Con la reaparición de las cacerolas, la oposición comienza a desperezarse

Con la reaparición de las cacerolas, la oposición comienza a desperezarse

Marcos Peña, Macri, Pichetto y Bullrich comenzaron a delinear la agenda de la oposición.


El clima de concordia política que acompañó la llegada del coronavirus a la Argentina llevó a los analistas a preguntarse, acaso apresuradamente, si los apoyos que iba logrando Alberto Fernández en medio de la crisis empezaban a marcar el fin de la grieta.

La puesta en escena del Presidente con gobernadores opositores como el porteño Horacio Rodríguez Larreta y el jujeño Gerardo Morales, el aval público de decenas de dirigentes no kirchneristas al aislamiento de emergencia y los elogios al aporte estatal a empresas e individuos generaron una imagen novedosa para el círculo rojo.

Luego se sumó al panorama general la aparición de más de una docena de estudios de opinión pública, en los que una amplísima mayoría mostraba su satisfacción por la respuesta oficial a la pandemia. Votantes K y votantes de Juntos por el Cambio, en paralelo, opinaban parecido sobre cuestiones centrales del momento, marcando un hecho inédito.

 

Hasta que un día volvieron las cacerolas…

El sonido clásico de las protestas del 2001, con intensidad infinitamente menor, volvió a escucharse esta semana con un reclamo de ajuste para la clase dirigencial. Pareció una respuesta desordenada, que mezcló la queja de mucha gente afectada por el parate económico y también un chirlo al Presidente, que les pidió a los empresarios “ganar menos esta vez”. 

El rebote en las redes desnudó algo de esto. Fervientes macristas, críticos de Alberto Fernández, pidiendo guadaña con el gasto político. Enseguida vino la respuesta K, con una acusación al ex jefe de Gabinete, Marcos Peña, de fogonear a sus (presuntos) trolls contra el nuevo oficialismo.

Antes, algo tímido, se había hecho escuchar Mauricio Macri, en su caso reclamando el regreso de los argentinos varados en el exterior. Y también Patricia Bullrich, nueva presidente del PRO, y luego Miguel Pichetto, el peronista devenido en macrista, reclamando algo que parece mundano pero no lo es: que los dejen circular a ellos, que son importantes opositores pero sin cargos en el Estado, así se pueden reunir y debatir en este momento particular.

La enumeración de las figuras lleva a una primera conclusión: estos síntomas del fin de la buena onda parecen provenir del sector del macrismo más puro y duro: Macri, Peña, Bullrich, Pichetto. Que encuentran eco en sus seguidores, también ellos puros y duros.

En un segundo nivel del desperezamiento opositor, pueden ubicarse a referentes legislativos, como los radicales Alfredo Cornejo y Mario Negri, que de a poco también empiezan a mostrar matices. Hicieron trascender algunas propuestas de naturaleza sanitaria y económicas de su sector y piden reabrir el Congreso, así sea a distancia, para debatir.

Alguno hasta se animó a reclamar también la “visita” del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, para que brinde su informe de gestión, tal cual prevé la Constitución. Un mandato republicano que, por cierto, cumplió con mucha más rigurosidad Marcos Peña que sus antecesores K, incluido el actual Presidente.

Y en un tercer escalón podría ubicarse a los opositores mencionados en el arranque de la nota. Los dirigentes no oficialistas con obligaciones de gestión. Larreta, Morales, pero también intendentes como Diego Valenzuela o Néstor Grindetti. A muchos de ellos les corre la ley del administrador: como necesitan ayuda de Nación o Provincia, según el caso, suelen tener perfil más bajo.

El caso de Larreta, quizá, es para analizar de modo más fino: mientras atiende la urgencia –el coronavirus se concentra en gran parte en la Ciudad- sigue modelando su perfil como principal figura opositora para 2023. La duda está abierta: ¿influirá esto también para que Peña, Bullrich, Pichetto o incluso el  propio Macri, salgan a diferenciarse?

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