¿Sí? ¿Se puede? La difusión en el arranque de esta semana del peor dato de la toda la gestión de Mauricio Macri -una pobreza en el 35,4%- opacó en cuestión de días el impulso que buscó el Gobierno con el arranque de sus actos de campaña. El Presidente, horas después, tuvo que salir a dar la cara por ese número. No sólo porque contrastaba con el incumplible eslogan de “pobreza cero”, sino porque él mismo había pedido ser juzgado por su combate contra este flagelo. Está claro que cayó derrotado.
Por su contenido humano, el número de pobreza resume el impacto de una crisis económica aún en desarrollo y con final incierto. Los especialistas esperan incluso que el número de argentinos que no llegan a cubrir una canasta básica de alimentos y servicios crezca para el final del mandato debut de Cambiemos. ¿37 por ciento? ¿38? ¿40? En cualquier caso, la lectura será la misma: Macri no sólo habrá fracasado, como todos sus antecesores, en la remoción de lo que se conoce como “pobreza estructural” (cerca de un 25% de la población), sino que directamente dejará una cifra que no se veía desde hace más de una década.
Con ese número rojo y doloroso, el candidato de Juntos por el Cambio deberá encarar la proeza de remontar la paliza de las primarias de agosto y forzar a Alberto Fernández a un balotaje en noviembre. Pero no es la única estadística económica que sumará dudas al desafío político. Hay otros números.
Desempleo en dos dígitos. En junio de este año, el Indec dio a conocer el desempleo correspondiente al primer trimestre del año. Y se quebró una racha: desde fines de 2006, la desocupación no estaba en dos dígitos. En este caso, se informaba de un 10,1%, que subió a 10,6% ya para mitad de año. El impacto de la incertidumbre económica post PASO anticipa lo obvio: el problema de la falta de trabajo -un tema que fue creciendo en las encuestas de opinión pública como la principal preocupación- podría agravarse.
Pérdida de poder adquisitivo. Es otro costado del mismo problema laboral. Los números desde el pico de la gestión macrista, a fines de 2017, son durísimos. Desde noviembre de aquel año a julio de 2019 (último dato disponible) pasaron 21 meses: en 17, la inflación le ganó a la suba de sueldos; en 1 empató y sólo en 3 los salarios estuvieron por encima.
Curioso: una de las excepciones ocurrió justamente el último julio, cuando los sueldos crecieron en promedio 4,7% contra 2,2% del IPC. Mejora pasajera: la inflación de agosto ya cantó 4% y en septiembre empezaría con 6%.
La inflación. Este pico de incremento de precios, producto de una nueva devaluación, llevó al índice de precios también a encaminarse a un récord en la era Macri. Ahora los economistas esperan que cierre el año entre 55% y 60%. Cuando asumió, el Presidente había prometido que para esta época ya estaría cerrando en un dígito por año. Es quizá la batalla más gruesa en la que fue derrotado en materia económica y la que explica el deterioro del resto de las variables.
Dólar, tasas, riesgo país. Estos son otros tres parámetros del mundo financiero que, para octubre, no representarán ningún plus en las urnas. En el mejor de los casos, la divisa se mantendrá en torno a los 60 pesos, “el” objetivo que se planteó apenas asumió el ministro de Hacienda (¿y Emergencia?) Hernán Lacunza. Éste es un ingrediente irreemplazable en su receta para garantizar una mínima estabilidad. Las tasas seguirán arriba de los 70 puntos, número prohibitivo para generar cualquier reactivación del crédito y el riesgo país orillará los 2.000 puntos, otro índice de que el acceso a los préstamos, en este caso los internacionales, seguirá vedado.
¿Se puede ganar una elección así? ¿Sí? ¿Se puede?