En medio de la crisis que vive Venezuela y el contexto político, económico y social a nivel mundial, el papa Francisco sigue apostando por un mundo igualitario, inclusivo y que dignifique. Pese a las conspiraciones sobre su salida, 57 países lo siguen eligiendo y confiando en él.
El mapa de preferencias que surge de la recientemente publicada Encuesta Mundial Anual de Gallup, que reveló el medio Perfil, sobre quiénes dirigen los destinos de la Tierra, entra en colisión con algunos resultados en las urnas. Donald Trump, el presidente bravucón y belicoso que se propone construir muros y romper puentes, provoca tantas resistencias que lo ubican en los últimos puestos de la lista, al igual que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con su accionar antipalestino duro e intransigente. Emmanuel Macron, que llegó a la presidencia de Francia con impronta renovadora y recetas añejas, pasó del primer puesto en 2017 a una caída en picada, provocada por políticas que generaron la reacción de los chalecos amarillos. Por el contrario, Angela Merkel, la canciller alemana con capacidad de diálogo y cierta autonomía frente a los arrebatos estadounidenses, se destaca en el segundo puesto.
Según la encuesta, se trata de una alerta para los convencidos de que este “nuevo” ciclo es un sentimiento de época y que apunta a una “racionalidad” unívoca que dicta las reglas, las impone y las arbitra. Este orden mundial que intenta afianzar Trump, y que cuenta con Jair Bolsonaro y Mauricio Macri entre sus discípulos, tiene un opositor férreo: el papa Francisco.
A pocos días de que se cumplan seis años de su elección, sucediendo al papa Benedicto XVI, el hecho de que sea la primera santidad latinoamericana, jesuita, argentina y peronista, trata de reencauzar una Iglesia sacudida por múltiples escándalos, atrasada en su doctrina y profundamente conservadora en lo social y en lo político. Las personas lo aceptaron y lo avalaron por su discurso y su carisma, provocando la cercanía a la gente y el alejamiento a la ostentación de poder y riqueza, a diferencia que sus antecesores.
Poco parece frenarlo, pese a un mapa político con cambios erráticos o imprevisibles. Tampoco las reacciones y ataques cada vez más virulentos de un establishment al que incomoda con sus encíclicas, sus prédicas antineoliberales, su preocupación por el cambio climático, su intolerancia hacia la corrupción o sus apasionados mensajes a favor de los migrantes, los desposeídos, los descartados de siempre. Es un pontífice inquieto, preocupado por “un mundo en guerra” que no acepta estarlo y que tampoco visualiza sus consecuencias.
Las fuerzas conservadoras dentro y fuera del Vaticano están envalentonadas por el crecimiento de la derecha en Occidente e intentan golpearlo y desgastarlo en varios frentes. Y, dentro del pensamiento progresista, la agenda social no parece llenar las expectativas de cambio de una Iglesia que suma demasiados “pendientes” y soluciones complejas.
Desmintiendo el refrán, el Papa es profeta en su tierra, salvo por la compleja relación con Macri, del que mucho lo separa y poco lo acerca. Resulta difícil de entender que el líder mas valorado del planeta sea “ninguneado” por quienes hoy gobiernan. “No suma votos”, dijo alguna vez Jaime Durán Barba. Francisco no parece inmutarse. “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible.”