La estrategia bifurcada de Juntos por el Cambio quedó expuesta una vez más. La dificultad del macrismo duro para reubicarse en la coyuntura, también. Desde el 10 de diciembre último, Mauricio Macri deambula sin ton ni son. El hecho de no ocupar un cargo y no poder hablar de gestión desnuda su precariedad política. Para colmo, Fernández convoca a todos sus aliados y hasta los invita a posar en las fotos, lo que deja al expresidente en una marchita soledad.
Existe una oposición bifurcada, porque el sector de Juntos por el Cambio que tiene responsabilidades de gobierno se comporta como una oposición responsable, que tiene objetivos comunes con el Gobierno nacional en cuanto a encontrar las respuestas necesarias para enfrentar la pandemia. En esta senda, ¿cómo se conjuga ésto con una carta descalificadora como la que acaba de redactar el escritor peruano y, para peor, que termina de firmar el supuesto jefe político de Horacio Rodríguez Larreta?
El peronismo elaboró su respuesta frente a la crisis buscando la unidad de todos los partidos, buscando aunar voluntades para enfrentarla. Para ello convocó a todos los gobernantes con responsabilidades territoriales, porque el peronismo gobierna territorios, no burbujas intangibles.
Dentro de esta estrategia, quienes realizan planteos ideológicos sin asidero pragmático-territorial, se convierten en seres incorpóreos, alejados de la realidad. Gobernar no es sólo poblar o dar trabajo, es conciliar o combatir con los intereses de distintos sectores, que a veces confluyen en los objetivos y otras veces intentan obturar el accionar de los demás sectores para impedirles alcanzarlos.
El Gobierno tiene enemigos. No existe la unidad en una democracia. Si hay intereses diferentes, hay partidos políticos diferentes. Unos representan al sector más pudiente de la sociedad y otros, a los sectores más desfavorecidos. En el medio flota una clase que apoya alternativamente a unos o a otros, buscando un destino que varía de tiempo en tiempo.
La grieta, como se puede ver, aún vive y goza de buena salud. En estos días, la Corte Suprema de Justicia –al menos un sector de ella-, algunos medios de comunicación, los empresarios más ricos del país y la oposición –o, al menos un sector de ésta- armonizaron sus discursos, por derecha y por izquierda, para hostilizar las medidas del Gobierno, en especial la cuarentena, que mantiene inmovilizados, o al menos, improductivos, sus patrimonios.
Sus objetivos son inconfesables, porque en realidad un sector de la oposición quiere que se levante la cuarentena, con todos los riesgos mortales que ello implica y otro sector desea que el Gobierno fracase en la gestión de la crisis, con el objetivo de mostrarse como una alternativa eficiente y capaz de lidiar con ella.
Es impredecible el desenlace del combate contra el coronavirus. Ni siquiera se conoce bien cómo es este virus, ni cómo se lo combate. Lo que es seguro es que, como siempre ocurre en la democracia –y ésta es una de sus limitaciones- hay un sector político que se empeña en combatirlo, protegiendo a la sociedad, mientras que otro se mantiene a la expectativa para arañar el fondo de la olla en busca de errores ajenos, que le abran el camino del éxito en medio del dolor.
Una atenta misiva
En una canción que escribió Violeta Parra en 1964- le cantaba a una carta que “dice el motivo”. Nunca tan aplicable la poesía de la gran Violeta a la sentenciosa misiva que ahora escribió Mario Vargas Llosa, presidente de la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), quizás muy efectivo en su función política, pero cada vez más tosco en su faz literaria. Aunque allí, la carta no dice el motivo, inconfesable por cierto.
Al firmarla en adhesión, una vez más, Mauricio Macri cayó en la trampa de Vargas Llosa, aunque quizás no sea un error, porque tantos fallos juntos no pueden ser una casualidad. El 26 de marzo de 2019, el entonces presidente argentino le respondió al escritor peruano, que lo acusaba de “gradualista”, que si volvía a ganar en octubre de ese año, “vamos a ir en la misma dirección, lo más rápido posible”. Teniendo tan pocos logros para mostrar en el terreno económico, la respuesta puede ser tildada, con cierta benevolencia, de poco inteligente.
Luego, en una reunión de expresidentes sostenida en Guatemala, Macri volvió a incurrir –esta vez sin Vargas Llosa presente- que “algo mucho más peligroso que el coronavirus es el populismo”.
Poseídos por un inexplicable fervor republicano, los liberales plantearon que “queremos manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte”.
Allí se metió el peruano con Sánchez y Fernández, como no podía ser de otra manera. “En España y la Argentina dirigentes con un marcado sesgo ideológico pretenden utilizar las duras circunstancias para acaparar prerrogativas políticas y económicas que en otro contexto la ciudadanía rechazaría resueltamente”, señaló el escritor devenido en ícono de la derecha política, tan contraria a sus ideales de juventud.
La epístola fue firmada además por el expresidente español José María Aznar; el expresidente mexicano Ernesto Zedillo; el deplorable expresidente colombiano Luis Álvaro Uribe Vélez; el expresidente uruguayo Luis Alberto Lacalle Herrera; el expresidente paraguayo Federico Franco; la presidenta del Pro Patricia Bullrich; el exsecretario de Cultura de Macri y Fernando de la Rúa Darío Lopérfido; el exministro de Economía de De La Rúa Ricardo López Murphy y los empresarios Alejandro Roemmers y Miguel Tagle, entre otros.
A continuación, los liberales se quejaron porque sus enemigos “han suspendido el Estado de derecho e, incluso, la democracia representativa y el sistema de justicia”, acusando además –no se podían perder la ocasión-, que “en las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua la pandemia sirve de pretexto para aumentar la persecución política y la opresión”.
Vargas Llosa se mostró demudado también porque “a ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado”.