Los radicales no quieren ser más los convidados de piedra

Los radicales no quieren ser más los convidados de piedra

La interna entre el Pro y el radicalismo dentro de la alianza de Cambiemos.


Amenazaba con ser el desembarco definitivo y profundo del radicalismo en el gabinete nacional y terminó como un paso de comedia. Tragicómico para el momento que vivía (y vive) el país. El domingo 2 de septiembre, el Gobierno discutía cambios en su plantel de ministros y hacia la Quinta de Olivos marcharon los referentes de la UCR en busca de, al menos, tres puestos clave. Terminaron con ninguno.

Se suponía que Mauricio Macri buscaba oxigenar su gestión y abrir su círculo de decisión a los aliados de Cambiemos. Sonaron los nombres de Ernesto Sanz, correligionario sin cargo partidario pero fundador de la coalición y el interlocutor que sostuvo un diálogo privilegiado con el Presidente; Martín Lousteau, novel afiliado al partido de Yrigoyen; más, curiosamente, Alfonso Prat-Gay, economista que si bien no tiene relación formal con la UCR, aparecía en el combo de esa fuerza.

Las versiones fueron febriles y algunas sonaron disparatadas. Como se dijo, quedaron en cero. Y mostraron la cara más pobre del papel del radicalismo en el Gobierno y su relación con el Pro. Una relación que tiene recorrido de casi tres años en el poder y que hoy puede dividirse en varios planos.

 

La relación de gestión

Una vez que el mencionado Sanz, con excusas familiares, declinó ser el ministro de Justicia de Macri, allá por diciembre de 2015, el vínculo nacional pareció quedar dañado. Desde entonces, cada ministro o secretario radical que se incorporó en el Gobierno eludió el filtro partidario, y el acento de las designaciones estuvo puesto más bien en la afinidad con Macri, con Marcos Peña o con quien correspondiera de la “mesa chica”. En ese idioma habrá que entender el paso de Oscar Aguad por Comunicación primero y por Defensa luego; el de José Cano por el Plan Belgrano, y el del ahora secretario de Salud, Rodolfo Rubinstein, por citar algunos casos. Para resumir: son más funcionarios de Cambiemos de origen radical que representantes del radicalismo.

 

La relación con los gobernadores

Uno de los vuelcos más grandes en el trato personal de dos dirigentes de ambas veredas lo han dado Macri y el gobernador jujeño Gerardo Morales. Literalmente, se detestaban. Hoy tienen una relación aceitada, acaso porque Morales, como define el círculo rojo de la política, es el más peronista de los radicales. El Presidente lo bancó públicamente cuando el mandatario defendía la detención de su enemiga Milagro Sala y, sobre todo, mantuvo aceitado el canal de fondos que la Nación debía enviar a la provincia.

Con el otro gobernador radical de peso, Alfredo Cornejo, se da un caso particular. Se trata del jefe del radicalismo y, desde que asumió ese rol, tomó una postura más dura (en privado y en público) respecto al lugar que debe tener el partido. Pidió voz y voto. Y se puso a la cabeza de los reclamos internos, por ejemplo, para morigerar la suba de tarifas. Como no tiene reelección en Mendoza, deja correr con gusto la versión de que no le caería mal ser compañero de fórmula de Macri en 2019. Típico de los períodos electorales: un pedido de máxima en la salida, para negociar concesiones menores al final.

El tercer gobernador radical, Gustavo Valdés, de Corrientes, tiene un plus para mantener una relación más calma: en su provincia recién se renueva gobernador en 2021.

 

La relación parlamentaria

Es la que mejor funciona y donde el radicalismo se siente con mayor influencia. Macri y varios dirigentes del Pro de peso tienen particular respeto por Mario Negri, el cordobés que conduce a los diputados del oficialismo. Incluso su nombre sonó para presidir la Cámara cuando se especulaba con una salida anticipada del macrista-peronista Emilio Monzó. Negri es uno de los que mejor se lleva con Elisa Carrió y acá se diferencia de los gobernadores de su partido (y de Sanz), que tienen una pésima opinión de la líder de la Coalición Cívica.

Volviendo a la relación parlamentaria, hasta ahora el radicalismo siempre se mostró alineado con el macrismo; aunque a veces lo hizo a disgusto y con quejas por la falta de comunicación para anticiparles algunas medidas antipáticas que debían defender.

Pero esta semana dieron un pequeño paso, que debe entenderse en esa nueva línea de diferenciación, autonomía y perfil más alto que pretenden tener. Uno de sus diputados, el mendocino Luis Borsani, acaba de presentar un proyecto para que los jueces (los nuevos, pero también los que ya ejercen el cargo) paguen Impuesto a las Ganancias. Si bien la iniciativa tiene el apoyo en general de la sociedad y va en línea con el ajuste que propone el macrismo, la UCR presentó la iniciativa en nombre propio. Como con el tema de las tarifas, también se preocupan por aparecer ante los argentinos con propuestas que mejoren su día a día y que se empiece a registrar su influencia en las decisiones de gobierno.

 

La relación electoral

Es este uno de los puntos más sensibles y hasta ahora apenas acallado por la crisis económica que atraviesa el país. Fue un reclamo ostensible del radicalismo cuando se discutieron los lugares en las listas para las legislativas de 2017. Como con los cargos en el gabinete nacional, la UCR se queja de que la dupla Macri-Peña no ofrece lugares en blanco para el partido sino que pide nombres particulares del radicalismo y eso les complica algunas internas locales. Un ejemplo fue el del desconocido Albor Cantard, que terminó ganando en Santa Fe.

Aquí la discusión se da en distintas escalas. Como se comentó, más allá de la versión que dejaron correr, en la UCR descuentan que Macri no abrirá su fórmula a un correligionario, salvo previa hecatombe. Allí, si bien hoy el lugar parece libre por el casi seguro desplazamiento de Gabriela Michetti, se mencionan figuras propias del Pro, como la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley.

En cambio, suena más fuerte la posibilidad de que María Eugenia Vidal repita con Daniel Salvador u otro radical en la Provincia. Sería la lógica de “equipo que gana no se toca”.

En las provincias que gobierna la UCR, en cambio, define el jefe partidario, es decir, el gobernador. Morales irá por la reelección en Jujuy, y en Mendoza, donde está vedado el segundo mandato consecutivo, Cornejo elegirá a algún partidario. Esa potestad es la que suelen recordar por lo bajo los macristas cuando los radicales se quejan por la falta de espacios: “Que no jodan porque ellos no abren sus gabinetes en sus provincias y nosotros no les armamos internas para las elecciones”.

En otros distritos que el oficialismo espera conquistar, hay varios que estarían guardados para figuras de la UCR: Julio Martínez haría un nuevo intento en La Rioja y el intendente (y ex jefe del partido) José Corral sería la apuesta en Santa Fe. Acaso la duda más grande esté en el segundo distrito electoral del país: en Córdoba se anotan dos radicales, Negri y el intendente capitalino Ramón Mestre (h), a quienes se debería sumar al macrista Héctor Baldassi. ¿Dirime Macri o habrá internas?

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