Parafraseando a Winston Churchill, se podría decir que sólo prometió para la coyuntura “sangre, sudor y lágrimas”. Paralelamente, prometió dar combate contra las adversidades que le esperan a la Argentina en los próximos tiempos.
Alejado de la algarabía que prometió el peronismo en tiempos mejores, cuando el futuro parecía estar al alcance de la mano, Fernández habló esta vez de una “situación delicada”, de la necesidad de “salir de las postración”, de una “tarea ciclópea” y de la sempiterna tensión que agita al conflicto entre “la especulación y el trabajo y la producción”.
Para plantear la superación de la crisis, el presidente trazó previamente un cuadro realista, en el que no ahorró asperezas. No otra cosa es la satisfacción por haber alcanzado ya a un millón de familias que recibieron la Tarjeta AlimentAR, un sentimiento que se contrapone con la creación de un millón de puestos de trabajo, que es otra de sus aspiraciones, inalcanzable por el momento.
También definió Fernández a algunos de sus enemigos, entre quienes incluyó a los empresarios de la alimentación, a quienes culpó en parte por la suba desenfrenada de los precios en los últimos dos meses y en parte porque la inseguridad alimentaria creció hasta el 71 por ciento entre 2015 y 2018, perfilando el problema principal que comenzó a encarar su Gobierno.
En este sentido, el mandatario anticipó –fue una promesa de campaña- la necesidad de “un diálogo económico y social para alcanzar el desarrollo en armonía”, para hacer efectiva su decisión de “comenzar por los últimos”.
Entre sus modelos, Fernández dejó caer los nombres de Raúl Alfonsín, el primer presidente desde la recuperación de la democracia y uno de los arquitectos de su implementación; de Néstor Kirchner, su viejo amigo, con quien ejerció el cargo de jefe de Gabinete entre 2003 y 2008; del Papa Francisco, que lo recibió cordialmente el 31 de enero pasado; del General Perón, el creador del Movimiento Nacional Justicialista, que estableció un modelo político que fue seguido o combatido por todos los gobiernos que han ejercido el poder desde 1945 y al General Manuel Belgrano, uno de los principales héroes de la Patria.
Habituado a enfrentar la adversidad, Fernández no dejó de enfrentar los temas más barrosos de la agenda que tiene por delante. La palabra compromiso fue utilizada en más de una ocasión, pronunciada en relación con los problemas que reportan la onerosa inflación; la inmensa deuda externa; la recesión resultante de ésta y otras flaquezas en las que incurrió el Gobierno anterior, como la desindustrialización y la pobreza que provocan todas las plagas mencionadas.
Además, no dejó pasar la ocasión de ir en auxilio de Santa Fe, una provincia sitiada por bandas de narcotraficantes, que fueron tratadas con mano de seda por la administración socialista. Anunció la creación de nuevas fiscalías y un fuerte apoyo de las fuerzas de seguridad que operan bajo el mando del Gobierno federal. Además, éste fue un mensaje para el resto del país. Se combatirá, no a los kioskos como se hacía antes, sino a los traficantes que manejan el negocio.
En resumen, Fernández habló poco de economía, mucho de su compromiso, algo –muy poco- de la herencia recibida y fue intenso, muy intenso en anticipar que no habrá momentos de epifanía.