Con el 70 por ciento de imagen negativa, no hay margen. Esa gente no lo votaría nunca y la situación de Macri se parece cada vez más a la de Cristina. Ninguno de los dos presidentes tendrá una nueva oportunidad. Pase lo que pase, suena imposible.
Pocas veces un G20 ayudó tanto a un gobierno a mantenerse de pie ante tanta dificultad. La ayuda de ese ámbito viene sola, habida cuenta de que a tres meses del evento ya no hay tiempo para cambios. Y los gigantes del planeta tienen muchos planes para este G20; no los va a detener una corrida cambiaria tercermundista mal llevada.
Gratamente, este martes, el Gobierno recibió un fuerte espaldarazo público de Donald Trump. Y Vladímir Putin ya había confirmado su asistencia días antes, anunciada a la llegada de su nuevo embajador. La distancia, que ya era sideral entre las potencias y la Argentina, ahora con cero confianza, es casi humillante. La opción de máxima es no molestarlos mientras defienden sus intereses -en nuestro país- con estudio previo, patriotismo e inteligencia.
La agenda del mundo choca de frente contra el ajuste argentino, provocado en todos los ámbitos. Justo cuando había que mostrar fortaleza, nos fuimos al pasto de nuevo. Y como llovió y había barro, no está claro si volveremos o no a la pista.