Si bien la conflictividad social es un trastorno permanente, sobre todo en la gran vidriera nacional que es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lo cierto es que a pesar de la magnitud de los problemas por los que atraviesa la sociedad, el principal “daño” que se genera son, por ahora, los cortes de calle y avenidas y las dificultades a veces caóticas en el tránsito del centro porteño.
Esto suena, como en las dietas alimentarias, a lo que se denomina “permitido”. Como si hubiera un reconocimiento de parte del Gobierno, tanto nacional como local, que de algún modo hay que permitir el destape de esa olla a presión que se expresa a partir de estas manifestaciones. Y si la resultante de la conflictividad es la dificultad de circulación en un radio de cinco kilómetros cuadrados en la capital de la República, el tema no ha pasado a mayores a pesar de haber entregado la calle a la oposición y/o afectados.
Si analizamos la composición de quiénes ejercen y protagonizan este tipo de protestas, caeremos en la cuenta de que provienen solamente de estamentos de la sociedad que no son particularmente agresivos, como los partidos políticos, algunas de las centrales sindicales más combativas y los movimientos sociales, “nuevos” actores incorporados en el mapa nacional de las reivindicaciones. Hasta aquí, los dueños de la protesta en líneas generales y sus metodologías cotidianas por todos conocidas.
Es cierto que en diciembre del año pasado, en ocasión del tratamiento en el Congreso de la Nación de las reformas en el rubro previsional, hubo movilizaciones masivas con niveles de violencia que alcanzaron picos importantes. Tomamos ese punto de partida para continuar el análisis que nos permita proyectar las amenazas a la paz social que puede traer aparejada la cumbre mundial del G20.
La recesión avanza y lo seguirá haciendo, por lo menos, en los próximos seis meses. Es la continuidad lógica después de la crisis cambiaria y los procesos inflacionarios y devaluatorios de la golpeada y poco confiable economía argentina.
En este marco se desarrollará la cumbre planetaria en nuestro país. Luego de un análisis, Tecnópolis y La Rural fueron descartados como sedes, quedando el complejo Costa Salguero como el lugar elegido. Teniendo como retaguardia el río y de frente una de las zona más bajas en altura de la Capital, el panorama se simplifica bastante más que en las otras dos opciones desde la óptica de la seguridad. Helicópteros, aviones, drones, todos con la tarea simplificada.
Si tomamos un radio de tres kilómetros a la redonda para liberar la zona y colocar los vallados, estos recaerán en algunas zonas de Palermo, Belgrano, la Villa 31 y algo de Barrio Norte, ya que los parques, el Aeroparque y edificios viejos y bajos completan la cercanía del lugar.
Ahí está la hipótesis de conflicto entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad que deberán controlar su avance. Hamburgo dejó más de 200 policías heridos, pérdidas de más de cuatro millones de dólares en autos incendiados, cajeros arrancados, cientos de vidrieras y casas rotas, entre los numerosos desmanes producidos en la anterior cumbre.
Los argentinos nos bastamos solos para hacer grandes destrozos pero, además, hasta acá llegarán desde el exterior activistas internacionalistas, como los denominados Black Blocks, que van vestidos de negro y con las cabezas tapadas y que emergen como la elite en el cuerpo a cuerpo contra la infantería que le pongan delante. Se organizan por la redes en conferencias encriptadas. La lejanía europea puede ser un alivio pero las realidades latinoamericanas de estos grupos dirán presente junto a algunos que crucen el océano.
“Bienvenidos al Infierno” fue el lema en Hamburgo, y acá no será muy distinto. La seguridad de los presidentes no está en juego en esta columna. Sus custodias están acostumbradas a este tipo de eventos. El tema es el social nuestro, y lo que nos quedará a su paso, ya que el FMI, Trump, Macri, Inglaterra y la situación propia de nuestro país sobran para acumular masa crítica e intensa contra este evento.
Gran y vital desafío para la seguridad, hay que ser muy profesional ante las provocaciones, cuidado en el exceso represivo evitando posibles muertes que determinen de plano un curso distinto de los acontecimientos cuando esto finalice. El incendio del G20 está garantizado. Cuándo se apaga ese fuego dependerá de la destreza o de los errores del Gobierno.