La muerte de Julio Humberto Grondona hace 4 años no produce hoy las críticas que se escuchaban a lo largo de su extenso mandato en la AFA por 35 años y su participación superlativa en la FIFA del fin de siglo pasado y principios de éste. La realidad lo eximió de culpas. Mi padre me trasmitió que “todo paraíso, para serlo, debe ser un paraíso perdido”. Campeonatos del mundo de mayores, seis mundiales juveniles, dos Juegos Olímpicos, dos Copas Américas, el excelso predio de Ezeiza para la preparación de las selecciones nacionales, la ecuanimidad en las chances de ganar tanto torneos nacionales como internacionales para todos los equipos fueron algunos de sus logros. Todo lo contrario de lo que es hoy la AFA y, sobre todo, la sombra de un gobierno que quiere privatizar el fútbol creando sociedades anónimas.
Las gestiones no se miden solo en títulos. La muerte de Grondona igual cerró la canilla de los mismos, pero se mide también en la protección del más débil, la organización, la construcción de poder en el escenario regional y mundial, la previsibilidad en el accionar, el financiamiento de las actividades locales y de los combinados nacionales, la justicia en las decisiones y, sobre todo, las soluciones a los problemas de todos. Esas fueron las virtudes de Grondona, por sobre todo los personajes que tenemos hoy, que la van a buscar siempre adentro.
El gobierno nacional, con Fernando Marín a la cabeza, tiene un plan devastador para nuestro fútbol que ya está en marcha. River y Boca serían los únicos privilegiados, como una versión argentina y subdesarrollada de Real Madrid y Barcelona, por poner un ejemplo bien conocido. Chiqui Tapia en la AFA tiene votos en la Asamblea, pero nada más y recibe -con razón- todos los cachetazos, los propios y los ajenos.
La AFA está fundida, la SAF es una porquería que de super tiene sólo el nombre. Si hasta Fútbol para Todos vuelve a ser (con los cambios necesarios) un proyecto válido para mitigar la tristeza deportiva de los fines de semana. Se manchó la pelota. Perdón, don Julio.