Los datos del escrutinio definitivo de las PASO, que la Justicia Electoral terminó de procesar la semana pasada, confirmaron el pico de polarización que hubo el 11 de agosto: pese al alto rechazo que mostraban previamente al comicio, entre Alberto Fernández y Maurcio Macri sumaron más del 82% de los votos positivos.
Y si bien la distancia que sacó el candidato del Frente de Todos parece casi irreversible (más de 4 millones de votos), sobre todo en un contexto de insoportable incertidumbre económica, en Juntos por el Cambio se aferran a un eslogan para mantener viva la idea del milagro: “Todavía hay votos dando vuelta como para llegar a un balotaje”.
Es la lógica del equipo condenado al descenso; la pelea no se abandona “hasta que las matemáticas digan lo contrario”.
Algo de esto recogió el propio Presidente el sábado 24, cuando miles de personas fueron a manifestarse en su apoyo a la Plaza de Mayo. Fue un chispazo tenue, en un presente sombrío, que se oscureció después de esa marcha, con nuevos signos de inestabilidad económica.
Como sea, los ultras del oficialismo, mezclados funcionarios y militantes, apuntan a los grupos que no los apoyaron en las primarias y podrían (en la teoría) sumar en octubre. Es un optimismo a prueba de dólar: especulando con que Alberto Fernández mantenga sus poco más de 12 millones de votos, la Casa Rosada necesita casi de una proeza estadística para llegar a una segunda vuelta.
La Constitución prevé que se consagrará presidente en primera vuelta el postulante que supere el 45% de los votos positivos (son los que optan por algún candidato, dejando afuera del cálculo a los sufragios en blanco o nulos). Fernández consiguió en las primarias el 49,49% de esos votos positivos, por lo que para bajar a menos de 45% con una cantidad de votos similar (poco más de 12 millones), deberían sumarse electores y una mayoría abrumadora de éstos deberían optar por Macri.
Al mandatario le juega en contra la otra cláusula para evitar el balotaje: también será triunfador el que obtenga al menos el 40% de los votos, con una diferencia del 10% (o más) sobre su más inmediato perseguidor.
Es decir, Macri tiene que subir a por lo menos 35 puntos. En números gruesos, para que se den los dos fenómenos en paralelo, tendrían que ir a votar en octubre cerca de 2,5 millones más de electores que en agosto y casi ninguno de ellos debería optar por el candidato del Frente de Todos. Pero, sobre todo, más de la mitad deberían inclinarse por su rival de Juntos por el Cambio.
Por eso, además de apuntar a estos eventuales votantes nuevos, desde ambos comandos miran con atención los “otros votos” de las PASO. Es decir, los que no optaron por ninguna variante de la grieta, que pueden dividirse en tres grupos:
Los “otros votos” con oferta electoral. Son más de 4 millones de sufragios que se dividieron entre cuatro candidatos que pasaron el filtro de las primarias (consiguieron más del 1,5% de los votos válidos, incluidos los blancos en la base) y estarán con su boleta en octubre: Roberto Lavagna (Consenso Federal, unos 2 millones), Nicolás del Caño (Frente de Izquierda, 722 mil), Juan José Gómez Centurión (Frente NOS, 670 mil) y José Luis Espert (Despertar, 550 mil).
¿Habrá voto útil entre los votantes de esas listas y se trasladarán hacia alguno de los dos lados de la polarización? Ésta era la especulación previa a las PASO, aunque la amplia diferencia a favor del kirchnerismo en las primarias (arriba de 16 puntos), reabrió la duda. Y agregó otra: con la situación económica como está, ¿el voto útil iría a Juntos por el Cambio o al Frente de Todos? Cuando el Gobierno agita el fantasma de la vuelta K, lo hace con esta lógica. Según su visión, la incertidumbre actual está motivada por el posible retorno del kirchnerismo y para evitar que se profundice, la gente debería ratificar al Gobierno que no pudo evitarla.
Los “otros votos” sin oferta electoral. Son cerca de 300 mil sufragios que en las primarias eligieron opciones presidenciales que no pasaron el corte y no estarán representadas en octubre. En el camino quedaron Manuela Castañeira (del Movimiento al Socialismo, 179 mil votos), Alejandro Biondini (Frente Patriota, 59 mil), José Romero Feris (Partido Autonomista, 32 mil) y Raúl Albarracín (36 mil). ¿Dónde irán esos votos? Difícil predecirlo. Las opciones van de una punta ideológica a la otra: desde la izquierda del nuevo MAS hasta el extremismo de derecha de Biondini.
Los “otros votos” en blanco. Por último, en las PASO también se contabilizaron unos 880 mil sufragios en blanco. Para las primarias, como se explicó, formaron parte de la base de cálculo de los porcentajes, pero en octubre no se los cuenta. Por eso se suele afirmar que ayudan al candidato que va primero: en realidad aumentan proporcionalmente todos los porcentajes positivos, pero el que puntea queda más cerca del triunfo. Por ejemplo, pueden ayudar a Fernández a llegar al 45% para evitar el balotaje.
El último antecedente muestra que el voto en blanco tiende a bajar en un mismo comicio: en las PASO presidenciales de 2015 había llegado a 5 puntos, en las generales se redujo a la mitad y en el balotaje apenas superó el 1%.
Más allá de estas especulaciones, el puñado de encuestas que trascendió luego de las primarias muestran que la distancia a favor de Alberto Fernández se estaría ampliando, en torno a los 20 puntos. Y la brecha podría ampliarse aún más.