El “albertismo” es un fenómeno nuevo en el plano nacional, con el cual los argentinos podremos definir el perfil y las acciones de gobierno que realice -si se concreta su casi seguro triunfo- Alberto Fernández a partir del próximo diez de diciembre.
Cuando digo nuevo, es que a pesar de su función a partir del 2003 en el gobierno de Néstor Kirchner, hubo un “albertismo” porteño que primero apoyó a Aníbal Ibarra para después ocuparse de construir en el peronismo de la Ciudad, de donde provienen hoy buena parte de sus hombres y mujeres de confianza.
Siempre es difícil definir un “ismo” en la Argentina. El que gobierna lo posee. De todos modos y mientras dure la campaña electoral, es bastante normal que, tanto desde la Casa Rosada como desde el Frente de Todos que encabeza Fernández, no sean certeras las afirmaciones y a veces sean casi absurdas las consideraciones acerca de cómo sería un gobierno de Alberto. La Argentina es un país imprevisible, y la futurología política aquí es más difícil que ganar el Quini 6.
Para empezar, es sumamente tóxica la información que se propaga por los medios acerca de quién es quién en su “armado político”, ya que algunos de los nombres que lo acompañarán dependerán exclusivamente de la situación en la que finalmente transite el país al momento del traspaso.
Usando una metáfora futbolera, es cierto que ya hay un plantel base que aún puede sufrir algunas bajas o incorporaciones, con el que va a afrontar el futuro. Pero como la etapa que inicia este proceso debe ser algo así como de “fútbol total” por la emergencia que afronta el país en varios rubros, es imposible determinar el once inicial, el banco, los que por ahora no concentran, y en qué puesto el DT los quiere.
Ya son varios los que lo intentaron, algunos políticos operando y otros periodistas buscando sus lógicas primicias. De tanto tirar, alguno quizás acierte un pleno, pero si ya es muy difícil identificar políticas y proyecciones de las mismas, mucho más lo es quién las llevará a cabo. Habrá que esperar al 28 de octubre.
Si está claro que habrá como tres etapas diferentes en este mandato, su correlación o tiempo dependerá del cumplimiento de metas en cada una de ellas. La primera es atender la emergencia, en las que el pilar será configurar un acuerdo intersectorial para proteger lo que queda del aparato productivo y luego se reiniciará el proceso de mejoramiento de salarios que estimule un consumo que mueva la economía de nuevo. A este proceso se le suma el tema jubilatorio y, en la faz asistencial, el tema alimentario. Este lapso no debería pasar del primer año.
El segundo período comprende los objetivos de corto y mediano plazo, una vez que el país recupere la tendencia positiva en el crecimiento del PBI y pueda ir sobre objetivos más complejos como el equilibrio fiscal, los superávits gemelos y la baja de la inflación como cuestiones irrenunciables. La tercera es una cuestión más estratégica, tanto en términos geopolíticos como económicos, que se abordarán obviamente desde el primer día, pero habrá que repensarlos con tiempo y con amplios consensos si queremos tener políticas de Estado algún día en nuestro país.
Sólo quienes no conocen a Alberto pueden pensar que su gobierno será interferido por el atraso o el fracaso de las políticas erradas del gobierno pasado. El Frente de Todos es una coalición de espacios que algunos definen de modo simplista -aunque no correcto- como la “unidad del peronismo”. Este movimiento siempre fue tan ancho que muchas veces nutrió a oficialismos y a oposiciones a la vez y otras veces se enredó desde el gobierno en contradicciones ideológicas o metodológicas, algo que también perdura en el imaginario colectivo. Autocrítica y aprender de los errores es lo que se pregona en la calle México al 300.
Esta coalición parecería que más que tener la ambición de la unión compulsiva (que después explota), privilegió la exploración previa de los problemas y la adquisición de la densidad política necesaria para salir de la grave crisis en la que está sumida la sociedad argentina. Quienes lleguen no tendrán ya que pasar -como antes- por el peronómetro ni el kirchnerómetro, si no hacer propio lo que Alberto como casi seguro futuro Presidente -y también Massa y Cristina-, entendieron antes que todos los demás.