Las frustraciones en mayor o menor medida constituyen una de las características principales de la Argentina moderna ya que hasta en los buenos lapsos socio económicos de los que gozó -cada tanto- la Nación, éstos se transformaron más temprano que tarde en escollos, que nos sumieron en un gran problema estructural con el correr del tiempo. Y el tema no solo pasa por lo económico. La problemática y solución es más integral.
Sin pretender hacer una descripción apocalíptica del devenir político argentino, llegó el momento de no barrer más la mugre bajo la alfombra, de apelar a la confianza como método, a la solidaridad entre ciudadanos, y al sentido común a la hora de tomar las decisiones que involucran a los demás. Debemos generar un nuevo gesto de patriotismo que nos permita tejer acuerdos en una decena de temas estratégicos, y no empezar cada cuatro u ocho años “los senderos de crecimiento”, ya que cada día existen más poderes de diversas índoles en el mundo que se aprovechan de la inconsistencia crónica de nuestro andar y nos van achicando el margen de maniobra para decidir correcta y soberanamente de qué manera podemos con lo que tenemos construir un país más digno para nuestros hijos y descendencia.
Se trata de cruzar de una manera inteligente, sin los fanatismos que provocan las grietas, los graves problemas del subdesarrollo que padece nuestra sociedad en casi todos los rubros (empezando por el hambre) con proyectos viables y contundentes para la resolución de los mismos. Es cierto que va a pasar -en un principio- lo que pasó siempre, y es que nadie está dispuesto a resignar sus beneficios, cualquiera éstos sean ya que esta casta, para desgracia de nuestro país, todavía es relativamente alta en número y lograron con el tiempo, influencia en poder y una importante capacidad de daño.
Me refiero con esto desde los grupos multinacionales del glifosato, de las semillas, de la salud, de la tecnología y las comunicaciones, del conocimiento (y su información privada) y de la minería por poner algunos ejemplos por todos conocidos, hasta los generadores de precios -de todas las cadenas- en la certeza que la distorsión desmesurada nunca va a ser investigada, descubierta ni penalizada. Entre medio de todo este desaguisado de pésima regulación, se posiciona tristemente la baja calidad de nuestras instituciones, que con sus disfunciones perjudican las gestiones políticas, y más aún, las del Poder Judicial que necesita una mejora sustancial e inmediata si lo que se desea es poner al país de pie antes que sea demasiado tarde. La seguridad, tanto en los niveles de delitos internos como los del crimen organizado -hoy en un nivel superlativo ya-, son otras cuestiones a atender ya que allí existe suficiente dinero para comprar voluntades en los lugares críticos de un Estado, que allí nos deja expuestos, con poca protección.
Son innumerables los problemas que tendrá que atender el futuro gobierno, y muchos de ellos los atenderá desde la emergencia “con lo puesto”, con todas las falencias que desde el Estado venimos describiendo en su actual accionar. Esa es la debilidad creciente (y puede ser letal) a la que nos referíamos, ya que cada vez son más complejas las situaciones, con actores a veces indetectables y cada vez tenemos menos herramientas como país para defendernos. Se impone un replanteo de algunas prioridades.
Esto claramente no es un problema de kirchneristas y macristas, que quede claro. Mucho menos de ricos y pobres, aunque queda claro que éstos últimos no son nunca parte de los privilegiados. Aquí el tema pasa por generar desde la política los escenarios correctos que nos lleven a trabajar mancomunadamente en favor de las mayorías y no en contra de nadie. Claro que aparecerán los obstáculos, pero no serán problemas personales o partidarios, sino un tema a solucionar con quienes se sitúan saboteando esta nueva etapa de consenso para el desarrollo de la Argentina.
Nuestro país tiene demasiados monopolios importantes en varios de los nodos principales que motorizan el despegue como Nación. Será uno de los temas a tratar y es ahí donde decimos que si no estamos todos preparados a ceder un poco, la solución no llegará nunca. En la Argentina de la improvisación permanente, la que llegó para querer quedarse, los privilegiados e inescrupulosos se vieron habitualmente favorecidos por presidentes, ministros, gobernadores, legisladores, jueces, fiscales, sindicalistas, empresarios y todo tipo de funcionarios que firmaron durante décadas la decadencia del país. No fueron todos, ni mucho menos, eso está claro, pero la matriz quedó.
Es hora ya de que nuestros gobernantes y la sociedad no lo permita más. Y el que simpatice con el kirchnerismo/peronismo tendrá que entender los errores y delitos que una Justicia idónea determine, el que sea macrista sufrirá lo mismo a la luz del desastre que dejan y así todos los “ismos” de la Argentina que, como el socialismo santafesino, sumó su grano de arena a la tragedia del cuerpo social cuando le tocó gobernar.
Nadie renuncia a sus ideas políticas si no avizora un plan superador que además tenga más densidad política que la suya propia, y que en las cuestiones claves deberían inmiscuirse con su idea a la discusión para que ésta dure en el tiempo y vayamos germinando en la discusión madura las políticas de Estado.
Y ningún privilegiado renunciará a sus privilegios si desde el Estado no se le hace notar que -lamentablemente para ellos- se les acabó su tiempo y las reglas de ahora en más deben ser con premios y castigos ejemplares, y sin sobornos ni tráfico de influencias.
La riqueza, única posibilidad de construir un país viable se logra solamente con más trabajo y no con la emergencia. La asistencia temporal es solo un desafío en el tránsito hacia el trabajo formal, que quizás también deba ser reconfigurado con la dignidad como piso.
Los medios de comunicación tenemos que colaborar decididamente en este tema ya que fuimos tan responsables de estos fracasos como cualquiera de los otros sectores. Siempre viendo la paja en el ojo ajeno, aunque -como todos- con algunos aportes excepcionales.
Sin modelo de país se nos muere el Estado y para peor con la gente adentro. Las políticas de Estado necesitan del aporte y la generosidad -por una vez en la vida- de todos los sectores en simultáneo. Saber plantearlas con grandeza y madurez nos mostrará finalmente quiénes son los que se comprometen -y quienes no- en la construcción de una Nueva Argentina con un futuro para todos.