Alberto Fernández tiene una oportunidad que analistas locales e internacionales vislumbran como histórica por lo delicada, y la definen como una de las últimas oportunidades que tiene la Argentina de encarar su resurgimientorecuperando su status de Nación viable y creíble dentro del actual concierto de naciones del mundo. Fueron tantas en nuestra historia pasada y moderna las idas y vueltas, las contradicciones, los defaults declarados, los incumplimientos a la hora de honrar los compromisos a lo largo de tantos años y gobiernos, que la idea de catalogar la situación como extra bonus para nuestro país no parece muy alejada de la realidad. Hay que ir de a poco generando soluciones para crecer de una vez por todas, con ritmo sostenido, con políticas de Estado que trasciendan los gobiernos, con tendencia a la igualdad para que la brecha social se acorte y hacer de este país con riquezas naturales un país de gente con dignidad y realizada.
La Argentina de la pasión visceral, apoyada en esa división intolerante que nos viene desde unitarios y federales hasta la actual grieta, no parece ser el camino correcto para encarar con posibilidades esta nueva etapa. Eso no refiere a la idea de gobernar sin convicciones, y sin objetivos claros, sino más bien a la metodología y a las prácticas, habida cuenta de los fracasos en lo que ya hemos incurrido como Nación y de las cuales debemos aprender a no volver a repetir.
Esta es una gestión que desde el primer día no permitió errores no forzados, es tanta la presión que llega desde abajo ( una sociedad empobrecida en casi todos sus niveles) y desde afuera (deudas con el Fondo y con privados) que el equilibrio y la precisión son dos cuestiones que tienen ocupado al Presidente el cien por ciento de su tiempo. Luego de cada paso en firme debe ir comunicando a la población el porqué, el rumbo y los riesgos, de acuerdo a cómo se van delineando las próximas decisiones. Si bien Fernández es una persona dialoguista y comunicativa naturalmente, este momento requiere como nunca de estar bien conectado a la gente ya que del accionar de ellos depende en buena parte el éxito de estos primeros ciento ochenta días, la piedra basal de esta gestión.
Cuando se cumplió el mes de gobierno hace pocos días, muchos se preguntaban cuál era la evaluación del mismo, haciendo hincapié en las medidas que se habían implementado tanto en la fundacional Ley Solidaria como otras políticas emanadas desde el Gobierno vía DNU. En nuestra apreciación el interrogante tiene una respuesta sencilla: si el país no explotó en los primeros quince días, queda bastante claro que Fernández a partir de una prudencia extrema en las decisiones y un buen equilibrio de su fuerza logró atravesar -hasta ahora- la tormenta perfecta que heredó.
Alberto tiene experiencia de sobra en el manejo del poder y diseña el camino -y sus acompañantes- con cuidado. Sabe que la solución esté consumada ni mucho menos. No sólo eso, falta la negociación marco con los Estados Unidos( y todas sus partes) para ver si tras estos primeros cuatro o seis meses, el país logra acomodar un poco las asimetrías económicas que agarró cuando asumió y se acerca algo más al equilibrio fiscal, padre de todos los reclamos que llegan desde el resto del planeta.
Otros analistas económicos y políticos, quizás con alguna mala intención, le caen a Fernández con que esto no es un plan económico, algo que resulta obvio. Lo que les faltaría analizar es de qué manera se podría elaborar un plan económico de despegue del país desde el piso en el que se lo encontró. Nadie quería la maquinita emitiendo a a full y así fue, sin un sólo país en el mundo que nos preste plata y con las reservas más que limitadas. Además aumentar la deuda no parecía ser la solución y por ello se rechazó la remesa del préstamos del FMI que otros imploraban.
Se vienen tiempos difíciles. La negociación con los acreedores no será una guerra, parecería por lo que se ve que será todo lo contrario. En paralelo habrá que ver cómo se transita desde lo social en la Argentina este período en el que las carencias son muchas y los recursos pocos. Hubo ajuste, sí pero fueron elegidos para pagarlo los que menos sufren. Veremos hasta donde alcanza. Después, si todo esto sale más o menos bien como hasta ahora, vendrá la etapa de nuevos objetivos. Pero llegar ahí supone el éxito de hoy.