Carlos Melconian, expresidente del Banco Nación y un referente de los mercados en Argentina, reconoció que “el préstamo del Fondo fue un monto récord, en tiempo récord y con apoyo político”.
En realidad, el economista dijo precisamente que “el préstamo del Fondo fue un monto récord y en tiempo récord, con apoyo político. Eso está claro. Nunca vi tanta rapidez, semejante magnitud y sin hacer los deberes para ver si sos merecedor o no. Vos recordá que había un título insólito en el acuerdo con el Fondo, que decía que Argentina puede devolver el préstamo con poca probabilidad“.
Por consiguiente, aseveró el economista, “está dentro de los eventos políticos demandar quitas“, aunque se mostró escéptico ante esta posibilidad. “El Fondo no otorgó ni nunca va a otorgar quitas“, destacó, explicando que esto ocurre “por equis cantidad de razones: porque presta cuando nadie presta, porque presta barato, porque te socorre“, ubicando el equino por delante del carruaje.
Melconian agregó luego que “nadie puede pensar que Alberto Fernández o Cristina Kirchner ignoran eso, porque el FMI es un club que funciona de esa manera, con esas reglas, por eso creo que plantearlo tiene más que ver con la política“.
El extitular del Banco Nación omitió expresar que los créditos se otorgan, no para cubrir las necesidades de los que lo reciben -en su mayoría, países “en vías de desarrollo” o subdesarrollados-, sino para “hacer trabajar” los fondos que acumulan los tesoros de las corporaciones bancarias y empresariales.
No casualmente, la gran acumulación de deudas de los países del Tercer Mundo a mediados de la década del ’70 se produjo inmediatamente después de la crisis de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que por aquel tiempo conducía el legendario jeque saudí Ahmed Zakí Yamani, que tomó la decisión, el 16 de octubre de 1973, de no exportar más crudo a los países que habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kippur (EE.UU. y Europa), que enfrentó a ese país de Medio Oriente con Siria y Egipto.
El conflicto cuadruplicó los precios del crudo de Medio Oriente y el norte de África (Egipto y Túnez), lo que derivó en una fuerte acumulación de liquidez en los bancos occidentales, pues la crisis no evitó que los países petroleros continuaran invirtiendo sus beneficios en los bancos occidentales. Los enormes excedentes de dinero que se amontonaban en las bóvedas bancarias debían encontrar una salida -el dinero inmóvil sólo genera pérdidas – y la mejor que encontraron fue ubicar ese dinero en los países del resto del Tercer Mundo.
Esto prometía corpulentos intereses, devolución segura -los países no quiebran- y jugosos retornos para los operadores que “colocaban” los fondos. Para peor, las condiciones que exigían éstos -y aceptaban sus amigos- rozaban la usura, cuando no entraban de lleno en ella.
¿El resultado? El FMI y los tenedores de bonos impusieron condiciones tan leoninas que hubo varias decenas de países que vieron abortados por muchos años su planes de desarrollo -y su inserción internacional- y esto comprometió el futuro de muchos millones de terrícolas, por el simple hecho de haber nacido al sur del paralelo del Ecuador.
Pero lo llamativo es que la crisis desnudó el mecanismo de los prestamistas y dejó en claro, para contradecir el discurso oficial, que la necesidad no nace en los países que “toman” los préstamos, sino que obedece a la urgencia de los bancos y entidades de crédito que acumulan demasiada liquidez y necesitan “poner a trabajar” el dinero acaparado. Por eso, los operadores europeos y norteamericanos visitaban a sus amigos que oficiaban como ministros de economía o como presidentes de los bancos centrales en el Tercer Mundo y conseguían colocar grandes cantidades de dinero, a tasas usurarias.
Para agravar la situación, difícilmente los dólares que reciben los países en calidad de préstamo abandonan los circuitos bancarios, tal como se pudo ver con el dinero que el FMI le termina de prestar a la Argentina en 2018. En resumen: los bancos sólo les prestan a otros bancos, no a los Estados, ni a las empresas industriales ni a los bancos nacionales de desarrollo. Así lo resumió con simpleza el actual gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá, a este cronista hace un año y medio atrás: “con ese dinero, no se pudo hacer ni un metro de cordón-cuneta”.
Cosas veredes, Sancho, que non crederes, le espetó a su amigo El Ingenioso Hidalgo de La Mancha, mientras cabalgaban lastimosa y dignamente por la manchega llanura. Rocinante no atinó ni a mosquearse, hasta que los molinos de viento dieron por tierra con su bravo jinete.
Es que siempre alguien debe terminar en el suelo para que germine la conciencia.