Mientras se acostumbran a ser oposición, los máximos dirigentes del Pro comienzan a estirar el músculo, hesitando entre la adopción de una oposición dura o la construcción política a mediano plazo.
Con respecto a los buenos tiempos en los que habitaron la Casa Rosada, el primer dilema con el que deben lidiar sus conductores es si Mauricio Macri seguirá siendo la cabeza de la oposición. Convertido en uno de “los sin tierra” que en el pasado eran considerados casi como parias cuando él ocupaba la Casa Rosada, su escaso apego por la acción política lanza al expresidente casi constantemente a un estado que fluctúa entre la desazón y la incomodidad.
Esto se pudo ver el sábado último en la reunión de la mesa directiva del Pro. Como ocurre cada vez que se ven las caras –esta vez fue por medios electrónicos-, los cruces estuvieron a la orden del día. Abrió el fuego el jefe de la bancada en Diputados, Cristian Ritondo, que reclamó que el trámite de bajar sueldos se debe hacer a través de los cuerpos orgánicos –quizás recordando su pretérito pasado peronista-, por lo que se negó a firmar una carta de su partido solicitando tal cuestión.
Tampoco dejó de chicanear Ritondo –los desaires de palacio se pagan caro en la vuelta al llano- al ínclito Marcos Peña. “Todos los días hablo con los principales dirigentes del PRO: VIdal, Horacio, Mauricio, Patricia. Con Marcos no hablo desde diciembre. No está en ninguna mesa de decisiones, por lo menos, en las que yo participo”, disparó sin piedad.
Por eso, es dudoso que los cacerolazos -el método preferido de la clase media y de la clase alta, ya que no exige más que un balcón y algo para hacer ruido, sin moverse del living- hayan sido obra de Peña. Más bien, dentro del Pro cargan las tintas sobre Patricia Bullrich, que suponen que se quedó con los trolls que vestían en el pasado la camiseta del ex jefe de Gabinete.
En la reunión del sábado, la presidenta del Pro debió soportar los embates del ala política, que encarnan Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, los intendentes del Gran Buenos Aires y hasta la inefable extrapartidaria Lilita Carrió. Larreta planteó su incomodidad por el pedido de audiencia que presentó Bullrich al presidente, de quien el jefe de Gobierno porteño es, hasta ahora, el interlocutor Pro privilegiado. En medio de los cruces, el único que apoyó a Bullrich fue el santafesino Federico Angelini, cuyo peso partidario en el partido amarillo es muy leve. Macri, incómodo y silencioso, los dejó combatir en soledad.
Por contrapartida, los dueños del territorio se sintieron ninguneados. Nadie los escucha ni los tiene en cuenta, porque en el Pro no existe el concepto de “militar el territorio”, al que consideran “cosa de populistas”. Quizás por esta premisa, que Ritondo, Emilio Monzó y Miguel Ángel Pichetto no comparten, es que se perdió el año pasado, murmura en la intimidad el trío de experonistas. En especial, Pichetto suele cargar las causas de la derrota a la cuenta de Vidal, a la que acusa por haber dejado de lado a la poderosa Tercera Sección Electoral, que abarca a la zona sur del Gran Buenos Aires y a La Matanza.
Para peor, a los intendentes todo les supo a poco. Los atiende mucho mejor el Presidente Alberto Fernández que los propios y mucho fueron visitados o recibidos por el Presidente como Grindetti o Jorge Macri. Inclusive se cuestionaron el sentido de estas reuniones, en las que nadie les hace caso, nadie les pide opinión ni les encuentra soluciones, en medio de una pandemia que les exige compromiso, negociación y la ardua tarea de pedirles comprensión a un gobernador y a un presidente a los que algunos de sus colegas califican como acérrimos enemigos. Se sienten como si estuvieran perorando en el desierto.
El dilema del 40%
De todos modos, tanto unos como otros se debaten en una duda cartesiana: ¿existe aún el 40 por ciento de octubre? ¿Si todavía existe, consolidarlo implica profundizar el enfrentamiento con el populismo peronista? ¿La garantía para volver al poder exige la intransigencia que plantean los duros que rodean a Pato Bullrich?
Lo concreto es que Macri no conduce, ya que la política exige compromiso, estrategia y una lucidez que en el pasado no lucieron en su acervo. Además, sus intervenciones suelen ser escasas en las discusiones políticas. Tampoco fueron felices algunas de sus expresiones públicas, como la que manifestó el Guatemala, en ocasión de una conferencia de la Fundación Libertad y Desarrollo, cuando llamó al “desafío de evitar algo que es mucho más peligroso que el coronavirus, que es el populismo”. En su entorno también piensan que a veces el silencio vale más que algunas palabras.
Lo concreto es que Macri nunca hizo lo que le pidieron algunos dirigentes del Pro: contener a Patricia Bullrich, que no consulta a nadie y supo romper algunos trabajosos acuerdos que se habían logrado con el oficialismo, a cambio de nada. Bullrich, según algunos referentes del ala política, es la principal operadora de la grieta en la Ciudad Autónoma, precisamente para minar el territorio en el que busca consolidar su liderazgo Horacio Rodríguez Larreta, que busca muy cautelosamente convertirse en el sucesor de Mauricio Macri, a quien algunos consideran como el artífice de una etapa extraordinaria, pero ya superada.
Se sabe, los que le apuntan a Bullrich, en realidad le apuntan a Macri. Por carácter transitivo, aquella, al apuntar a consolidar el enfrentamiento con el peronismo, busca anular la moderación que predica el jefe de Gobierno porteño.
La mala puntería en política es, muchas veces, intencional. En realidad, para calificar al disparo como erróneo, primero hay que conocer el blanco.