Esta historia que tiene por protagonistas a Alberto Fernández, Eduardo Duhalde y Cristina Fernández de Kirchner ha sido tan mal narrada -o antojadizamente narrada- que parecería que estos tres personajes hubieran sido arrastrados por los vientos hacia cualquier dirección, que es en realidad lo contrario de lo que ocurrió.
Los cronistas de la desazón interpretaron a lo largo del tiempo que lo visible entre ellos -las declaraciones, las fotos, algunos adjetivos- es la única realidad. Desconocieron en todas estas ocasiones que todo cambia de manera constante y que los avatares de la política obligan a sus protagonistas a tomar decisiones y a hacerse cargo de ellas.
Todo esto viene a cuento porque, en política nada, jamás es lo que parece. Primero, no fue Eduardo Duhalde el que decidió la candidatura de Néstor Kirchner en 2003. Existió una decisión política que se tomó entre los gobernadores, con Duhalde presente, pero no como único responsable de la postulación del santacruceño.
Cuando Kirchner y Duhalde tomaron caminos divergentes, no fue una decisión amable, pero tampoco una traición, ni contuvo el horror de una fractura expuesta. En el peronismo no existen los liderazgos divididos, ni la convivencia de dos jefes amigos. Es uno solo el que tomará las grandes decisiones, pero éstas nunca se toman en soledad. Siempre se consulta y se discute, por eso existe aquella frase de que lo que parece una pelea de gatos, es en realidad una pareja de felinos reproduciéndose.
Lo mismo puede decirse de las circunstancias que rodearon a la salida de Alberto Fernández de la Jefatura de Gabinete, el 23 de julio de 2008. Es evidente que hubo un distanciamiento, el mismo que en el caso anterior, pero su renuncia marcaba el fin de una etapa. Él mismo lo dijo en esos días amargos: “hay que dejarla en paz y libertad”, expresó, en relación a la presidenta.
Antes, en 2005, Cristina enfrentaba a Hilda “Chiche” Duhalde en una elección crucial, en la que la primera derrotó a la esposa del expresidente. En el camino, alguien calificó al exgobernador bonaerense como “el padrino” y abrió el camino a la experiencia kirchnerista, que duró 10 años más.
Inclusive, el 18 de mayo de 2019, Duhalde deploró en duros términos la candidatura de Alberto Fernández y, más aún, la decisión de Cristina de ofrecerle la postulación. De él dijo que “es un horror, a este señor no lo conoce la mayoría”. De ella dijo que “es la Cristina de siempre. Toma las decisiones que se le ocurre, algunas buenas, otras malas, pero de diálogo, nada”.
Todo esto que se describe es la política. En la política se acuerda y se confronta. Se hacen alianzas y se rompen. El peronismo es un escenario en el que se toman decisiones, a menudo pesadas. No existe el amateurismo. Se juega fuerte, se acierta y se erra, pero siempre en un marco de decidir con convicción.
En estos días que corren, Eduardo Duhalde se mostró cada vez más cercano a Alberto Fernández, al gobierno e incluso a Cristina Fernández de Kirchner, que se suponía que era su enemiga mortal.
Con Fernández se reunió el 28 de noviembre del año pasado, cuando afirmó que “Lo vi muy plantado y seguro, me saqué algunas dudas”, retrocediendo de sus afirmaciones vertidas apenas seis meses antes. En cuanto a Cristina, de quien había también emitido alguna opinión no del todo favorable, expresó que “quedé en tomar un café”, en tono coloquial.
En resumen, Duhalde hasta podría entrar a formar parte del Gobierno, formal o informalmente. Ya presentó un plan de vivienda y suele hablar de política con el presidente de manera habitual.
El folklore peronista está lleno de historias de supuestos enemigos mortales, que de repente recomponían unas relaciones que parecían imposibles de reparar. Esto se debe a que siempre se juega fuerte, sea acertadamente o no, pero siempre sin medias tintas. Entonces, las opciones personales pueden ceder ante lo colectivo.
No existen los santos en este juego, pero cuando existe un proyecto político, se puede decir que se deponen las armas en aras de lo más importante. Lo que sería este caso.