En 2016, el Banco Central de la República Argentina anunció y emitió una nueva familia y serie de billetes para el país. El comunicado de la entidad lo explicaba así: “La nueva familia tendrá como temas la fauna autóctona argentina y diversas regiones del país. Cada uno de los billetes presentará en el anverso la figura de un animal típico de la región y en el reverso el hábitat característico de esa especie.
”Con la elección de la fauna y de las regiones argentinas, el BCRA procura también un punto de encuentro en el que todos los argentinos puedan sentirse representados en la moneda nacional”.
Los motivos de cada billete serían los siguientes, según anunciaban: “Billete de $1.000: Hornero (ave nacional). Región Centro. Billete de $500: Yaguareté. Región Noreste. Billete de $200: Ballena franca austral. Mar Argentino, Antártida e islas del Atlántico sur. Billete de $100: Taruca, Región Noroeste. Billete de $50: Cóndor. Región Andina. Billete de $20: Guanaco. Estepa patagónica”.
Todo esto se fue cumpliendo paulatinamente, pero si uno revisa la continuidad, los de dos pesos desaparecieron y los de cinco y diez van en camino a ser monedas, el resto, ya sea el de 50 con el cóndor andino como los más grandes de 200 con la ballena franca austral, el de 500 con el yaguareté y el de 1.000 (duro de ganar) con el hornero, vio la luz. Junto al cóndor de 50 todavía circula el de Malvinas de 2015 y el de Sarmiento. Pero en el rubro de 100 pesos (donde conviven Roca y Evita), el Taruca, un ciervo de piel grisácea del NEA, no apareció jamás en la calle. Y estamos terminando el 2018.
Justo el de 100. El billete nacional de mayor denominación durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. No existían los billetes más fuertes hasta 2016.
Lo que se sabe de la investigación que se lleva a cabo a raíz de las ya famosas valijas producto de las coimas en casi todas las ramas de las contrataciones fuertes del Estado y de la entrega de subsidios con retornos es que buena parte de los pagos se hacían en moneda extranjera, digamos dólares o euros, en el mejor de los casos, por una cuestión de tamaño.
Uno supone que con la plata sucia en moneda extranjera se opera y se lava en los paraísos fiscales con cuentas offshore, se compra y se construyen casas y hoteles en distintas partes del mundo, pero no todo pasa por ahí.
Hay cuestiones operativas –gente, actividades, cooperativas, mutuales, plazos fijos, ONG, o cualquier otra cosa y con cualquier destino– que en un proyecto político –sobre todo desde una Presidencia de la Nación– se pagan en pesos. Y son muchísimas las cosas y personas en la Argentina que se pagan en pesos.
Pregunta a los genios: ¿no se contribuiría a la escuálida ley de extinción de dominio sancionada, no se evitaría excavar media Patagonia y centenares de allanamientos, no se hubiera recuperado o detectado mucha plata argentina en su momento si el Gobierno hubiera tenido la firme decisión de poner en circulación el Taruca de 100 pesos en tiempo y forma y eliminar las otras versiones? ¿Por qué salieron todos y ese no?
¿Por qué el Gobierno no los quita inmediatamente y así, si hubiera millones (o miles de millones o nada, quizá, da lo mismo) de pesos distribuidos a lo largo y a lo ancho del país, todos sus tenedores tendrían que pasar por un banco a cambiar sus Roca y Evita por los Tarucas nuevos? Y ahí todo quedaría registrado en cámaras y asientos contables, o los tendrían que sacar del circuito, y eso también es bueno.
En la Argentina, para el mal, se usan dólares, euros o cualquier cosa. En ese último rubro era fundamental jubilar los viejos Evita y Roca, reyes de una época. Y Taruca no salió.
¿No será hora, Caputo, de ponerse media pila? Más vale tarde que nunca.