Los Fernández son una construcción extraña o, por lo menos, inesperada. Ningún analista político hubiera apostado por la candidatura presidencial de Alberto Fernández, el hombre que mira el país desde River View, a sólo 500 metros de la Casa Rosada.
Esto no significa un menosprecio a la capacidad que Alberto Fernández posee para el manejo de la cosa pública desde la altura máxima, que ya condujo con bastante éxito durante el gobierno de Néstor Kirchner, del cual fue jefe de Gabinete.
El periodismo especializado lo satiriza -si éste responde a los medios enfrentados con la ex presidenta- ubicando al candidato como un títere de CFK, mientras que los medios más identificados con el anterior gobierno lo realzan con respeto, pero sin entrarle al hueso respecto del futuro que puede llegar a tomar esta coalición -que ahora sumó a Sergio Massa- en caso de que llegue al gobierno.
Es necesario dejar en claro que nunca observé gestos de “enorme” grandeza en la dirigencia política, por lo menos entre los top de la etapa moderna. Obvio es que habrá raras excepciones, como en todas las actividades, pero no podría nombrar ninguna en los más altos niveles si repasara los últimos 30 años. La bajada de CFK a la vicepresidencia pertenece, por supuesto, a la gran mayoría de las decisiones y no a las excepciones. Responde a una necesidad absolutamente racional que tiene que ver con la única posibilidad real de intentar ganar en la primera vuelta.
Y la centralidad que ella ejercía empieza a deshilacharse lentamente desde el día que anunció dicha decisión. Más allá de los relatos del beneficiado o de la autora de Sinceramente, Alberto Fernández se encontraba en el lugar justo, en el momento justo, con la propuesta justa. Y eso no es casualidad ni suerte. Es el triunfo de una política, la suya.
Igualmente, la centralidad de CFK existe y es enorme. Es la dueña de la gran mayoría de los votos que tiene el peronismo en el país, con un extra bonus importante en los lugares más humildes, como el conurbano bonaerense o las provincias del NEA/NOA.
Todos, de a poco, se fueron convenciendo de que sus votos no mutarían de espacio en esta elección. Algunos lo percibieron antes, como Alberto o Sergio Massa, mientras que otros fracasaron en el intento de armar espacios en paralelo apelando a una supuesta “alternativa peronista”. De ese modo, con un tremendo empuje desde la Casa Rosada para que la cosa así fuera, el escenario se fue cristalizando en la polarización promovida por ambas mega coaliciones. Sólo la izquierda saltará la grieta en el año electoral pleno. Y un Roberto Lavagna casi solo….
Los más sagaces que tiene enfrente Mauricio Macri entendieron que es una elección de una vuelta y que hay que juntar todo para ampliar la ventaja hasta lo necesario. Ellos fueron en busca de los votos de CFK y tratan de contenerlos y aportar algo para conseguir nuevos. Ellos son Alberto y Massa.
Los que no se sumaron no es que no lo entendieron, sino que de algún modo les da lo mismo quién triunfe este año o entienden que no es su tiempo y que ambas propuestas tienen claroscuros. Y se decidieron a convivir con ellas, ya sea con boletas cortas en su provincias o esquivando de manera elegante cualquier adhesión.
Alberto tiene todo claro. Sus socios del ahora, quizás cómo éstos, mutarán de acuerdo a los distintos escenarios por donde le toque transitar en su gestión, si fuese elegido. Este país es super presidencialista, lo fue con Menem, Cristina o Macri. Y también lo será con Alberto. La lógica pirámide irá in crescendo con el correr del tiempo, hasta el punto de inflexión de los primeros dos años. Y no nos referimos a inventar rápidas contradicciones en un período en que lo lógico es imaginar grandes consensos y no peleas. Mucho menos, peleas internas. Pero en la cultura argentina, al sol del nuevo gobierno nace la nueva centralidad. Con una sola butaca, aunque su amiga tenga el mismo apellido.