Las viciscitudes que rodearon al nacimiento del bono "Porteño" serán objeto de estudio -en un futuro no muy lejano- tanto de los expertos en economía como de los que escarban en los vericuetos de los sinuosos "culebrones" latinoamericanos.
Es que -hijo no reconocido de una crisis que amenaza seriamente a las exhaustas arcas de la Ciudad- al principio sólo se lo pensaba para el caso de una caída en la recaudación superior al 30 por ciento. Tiempo después se evaluó su lanzamiento para fines de marzo -los fondos que la Nación le debe a la Ciudad siguen todavía sin aparecer- y finalmente hará su debut un poco después, en la primera mitad de abril.
Tres empresas fueron convocadas por el Gobierno de la Ciudad para que cotizaran los costos y los niveles de calidad de la impresión necesarios para aventar los fantasmas que rodearon al "Patacón" bonaerense. Es que la empresa que los imprimió, Ciccone Calcográfica, termina de ser denunciada por su proveedor de tintas especiales para la impresión de papel moneda -la empresa suiza SPAC, en cuya lista de clientes figuran muchos estados- por haber adulterado el producto con aditamentos para "estirarlo". Según los expertos, esto habría facilitado la aparición de billetes falsificados en el mercado.
Ciccone es una de las empresas que cotizaron para la impresión del "Porteño", junto con la Casa de la Moneda de la Nación y la alemana DYG y a pesar de la denuncia es un hecho que hará el billete de la Capital.
EL "PORTEÑO"
El billete aparecerá a mediados de abril y se imprimirán 360 millones, lo que no significa que sean lanzados todos juntos al mercado. A diferencia del "Patacón", tendrá una banda de seguridad para dificultar la tarea de los falsificadores.
El "Porteño" tendrá la imagen de la dirigente socialista Alicia Moreau de Justo, ya que sus descendientes que debían autorizar la aparición de su ancestros en los billetes finalmente accedieron, por lo que la historia no fue reemplazada por el cemento de edificios que eras la otra alternativa.
LA RECAUDACIÓN DE LA DISCORDIA
Durante los meses de enero y febrero de 2001, los números de la Ciudad marchaban sobre rieles, con un saldo positivo con respecto a los guarismos del 2000. Luego, entre los meses de marzo y julio, comenzó un lento declive, que acumuló hasta entonces un poco más del 11 por ciento. La luz roja se encendió en agosto, cuando la caída -con respecto al mismo mes del año anterior- fue del 10,83 por ciento.
Desde entonces, el terror se apoderó de los hombres de la tesorería porteña, hasta culminar con la catástrofe de diciembre, cuando los fuegos que enmarcaron el fin del gobierno de de la Rúa arrasaron con los ingresos de la Ciudad, que cayeron hasta una cifra histórica, casi hasta la mitad de los buenos tiempos.
En enero y en febrero el panorama cambió levemente, aunque no alcanzó para desarrugar el ceño de los tesoreros. En el primer mes del año, la caída fue del 29,7 por ciento y en febrero, del 20. A esta situación -de por sí bastante complicada- habría que adicionarle la tradicional falta de solidaridad del Estado nacional, que se desenvuelve con morosidad al momento de girar las remesas tan necesarias.
Desde agosto -precisamente cuando las cuentas comenzaban a caer en picada- la Nación dejó de girar también los fondos para el incentivo docente, que aparentamente no llegarán nunca más. En septiembre dejaron de arribar a las costas porteñas los cheques por la coparticipación federal, que asciende a los 13 millones de pesos mensuales. Tampoco aparecieron durante todo el año 2001 los fondos para la educación terciaria. Sumando estas cifras, la deuda de la Nación con la Ciudad de Buenos Aires se acerca cada vez más a los 100 millones de pesos.
Desde hace seis meses, las previsiones de los que diseñan las políticas de estado en esta ciudad están más cercanas al ajuste que al crecimiento. El jefe de Gobierno termina de anunciar una caída de la recaudación del 6,5 por ciento en el 2001 y previó -si las cosas no empeoran- que la caída del 2002 rondará el 3 por ciento. Aunque por el momento no se piensa en el abandono de las obras de infraestructura, subtes y reservorios, principalmente, si la crisis se agudiza -y el que la augure no podrá ser considerado un loco-, habrá seguramente más malas noticias.