Ya no se investiga en la ciencia moderna como lo hacían los grandes científicos del pasado, aquellos que estudiamos los que ya tenemos algunos años en el secundario. Louis Gay Lussac, o Antoine Lavoisier, o el propio Isaac Newton creaban condiciones especiales en sus experimentos, que determinaban resultados igualmente excepcionales, por lo que muchas veces las condiciones de la naturaleza no reproducían los mismos resultados. Por esta causa, alguna que otra excelente teoría debió ser descartada por “ideal”.
Sosteniendo el mismo concepto, algunos estrategas de Cambiemos imaginan que lo mejor que podría pasarle al oficialismo es una eventual postulación de Cristina Fernández de Kirchner para destronar a Mauricio Macri del Sillón de Rivadavia, descartando las condiciones económicas y sociales –es decir, el medio ambiente- en las que se producirán las elecciones.
De todos modos, el estilo Cambiemos se mantendrá, más allá de las condiciones ambientales que les toque enfrentar. Harán timbreos, saldrán a hablar de “la gestión”, destacarán la existencia de “las tormentas”, discutirán sobre “la herencia recibida” y tratarán de evitar a toda costa que salga a la palestra el tema económico. Allí contestarán que no sólo la herencia recibida les obstruye el camino, sino que “la corrupción heredada”, es uno de los principales escollos que aún deben superar.
El arquitecto de la campaña volverá a ser el jefe de Gabinete Marcos Peña, hoy liberado de la tutela de Emilio Monzó, uno de los hombres que construyó el triunfo de 2015 y que luego fue perdiendo su rol de interlocutor con los hombres del presidente –y con el presidente mismo-, hasta los días que corren, cuando el hombre de Carlos Tejedor se ve a sí mismo más cerca del
retiro que de la continuidad.
Muchos de sus colegas le critican a Peña –es habitual la crítica en el palacio contra quienes entran al despacho del príncipe sin golpear- porque no abre el juego de esa “mesa chica” en la que se sientan sólo Macri, él, Jaime Durán Barba, Fernando
de Andreis y a veces Nicolás Caputo. El caso de éste es diferente. Es el único que le puede enrostrar a Macri cualquier cosa, pero su opinión no es decisiva en temas políticos, aunque no se priva de opinar, con la seguridad de que siempre será escuchado.
La Campaña
El primer concepto que está circulando es la necesidad “de no volver al pasado”. Este ítem está contenido en la lupa que pondrán los candidatos oficialistas sobre “la corrupción del kirchnerismo”.
Otro de los temas importantes será el concepto de la seguridad, que reemplazará en su discurso a la economía, un territorio en el que el Gobierno no puede exhibir mayores logros, en especial desde la crisis del año pasado, que arrasó sus expectativas en esta materia.
La teoría que esgrimen los asesores de Cambiemos es que la gente pide más mano dura, más allá que desde 2014 no crecen los homicidios dolosos, una tendencia que se mantuvo estable. Lo mismo ocurrió con el porcentaje de víctimas del delito,
que se estabilizó los últimos tres años en una cifra que oscila entre el 28 y el 33 por ciento, sin avanzar ni decrecer.
Un tema conexo será la lucha contra el narcotráfico, en la que los estrategas gubernamentales consideran que hubo los suficientes éxitos como para ser exhibidos al público.
En la economía –que, como se dijo, no será un tema central- sí insistirán los candidatos de Cambiemos en que el dólar se mantendrá estable en una banda predeterminada y se ufanarán con que el FMI autorizó a Guido Sandleris a gastar una
cifra de hasta 60 millones de dólares por día para atornillar el precio a niveles “aceptables”.
Tal paridad cambiaria sacrificará toda posibilidad del crecimiento industrial que distribuye la riqueza entre los asalariados, ya que con las tasas de hasta el 70% que ofrece el mercado para evitar las corridas hacia el dólar harán imposible cualquier
instancia de acceder al financiamiento a las empresas productoras de bienes manufacturados.
Esta “banda” de aceptación social en la que se mueve la economía será, más allá de los discursos de campaña, la que defina el futuro de los próximos cuatro años.
No es la economía, estúpido, habría sintetizado el inefable Bill Clinton si hubiera sido argentino.